by José de la Isla
HOUSTON — Recién pasada la medianoche del 21 de marzo, 1998, Enrique Morones se hizo el primer ciudadano estadounidense de ascendencia mexicana en pedir ciudadanía doble al permitir la ley mexicana que nacionales extranjeros la solicitaran.
Morones, nacido en San Diego, California, es nieto de Luis N. Morones, fundador de una confederación de sindicatos laborales mexicanos, un grupo que fuera parte de una amplia coalición política, algo así como la relación entre la AFL-CIO y el partido demócrata, sólo que más partidaria.
En junio de 1998, el presidente Ernesto Zedillo le presentó personalmente a Morones sus nuevos documentos en el Palacio Nacional de la Ciudad de México.
Hoy, once años más tarde, Morones, de 47 años, nuevamente comparecerá ante un presidente mexicano, cuando Felipe Calderón le confiera el Premio Nacional de Derechos Humanos 2009 por su labor sobre los derechos del migrante y como dirigente de los Ángeles de la Frontera.
Morones se recibió de la San Diego State University en 1979 y recibió una maestría en liderazgo ejecutivo de la Universidad de San Diego en el 2002.
Católico devoto, se vale de una ética de doctrina cristiana que convierte la protesta en acción para aliviar el sufrimiento del individuo, al estilo del dirigente campesino César Chávez.
Yo conocí por primera vez a Morones en febrero del 2006 cuando dirigía una caravana a nivel nacional a 40 ciudades en 40 días para aumentar la conciencia de tantas personas desesperadas que intentaron cruzar la frontera hacia los EE.UU. pero que murieron en el intento. “Si ésta fuera la frontera canadiense, esto no lo verías – de ninguna manera”, había dicho.
Lo invitaron a dar un discurso ante el grupo de estudiantes latinos de la Universidad de Georgetown, para explicar cómo su caravana se proponía alzar la conciencia del número creciente de muertes en la frontera, la cual fue sellada herméticamente tras el 11 de septiembre del 2001, para dejar tan aislado este país como alegan hacer las bolsitas para sándwiches con el aire.
Como consecuencia, el movimiento informal de personas migrantes se canalizó a corredores del desierto más peligrosos.
Los obreros y trabadores por temporada, mujeres y niños queriendo reunirse con esposos y padres iban muriéndose en la larga marcha por cada vez más peligroso terreno, en el que sólo los trafi cantes de carga humana ofrecían una mano – por un precio.
Morones y sus Ángeles de la Frontera habían salido de San Ysidro, California, a visitar las 40 ciudades para alentar a los dirigentes locales a unirse a una manifestación nacional contra la legislación draconiana aprobada por la Cámara de Representantes que haría criminales de 12 millones de migrantes de esta nación y que castigaría severamente a cualquier persona que los ayudara, aun a los migrantes que sufrieran de heridas, deshidratación y desorientación. Por el camino la caravana plantó 4.400 crucifi jos para honrar a los que murieron en el intento de cruzar la división internacional.
“Por el amor de Dios, haz algo” fue el llamamiento a los estudiantes jóvenes, la mayoría de los cuales no había oído nunca el llamado moral a la acción. Rogó con palabras razonadas y lastimeras. A las personas razonables no es necesario decirles la verdad a gritos. Su mirada ardiente era la de un Juan Bautista contemporáneo, un Martin Luther King Jr. de discurso llano, un César Chávez menos auto fl agelante.
Dos días más tarde, sobre el jardín nevado del Capitolio de los Estados Unidos, se unieron a los tres Ángeles de la Frontera, unos 30 activistas más, incluyendo a sindicalistas y estudiantes, quienes alzaron pancartas hechas a mano para hacer su declaración.
Una chiquita que observaba se volteó hacia su madre – claramente eran turistas – para preguntarle qué hacía esa gente. Estaban allí porque “alguien está construyendo un muro entre nosotros”, le respondió su mamá.
Poco después los Ángeles partieron hacia Filadelfi a, Nueva York, Milwaukee, Minneapolis, Chicago, Salt Lake City, y Denver camino de vuelta a la costa oeste. En cada lugar, el pasar la voz entre persona y persona se convirtió en una red nacional que incluía a religiosos evangélicos y católicos, locutores de radio, estudiantes, sindicalistas y otros más. En marzo y en abril del 2006, la chispa de la conciencia llevó a las mayores manifestaciones en la historia de los EE.UU., con cinco millones de personas que se desfi laron por las calles de sus ciudades pidiendo la reforma migratoria.
No diré que todo eso lo causó Morones, pero sí diré que vi la chispa en sus ojos que encendió algo que una niña, una madre, algunos estudiantes, sindicalistas, activistas y cinco millones de personas más comprendieron.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos en México está honrando, como debemos hacer todos, a aquellas personas de ojos ardientes que toman acción cuando alguien construye un muro entre nosotros.
[José de la Isla redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service y es autor de The Rise of Hispanic Political Power (2003). Su último libro, auspiciado por la Fundación Ford, se encuentra en versión digital gratuita en www.DayNightLifeDeathHope.com. Comuníquese con él a: joseisla3@yahoo.com]. © 2009