domingo, abril 28, 2024
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La rebelión de los trabajadores agrícolas de la Costa del Pacífico

por David Bacon

Un fortín quemado de hormigón –la antigua estación de policía— ocupa un lado de la única callle dividida en Vicente Guerrero, a media milla de la carretera transpeninsular de Baja California. Al otro lado de la calle se encuentra el barrio de Nuevo San Juan Copala, uno de los primeros asentamientos de los trabajadores agrícolas migrantes en el Valle de San Quintín, que tomó ese nombre de su tierra natal en Oaxaca.
Detrás de la comisaría carbonizada otro camino lleva al desierto, a un barrio más reciente, Lomas de San Ramón. Aquí, el 9 de mayo, los policías descendieron con bríos, supuestamente porque un grupo de huelguistas estaban bloqueando una puerta de una granja local. Una rama brutal de la policía mexicana hizo algo más que levantar el bloqueo, sin embargo. Al disparar balas de goma a la gente que huía en las calles polvorientas, irrumpieron en las casas y golpearon a los residentes.
Entonces la huelga de trabajadores agrícolas llevaba dos años. Algunos líderes dijeron que provocadores aventaron piedras y llevaron una confrontación, pero las palizas indudablemente crearon ardiente rabia en los barrios de Lomas y Copala. Además, un funcionario gubernamental que había estado de acuerdo en negociar no se presentó a hablar con los líderes de la huelga.
Al final del día, la sede de la policía era una cáscara quemada. Una de las camionetas blindadas (llamada “tiburones”) conducida por la policía a alta velocidad por las calles polvorientas también había sido incendiada. Es difícil maginar una demostración más dramática de la furia de trabajadores tras cuatro décadas de salarios de hambre.
Y mientras la protesta más dramática del año tuvo lugar en Baja California, la misma rabia se construye entre los trabajadores agrícolas indígenas migrantes a lo largo de la costa del Pacífico, de San Quintín en México a Burlington, una hora al sur de la frontera de Estados Unidos y Canadá. Hace dos años trabajadores triquis y mixtecos golpearon campos de fresas en el Condado de Skagit en el Estado de Washington. Dos años antes de eso, trabajadores triquis  que recogían guisantes en Salinas Valley se rebelaron contra una cuota inhumana de trabajo y las redadas de inmigrantes en el pueblo de Greenfield.
Las fresas, las zarzamoras y los blueberries que se venden a diario en los supermercados de Estados Unidos son en su mayoría recogidos por estas familias indígenas. Sus comunidades están estrechamente interconectadas, a lo largo de los valles agrícolas que bordean la costa del Pacífico. Estos migrantes vienen de la misma región del sur de México, a menudo de los mismos pueblos. Hablan el mismo lenguaje que tiene miles de años, cuando los primeros europeos arribaron a este continente. Cada vez se habla más de ida y vuelta a través de la frontera, compartiendo tácticas y desarrollando una estrategia común.
Los trabajadores agrícolas indígenas laboran para un pequeño número de grandes propietarios que dominan el mercado. Uno de los mayores distribuidores es Driscoll’s. Miles Reiter, director retirado y nieto de su fundador, revela que su intención es “convertirse en la compañía de frutos rojos mundial”. Discroll’s contrata con los propietarios en cinco países, y también exporta frutos rojos de México a China.
Driscoll’s y sus socios de Baja BerryMex y MoraMex tienen gran parte de la cosecha de frutos rojos de México, con un valor de $550 millones anuales. El año pasado México envió 25 millones de flats de fresas a Estados Unidos. Los envíos mexicanos de 16 millones de frambuesas  y 22 millones de zarzamoras fueron mayores que la producción doméstica norteamericana. La compañía, con sede en Watsonville, California, también está asociada con los propietarios en la costa del Pacífico.
Los distribuidores globales y los propietarios poseen un enorme poder  económico y político. Pero los trabajadores agrícolas están comenzando a desafiarlos, organizando movimientos independientes y militantes a ambos lados de la frontera.
Una de las huelguistas de San Quintín, Claudia Reyes (su nombre ha sido cambiado para proteger su identidad), salió cuando comenzó el movimiento. Ella trabaja en los enormes invernaderos de tomate del Rancho Los Pinos, propiedad de la familia Rodríguez, una de las políticamente más poderosas del valle.
La casa de Reyes en Santa María de Los Pinos es de bloques de hormigón con piso de concreto, una comodidad de la que carecen muchos vecinos. Luego de algunos años de haberla construido, ella aún no puede juntar el dinero para comprar los marcos y los paneles de vidrio de las ventanas. Ella también está colgada al conductor eléctrico y tiene enchufes en las paredes de concreto, pero el gobierno no provee servicio eléctrico. “Compramos velas para tener luz en la noche, y yo temo que alguna persona loca pueda irrumpir y herirme a mí o a mis hijos, porque tampoco hay alumbrado público”, dice.
Durante la temporada de trabajo de seis meses su familia no pasa hambre, pero ellos sólo comen la carne dos veces a la semana porque un kilo cuesta 140 pesos (aproximadamente 8 dólares). Los huevos cuestan 60 pesos (4 dólares) un cartón, ella dice, “entonces esto toma el trabajo de medio día sólo para comprar eso”. A ella se le paga por hora, haciendo 900 pesos por semana, o 150/día (9 dólares), para la semana normal de 6 días.
La temporada de la cosecha es sólo seis meses de duración, así que los trabajadores tienen que sobrevivir durante los meses cuando no hay trabajo. Los trabajadores Mixtec y Triqui de San Quintin al principio vinieron como migrantess anuales, volviendo a Oaxaca después que termina la cosecha. Hoy, sin embargo, la mayor parte vive en el valle permanentemente. Las casas de campamento de trabajo de BerryMex albergan a 550 migrantes temporarios, pero el resto de sus 4 a 5,000 pizcadores viven en las ciudades a lo largo de la carretera. El gobierno mexicano subvenciona algunos gastos costos de vida fuera de la temporada, en base de los ingresos llamada IMSS-Oportunidades (recientemente renombrada IMSS-Prospera). Pero la mayor parte de las familias tienen que tomar cualquiere trabajo que les sale o prestado de sus amigos.Nota
Nota del editor: Debido a la carencia del espacio, no pudimos imprimir la historia completa. Sin embargo, usted puede leer la historia completa por David Bacon, en nuestra edición en línea del 8.26.15: elreporteroSf.com.

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