NOTA DEL EDITOR
QUERIDOS LECTORES:
No he leído un artículo con tanta agudeza sobre política internacional. Escrito con mucha claridad, este artículo, cuyo autor es John Pilger, prepara al lector para realmente entender lo que los llamados principales medios han cubierto y lo que no de la política norteamericana. SEGUNDA PARTE DE DOS.
Silenciar América mientras se prepara para la guerra
por John Pilger
Fue Hillary Clinton quien, como secretaria de Estado en 2010, elevó la competencia por la reivindicación de rocas y arrecifes en el Mar del Sur de China a cuestión internacional; siguió la histeria de CNN y BBC; China estaba construyendo pistas de aterrizaje en las islas disputadas. En un juego de guerra colosal en 2015, Operación Talismán Sabre, los Estados Unidos y Australia practicaron “asfixiar” el estrecho de Malacca a través del cual pasa la mayoría del petróleo y el comercio de China. Esto no era una novedad.
Clinton declaró que América tenía un “interés nacional” en esas aguas asiáticas. Las Filipinas y Vietnam fueron alentados y sobornados para ejercer sus acciones y largas enemistades contra China. En los Estados Unidos, la gente está siendo preparada para ver cualquier posición defensiva china como ofensiva, y así se abre el terreno para una rápida escalada. Una estrategia similar de provocación y propaganda se aplica respecto a Rusia.
Clinton, la “candidata de las mujeres”, deja un rastro de golpes sangrientos: en Honduras, en Libia (además del asesinato del presidente libio) y Ucrania. Lo último es ahora un paseo temático de la CIA con los nazis y la primera línea de una posible guerra con Rusia. Fue a través de Ucrania –literalmente, el territorio fronterizo– por donde los nazis invadieron la Unión Soviética, que perdió a 27 millones de personas. La catástrofe épica está aún presente en Rusia. La campaña presidencial de Clinton ha recibido dinero de las diez mayores empresas de armas del mundo. Ningún otro candidato lo habría obtenido.
Sanders, la esperanza de muchos jóvenes estadunidenses, no es muy diferente de Clinton en su propietarista visión del mundo más allá de Estados Unidos. Él respaldó el bombardeo ilegal de Serbia llevado a cabo por Bill Clinton. Él apoya el terrorismo de Obama mediante drones, la provocación de Rusia y el regreso de las fuerzas especiales (escuadrones de la muerte) a Irak. Él no tiene nada que decir de los toques de tambores de las amenazas a China y del riesgo acelerado de la guerra nuclear. Él está de acuerdo en que Edward Snowden debe enfrentar un proceso y llama a Hugo Chávez –como él, un socialdemócrata– “un dictador comunista muerto”. Él promete apoyar a Hillary Clinton si es nombrada.
La elección entre Trump y Clinton es la vieja ilusión de elegir: son dos caras de la misma moneda. Al atraer a las minorías y prometer “hacer grandes de nuevo a los Estados Unidos”, Trump es un populista doméstico de derecha; sin embargo, el peligro de Clinton puede ser más letal para el mundo.
“Sólo Donald Trump ha dicho algo significativo y crítico de la política exterior estadunidense”, escribió Stephen Cohen, profesor emérito de Historia Rusa en Princeton y NYU, uno de los pocos expertos en Rusia en los Estados Unidos que han hablado acerca del riesgo de una guerra.
Y en una transmisión radiofónica, Cohen se refirió a cuestiones críticas que sólo Trump ha abordado. Entre ellas: ¿por qué Estados Unidos está “en todas partes del globo”? ¿Cuál es la verdadera misión de la OTAN? ¿Por qué Estados Unidos siempre busca cambio de régimen en Irak, Siria, Libia, Ucrania? ¿Por qué Washington trata a Rusia y a Vladimir Putin como un enemigo?
La histeria de los medios liberales en torno a Trump sirve de ilusión de un “debate libre y abierto” y de “democracia en el trabajo”. Sus puntos de vista sobre los inmigrantes musulmanes son grotescos, a pesar de que el deportador-en-jefe de la gente vulnerable en los Estados Unidos no es Trump sino Obama, cuya traición de la gente de color es su legado: como el almacenamiento de población negra en las cárceles, ahora más numeroso que el gulag de Stalin.
Esta campaña presidencial puede no ser sobre populismo sino sobre liberalismo estadunidense, una ideología que se ve a sí misma como moderna y por tanto superior y el único camino verdadero. Los que están a su derecha son semejantes a los imperialistas cristianos del siglo XIX, con un derecho de Dios para convertir, para cooptar o para conquistar.
En Gran Bretaña, esto es el blairismo. El cristiano criminal de guerra Tony Blair se fue con su preparación secreta de la invasión de Irak porque la clase política liberal y los medios cayeron por su “cool Britannia”. En The Guardian el aplauso fue ensordecedor; fue llamado “místico”. Una distracción conocida como política de identidad, importada de los Estados Unidos, descansó fácilmente en su cuidado.
Se declaró que la historia había terminado, que la clase había sido abolida y el género fue promovido como feminismo; muchas mujeres se volvieron nuevas MPs laboristas. Votaron el primer día del Parlamento para recortar los beneficios de padres solteros, en su mayoría mujeres. La mayoría votó por una invasión que produjo 700,000 viudas iraquíes.
El equivalente en los Estados Unidos son los belicistas políticamente correctos del New York Times, The Washington Post y la cadena TV que dominaron el debate político. Vi un debate furioso en CNN sobre las infidelidades de Trump. Era claro, decían, que no es un hombre en quien se pueda confiar en la Casa Blanca. Ninguna cuestión se abordó. Nada del 80 por ciento de estadunidenses cuyo ingreso colapsó a los niveles de 1970. Nada de la deriva a la guerra. La sabiduría recibida parece decir “tápate la nariz” y vota por Clinton: nadie sino Trump. De ese modo, detienes al monstruo y preservas un sistema amordazante para otra guerra.