por José de la Isla
HOUSTON – Cuando un país sufre un cambio repentino y no anticipado, o se siente amenazado, su población está sujeta a la comisión de ultrajes. Hasta la fecha la lista de ofensas y delitos cometidos contra los inmigrantes que violan nuestros propios esquemas morales en los Estados Unidos es digna de una investigación por infracción de derechos humanos.
Pero, ¿acaso hoy difiere de otras eras en las que los prejuicios descomedidos de una minoría vociferante formaron las actitudes del público?
Hay un ejemplos que algunos recordarán. Se trata de la manera en que Benjamin Franklin enajenó a los migrante alemanes en las colonias de los años 1760 con llamarlos “Palatine Boors”, lo cual equivale a decir que eran “chupa-monedas mal educados”. Hoy con frecuencia se refiere a Franklin para ilustrar cómo las comunidades alemanas que se formaban en ese entonces no aparecieron sin fricción con el establecimiento. Franklin hasta se quejó de la lengua que hablaban y de lo perjudicado que podría resultar el idioma inglés.
¿Suena algo familiar?
La otra parte de la historia, con frecuencia omitida, es que Ben Franklin, ya famoso y adinerado, buscó ser reelegido a la Asamblea de Pennsylvania en 1764. Perdió porque los alemanes, molestos por la ofensa étnica que profirió, salieron a votar en su contra.
Una moral tentadora podría ser sobre la justicia política, pero en realidad es más profundo que eso. Lo de los alemanes ocurrió hace 244 años y mucho ha transcurrido desde entonces.
En esa época se establecían por primera vez las comunidades nacionales, sin incluir a los indígenas norteamericanos. Es lo que hoy llamamos la formación de naciones. Sin embargo, la forma que tomó está prácticamente establecida ya, con nuestras instituciones, tradiciones y leyes en su lugar. No obstante, lo de “comunidad” – con más de 40 defi niciones vigentes haciendo que el establecimiento sea de pueblos, barrios, subdivisiones, identidades y grupos de interés – es una obra sin fi nalizar, y sin miras a completarse.
Es así la naturaleza de una sociedad dinámica. A los ciudadanos escrupulosos no les preocupa, en realidad. Es otra cosa lo que molesta.
Los editores de la revista Economista dieron en el clavo. “Los países, como la gente”, escribieron, “se comportan peligrosamente cuando su ánimo se vuelve oscuro”. Esa oscuridad puede resultar en malas leyes. Es un refl ejo de la ansiedad vuelta desdén.
No es el miedo. La gente temerosa se encoge, huye. Por lo contrario, la gente toma acción a partir de su ansiedad. En su libro asombrosamente perspicaz, “A Brief History of Anxiety”, Patricia Pearson reconoce el sentido de alarma que comprende el miedo. Menciona el pavor, la desconfi anza y la ansiedad.
Las ansiedades nacidas del 11 de septiembre dieron fi n a la idea popular sobre la economía que decía que podíamos enriquecernos con nuestra propia voluntad, con el individualismo y con la desregulación. Lo que siguió fue una guerra sin fi n con un enemigo sin estado ni uniforme, comprometió los derechos civiles y alimento la desconfi anza de los enajenados (aliens), y el pavor de continuar como nuestro pasado inmediato. Muchos hoy creen que mientras más trabajamos, más nos atrasamos. En los últimos cinco años, el 99 por ciento de nosotros no avanzó económicamente.
Es ésa la imagen de nuestra ansiedad popular. Sin embargo, por defi nición es el resultado de la llegada de alguien nuevo a nuestro entorno. Hay bastantes personas que apoyan la noción que de alguna manera esas “otras personas” tienen al menos parte de la responsabilidad. Así no sean la enfermedad, sí son un síntoma indeseado.
Haciendo referencia a una encuesta mundial sobre la salud mental que realizó la Organización Mundial de la Salud, Pearson señala que somos el pueblo más ansioso del mundo. Una persona en los Estados Unidos tiene cuatro veces más la probabilidad de sufrir un trastorno general de ansiedad que otra persona en México. La OMS reportó que a pesar de las diferencias económicas, el 94.4 por ciento de los mexicanos nunca ha sufrido de la depresión ni de un episodio mayor de ansiedad. (Otros datos muestran que los mexicanos, cuando llegan aquí, se vuelven igual a nosotros). Nuestra probabilidad de sufrir ansiedad es nueve veces mayor que la de un obrero chino.
Pearson se vale de información antropológica para mostrar que en algunas culturas la gente no tiene siquiera el concepto del miedo como nosotros lo defi nimos. Otros tienen prácticas rituales, las cuales rompen el sortilegio y traen alivio.
Nuestro ritual comunal cultural para romper el sortilegio de la ansiedad desenfrenada es una elección. Y así como en la era colonial, aquéllos que fomentan nuestra disensión en vez de animar la formación de una comunidad civil merecen perder, incluso Benjamin Franklin. Hispanic Link.
[José de la Isla, autor de “The Rise of Hispanic Political Power” (Archer Books, 2003), redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service. Comuníquese con él a: joseisla3@yahoo.com]. © 2008