por Janet Murguía
“Janet es una mexicana mentirosa, idiota, que representa mal los hechos. Llegará el día en que el norteamericano promedio se harte de ella y de sus mentiras y la largue de vuelta a México con el resto de la escoria enferma, ignorante, devastador de presupuestos y causante de delitos que son”.
Desde hace tres años, cuando asumí la posición de presidenta del Consejo Nacional de La Raza (NCLR por sus siglas en inglés), he recibido correo fulminante, lleno de odio. También lo recibía mi predecesor. Cuando la gente me insta a “regresar de donde viniste”, bromeo que les sorprendería saber que me están queriendo regresar a mi casa en Kansas.
Ya no es broma. El correo electrónico del comienzo de este artículo lo recibí en el auge del debate sobre la inmigración, y he recibido muchos más, incluyendo amenazas a muerte. Así también han recibido algunos de mis empleados. El debate migratorio ha abierto de par en par las puertas al discurso fulminante en este país nuestro. Los extremistas y personas presas del odio están definiendo los términos del debate sobre la inmigración.
El odio forma parte de nuestro legajo nacional. Durante la historia de los Estados Unidos, los indígenas norteamericanos, los africanoamericanos, los irlandeses americanos y otros grupos han sufrido de la injusticia que nace del odio. El debate migratorio ha convertido a la comunidad hispana en el más reciente objeto del odio, y con demasiada frecuencia, los medios noticiosos sirven de megáfono para los que están en contra de los inmigrantes.
Se han convertido en plataformas del odio el Internet, la televisión y el escenario político. Al convertir el término “ilegal” en sustantivo, los nativistas, los extremistas y los políticos han transmitido por todo el país sus mensajes. Han
hecho demonios de los indocumentados, y por ende, a todos los latinos. Nos representan como criminales e invasores plagados por la enfermedad.
Los medios han sido el vehículo que ha movido este discurso de los márgenes de la sociedad para dar precisamente en nuestros hogares y nuestra vida cotidiana.
Dan Stein, presidente del grupo Federation for American Immigration Reform (FAIR por sus siglas en inglés), ha advertido que hay grupos inmigrantes envueltos en “la procreación competitiva”, cuyo fin es eliminar el poder de los blancos. Ha salido ocho veces en los canales por cable MSNBC y 18 veces en CNN. El Southern Poverty Law Center ha calificado a FAIR como grupo que promueve el odio.
Locutores de la televisión como Lou Dobbs, de CNN, han hecho eco del discurso fulminante contra los inmigrantes indocumentados, llamándolos “criminales” y un “ejército de invasores”. Glenn Beck, un comentador de CNN, leyó con tono de broma un aviso que promocionaba una solución rápida a las crisis de inmigración y energía – una “enorme refinería” que produzca “Mexinol” — un combustible hecho de los cuerpos de los inmigrantes ilegales que vienen aquí de México.
No sólo son los medios noticiosos los únicos dispuestos a colaborar con extremistas anti-inmigrantes; también lo están algunos políticos. El candidato republicano a la presidencia, Mike Huckabee, aceptó el respaldo público de Jim Gilchrist, hombre quien proclama estar “orgulloso de ser un vigilante”.
Las imágenes distorcionadas que proyectan los medios y algunos políticos han resultado en consecuencias peligrosas. Se convierten en objetivo todos los latinos para los que cometen crímenes de odio al inmigrante y que profieren discurso fulminante, porque es imposible mirarnos y determinar quién es ciudadano y quién no lo es.
La FBI reporta que los crímenes de odio contra el latino han incrementado en un 23% durante los últimos dos años.
La realidad es que la mayoría de los inmigrantes, con y sin documentos, son personas que trabajan duro y aman a su familia – y forman parte íntegra de nuestra nación. Muchos tienen más de un trabajo, para poder mantener a sus familias. Los indocumentados preferirían estar aquí legalmente si pudieran, pero el sistema migratorio está malogrado. Para las personas que quieren inmigrar aquí, hay un retraso de veinte años en el proceso para entrar al país legalmente.
La única manera de combatir el odio es de confrontarlo con algo igual de fuerte, igual de penetrante en la sociedad – la esperanza. La esperanza de un futuro mejor para todos los que residen en los EE.UU. es el impulso detrás de los esfuerzos de NCLR por unirse con otros para silenciar el discurso fulminante y dar fin a los crímenes de odio.
El mes pasado pude experimentar a primera mano el poder de la esperanza. Tuve el honor de ser la primera hispana en dar el discurso de apertura del desayuno por la unidad anual Dr. Martin Luther King, Jr., en Birmingham, Alabama. Propugné que los africanoamericanos y los latinos renovaran el compromiso histórico de ambas comunidades a promover la igualdad de oportunidades para todos nosotros. La unidad entre todas las comunidades fortalecerá nuestra resolución por eliminar el odio de la sociedad en general.
Los grupos anti-inmigrantes están usando todos los medios para difundir su mensaje de odio. Tenemos que ser igualmente persistentes con nuestro mensaje de esperanza. Con este fin, NCLR ha lanzado un sitio web, www.wecanstopthehate.org, como parte de nuestra campaña, Wave of Hope (Ola de Esperanza). También hemos escrito cartas a los políticos y ejecutivos de canales de televisión y cable insistiendo que eliminen el odio del debate migratorio que pasan por sus programas.
La esperanza es más que sólo desear mejoras. Es una expectativa respaldada por la acción. Los medios tienen la responsabilidad de no amplificar la voz del odio. Los demás tenemos la responsabilidad de desafiar a los que pretenden gobernar para que renuncien la política del odio y distanciarse de de los que se conoce se afilian con grupos de odio o con vigilantes. Juntos podemos asegurar el triunfo de la esperanza.
(Janet Murguía, presidenta del Consejo Nacional de La Raza, la organización nacional más grande de apoyo y defensa de derechos civiles de hispanos en Estados Unidos, redacta un comentario mensual para Hispanic Link News Service. Se invita a los lectores a responderle a: opi@nclr.org). © 2008