por José de la Isla
Hispanic Link News Service
CIUDAD DE MÉXICO – Elizabeth Catlett murió este mes a los 96 años de edad en Cuernavaca, a 80 millas de distancia de esta ciudad.
La mayor parte de las narrativas referente a su fallecimiento se refería a ella sencillamente como africana americana y binacional, una ciudadana mexicana nacida y criada en los Estados Unidos. Unos cuanto le encasillaron como una “importante artista africana americana” para tipificar su obra. Ella fue mucho más que eso.
Se encuentra entre la tradición de los grandes maestros del siglo XX. El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México ha descrito a Catlett como una artista quien siempre demostrara en su obra un profundo interés “por la justicia social y los derechos de la mujer negra y mexicana”.
Una necrología de The Los Angeles Times mencionó que el gobierno estadounidense la había categorizado como “undesirable alien” (extranjera indeseada) en 1959. Mencionó que se le detuvo brevemente durante una redada de expatriados que vivían en México, sospechados de actividades comunistas. Se le denegó una visa estadounidense durante la década de los 1960.
La misma necrología le citó diciéndole a un entrevistador del St. Petersburg Times alguna vez que en México, “como artista se te admira mucho, en vez de verte como algo extraño. En México, hay una actitud diferente sobre el arte”.
La obra más conocida de Catlett incluye litografías de fines de los sesenta de imágenes de Malcolm X y Angela Davis. Sus grabados más conocidos incluyen Sharecropper (1968) y Malcolm X Speaks for Us (1969), que expresan su compromiso de por vida al arte como herramienta del cambio social, a la que con frecuencia incorporaba en sus obras el lema, “Black is Beautiful”.
Sus esculturas conocidas incluyen Dancing Figure (1961), The Black Woman Speaks y Target (1970). Black Unity (1968) muestra un puño de caoba de un lado y rostros africanos del otro. Las esculturas, Homage to Black Women Poets y Homage to My Black Young Sisters (ambas de 1968) son obras abstractas de cedro rojo de una mujer con la cabeza y el puño en alto.
Catlett había dicho que quería demostrar la historia y la fuerza de la mujer – urbana, campesina, obrera e históricamente importante.
Su biografía en sí indica cómo, de alguna manera, la vida y la obra de uno se fusionan de la misma forma en que se fusionan la nacionalidad, la etnia, la identidad, la misión vital y el talento.
Elizabeth Catlett nació en Washington, D.C., en 1915, nieta de esclavos liberados. Su padre era profesor de matemáticas y su madre agente de ausentismo escolar. En la década de los 1930, sacó su título universitario en Howard University, en Washington, D.C.
Conoció las obras de los muralistas mexicanos Diego Rivera y Miguel Covarrubias, quienes habían trabajado extensivamente en los Estados Unidos.
Covarrubias, en realidad, sirviendo de ilustrador en la revista New Yorker y otras revistas nacionales de los años veinte y treinta, había dado a conocer a millones de personas las imágenes de sofisticados negros de la era del jazz en Harlem.
Catlett prefería crear esculturas semi abstractas después de estudiar la escultura como estudiante graduada de la Universidad de Iowa, donde recibió una maestría en bellas artes en 1940. Esculpió Negro Mother and Child como tesis de maestría y ganó el primer premio en la exposición Columbia, de artistas africano americanos en Chicago en 1940.
Ese mismo año dirigió el departamento de arte de la Dillard University en Nueva Orleans. Más adelante, durante los 1940, se mudó a la Ciudad de México para estudiar la cerámica. Agregó la lucha de los trabajadores mexicanos a su compromiso por las causas del africano americano. Se refería a “mis dos pueblos”, incluso mezclando elementos de sus fisionomías en sus obras.
Se encontró con almas compatibles en el Taller de Gráfica Popular, una colectiva conocida por producir en masa afiches a favor de causas populistas. Conoció al renombrado artista Francisco Mora allí, y se casó con él. Mora murió en el 2002.
En México, Catlett fue aceptada de una manera que no había conocido en casa, la misma experiencia que han vivido otros artistas, escritores, y músicos estadounidenses, como el compositor Aaron Copland, por ejemplo. Continuó promoviendo las causas del negro incluso después de hacerse ciudadana mexicana en 1962.
Es tal vez esto lo que tiene que hacer con la responsabilidad que tienen los artistas, así como los escritores, de mostrar la búsqueda de la justicia, capturando el temperamento y el ánimo individuales, hallando el sentimiento, y exponiendo su color y forma.
(José de la Isla, columnista de distribución nacional con los servicios de noticias Hispanic Link y Scripps Howard, ha sido reconocido durante dos años consecutivos por New America Media. El título de su próximo libro a publicarse es: “Our Man on the Ground”. Sus libros previos incluyen, “DAY NIGHT LIFE DEATH HOPE” (2009) y “The Rise of Hispanic Political Power” (2003), disponibles en joseisla2@yahoo.com).