sábado, mayo 18, 2024
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Algo en que pensar en el calor del verano

by Elisa Martínez

Pocas cosas me emocionan como el llanto de Rodolfo cuando se entera de la muerte de Mimí en la opera La Boheme. Uno siente la angustía, el dolor y el arrepentimiento, Se puede decir que es un final adecuado.

Es casi seguro que la mayoría de la gente morirá rodeado de sus seres queridos en casa o en un hospital. Normalmente la gente no muere sola. Alguien debe de estar presente para que nos llame por nombre. Alguien que nos tome de la mano y nos dé el último adios. Una persona compasiva que nos dé la despedida y nos ayude a pasar al otro lado para deslizarnos en esa jornada en donde a todos nos lleva la muerte por la mano. Todos necesitamos un sepulcro para que nos visite nuestra familia Un lugar donde nos lleven flores y se acuerden de nosotros.

De esto pienso hincada en la banca en la gran catedral.

El sacerdote bendice el elegante ataúd con agua bendita y entona las oraciones.

“Que los ángeles te acompañen al paraíso.” “Que te reciban con Lázaro que también fue pobre.” “Que tengas descanso eterno y que la luz perpetua brille sobre ti.”

Este no es el caso con los indocumentados. Mueren solos en el desierto. Mueren de extremo calor o de frío. Se ahogan en las fuertes corrientes del río o quedan despedazados en las carreteras rumbo a lugares desconocidos. Mueren en lugares despoblados.

No llevan documentos para identificarlos, así es que son cadáveres anónimos. Esto no es un final adecuado.

Son varios los motivos por los que cruzan la frontera. Es imposible no hacerlo cuando ven la necesidad. Sus familias carecen de lo mínimo: alimento, ropa adecuada y atención médica.

Estas no están al alcance de la gente más pobre de México, Guatemala, Honduras y otros países latino americanos y por eso se vienen. Es mucho el dolor que sienten al dejar todo pero es aún más el valor que los acompaña a su destino. Se despiden de la familia, de su país y de todo lo que más aprecian en la vida y toman un camino desconocido con mucha fe y esperanza. Vienen en busca de trabajo.

Es todo lo que desean. Trabajo donde se encuentre y por el tiempo que sea posible.

Se aprovechan de ellos muchos de su propia gente en la forma de “coyotes”, contratistas, y agricultores sin escrúpulos, ladrones y muchos más. No se les valoraba en su país nativo y siguen igual en un país extraño. Empiezan la jornada con otros semejantes y algunos mueren solos en el camino. Allí se quedan los cuerpos mientras los demás siguen adelante.

Nadie puede imaginarse lo que es el calor del desierto. Tiene uno que hacer presencia para tener una idea del horror de morir en ese arenal ardiente, de trafi car entre los insectos, las espinas del cactus, con la garganta seca y con gran desesperación.

Todo lo que queda son los huesos descoloridos o los cadáveres hinchados.

Sin documentación se convierten en anónimos en las mortuorias y después de muchos años los sepultan en fosas comunes sin bendiciones o ceremonia. No es un fi nal adecuado.

¿Se emparejan las cosas después de la muerte? ¿Somos iguales? ¿Vendrán los ángeles a acompañarlos al paraíso? ¿Estará allí el coro de ángeles con Lázaro aunque hayan muerto solos y hayan sido enterrados sin ritos? No habrá una lápida con su nombre y nadie sabrá que existieron. ¿Quién limpiará el sepulcro y quien les traerá fl ores? Sus familias nunca sabrán de ellos: madres nunca verán a sus hijos, esposas no abrazarán a sus maridos e hijos nunca sentirán la caricia de la mano encallecida de su padre. Este no es un fi nal adecuado.

¿Será cierto que la muerte nos igualará?

(Elisa Martínez un foniatra jubilado en El Paso, Texas, es un columnista contribuyente con Hispanic Link News Service. Escribele por correo electrónica a ­emar37@fl ash.net) ©2009 Hispanic Link

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