por José de la Isla
HOUSTON – Fidel llamaba por teléfono móvil durante las palabras finales de Hugo Chávez en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, después que el rey Juan Carlos de España le dijera a Chávez, presidente de Venezuela, que se callara.
El dictador cubano, convaleciente, quería decirle a Chávez que pensaba en los voluntarios chilenos quienes fueron a luchar contra el dictador nicaragüense Anastasio Somoza en los años 1960.
¿Es acaso importante la reminiscencia de Fidel? Usted dirá.
El régimen de Somoza se encontraba en problemas luego que los guerrilleros sandinistas, financiados por el régimen cubano y la Unión Soviética, penetraran en el gobierno. Sin embargo, el apoyo que recibían los 3sandinistas no dio un salto hasta ocurrir el terremoto devastador de 1972 que sacudió Managua (y los Somoza se robaron mucha de la ayuda internacional que se envió). Jimmy Carter retiró el respaldo estadounidense al régimen nicaragüense, y Somoza dimitió en el año 1972.
Daniel Ortega, miembro de la junta conformada por varios partidos políticos, fue electo presidente. Sirvió de 1985 hasta 1990, con respaldo de Castro. Los contra, bien armados y con respaldo de los Estados Unidos, se movilizaban contra Ortega en lo que intentaba implementar enfoques socialistas. Al encontrar considerable disensión interna, Ortega se dirigió con hostilidad hacia los Estados Unidos.
Más de 30.000 nicaragüenses murieron en el conflicto entre el gobierno sandinista y los contra.
El conflicto conllevó al escándalo estadounidense Irán-Contra, en el que el coronel Oliver North y miembros de la administración de Reagan retaron la enmienda Boland promovido por el Congreso, vendieron armas a Irán, y utilizaron lo ganado para suministrar armas a los contra.
De entonces a hoy, el imperio soviético se derrumbó, y con él desaparecieron los subsidios comerciales directos e indirectos a Cuba. Desde esa época el régimen cubano no ha podido suministrar al mismo nivel los bienes básicos a su pueblo. Se ha dirigido al turismo y hasta a alegaciones de tráfico de drogas para conseguir dinero en efectivo.
En vistas de las resultantes escaseces de productos de consumo, el surgir del mercado negro y de los abusos de los derechos humanos, se esperaba que hubiera algunos cambios en lo que el partido comunista de Cuba se preparaba a convocar su cuarto congreso en 1991. De acuerdo al libro del periodista Andrés Oppenheimer, “La hora final de Castro: La historia secreta tras la inminente caída del comunismo en Cuba”, el partido recogió 1,1 millón de opiniones, las cuales derivaron en 76 informes con un total de 9.063 páginas. Los reformadores hasta pensaron en una transformación estructural con un primer ministro de tendencia reformista al mando del gobierno.
Un informe clasifi cado salió al comité central con un conteo de 3.300 personas que querían mercados agrícolas de comercio libre. Las cifras constaban apenas un susurro pero se percibió como un grito para un sistema que a duras penas tolera la disensión y que de hecho no tolera ninguna oposición. Las reformas que exigía el pueblo no se podían dejar sin atender.
Se reportó que Raúl Castro hasta apoyaba algunas de las reformas. No obstante, el mismo brilló por su ausencia durante la apertura del congreso. No apareció sino hasta el final. Fidel había dado fin al movimiento reformista.
Es por esa razón que la encuesta secreta, reportada este mes por el International Republican Institute (IRI por sus siglas en inglés), no dio mucha sorpresa. Los cubanos más jóvenes y de mayor nivel educativo dan impulso a las cifras que indican un apoyo extraordinario a un sistema más democrático (76 por ciento) y una economía con base en el mercado (84 por ciento).
Alguna vez con vínculos al partido republicano, pero ahora se supone sin tendencias partidistas, el IRI realizó 600 entrevistas al azar en la isla. La metodología que implementó, en la que los entrevistados no sabían que se les entrevistaba, no deja de ser un método controversial entre los grupos que realizan encuestas.
Lo que no es de controversia es que el Viejo, entre sus hazañas ideológicas de fantasía y economías de escasez, no consideró los requerimientos básicos de su gente. De lo contrario, lo que hizo fue crear filas largas estilo depresión para conseguir el pan de cada día.
La encuesta de 1991 y una más reciente también sugieren que las personas no están dispuestas a abandonar lo que ha progresado su país, en términos de la salud y la educación.
Entre las últimas boqueadas del Viejo por teléfono móvil a Hugo Chávez, no había pretensión arrogante por cuántas personas ayudó a sobrevivir, sino por haber derrochado las vidas y el patrimonio del país para resistir, para luchar, para morir – por Dios sabe qué cosa.
[José de la Isla, autor de “The Rise of Hispanic Political Power” (Archer Books, 2003), redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service. Comuníquese con él a: joseisla3@yahoo.com]. © 2007