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Poniendo en juego la raza – la perspectiva del norteamericano

por José de la Isla

HOUSTON– Acertó el comediante Bill Mahr–¿acaso nadie se dio cuenta que Obama es negro antes de la primaria en Carolina del Sur?

Hasta ese momento, los contendientes llevaban el tema de la raza de manera bastante responsable. Pero en el ardor de la competencia, surgió el factor racial de forma matizada y poco explícita. A continuación se encresparon las sensibilidades defensivas.

Hillary Clinton sencillamente le atribuyó mayor crédito a Lyndon Johnson que lo merecido, al decir que el sueño de Martin Luther King no se realizó sino hasta que Johnson aprobó la ley de derechos civiles. Por supuesto que llevó todo un movimiento para que tanto Johnson como el Congreso llegaran a tal punto.

Pero cuando Obama dijo que la afirmación de Clinton era “desafortunada” y “mal aconsejada” así dicha, se benefició de sensibilidades que le arrojaron una luz falsamente desfavorable a Clinton. Obama habría podido decir que ella presentó una versión errónea de aquellos eventos históricos.

Lo que hay que llevarse de esto no es quién ganó sino cómo se manipula a los votantes en esta situación. Ninguno de los dos candidatos se equivocó por completo en su versión de la historia, pero tampoco ninguno tuvo toda la razón.

No obstante, el mensaje subliminal resultó ser que Obama era el perjudicado por lo que cuenta con mayor autoridad para saber lo que significan aquellos eventos porque él es negro. Aquí discrepo.

En algún punto, el reclamar autoridad sobre los eventos y actos de mucho valor que llevaron a una resolución y que concedió a un grupo de personas sus derechos civiles tiene que pasar a ser parte del dominio público. Ya estos eventos no son propiedad exclusiva de ningún grupo en particular, sino que les pertenecen a todas las personas que estuvieron presentes, que hicieron algo útil, que apoyaron los esfuerzos hasta el final.

Por eso es que el atribuir crédito o el querer crédito, como si esto fuera una gala de presentación de premios, no pone ni a Clinton ni a Obama en una luz favorable.

En términos de cómo puso en juego el tema, Barack Obama acudió a su grupo africano-americano afín y ellos, con su empuje, a lo ayudaron a una victoria sólida en la primaria de Carolina del Sur. No acertó tanto en cuanto a la sustancia del asunto tanto como acertó en no ser el primero en lanzar el primer golpe.

Es así que el público se descarrila fácilmente del enfoque principal, lo cual creo es lo que ocurre aquí. La raza y el género son consideraciones cuando son la base sobre la que se infringe en los derechos de una persona. De no ser así, me parece que nuestra atención debe enfocar el discernir quién propone una política clara que nos conduzca de donde nos encontramos a donde al  candidato o a la candidata le parece que debemos estar.

Además, ¿qué es lo que de manera irrecusable le califica a tal persona a no sólo dirigir, sino dirigir en una dirección correcta? Nos hemos hartado de los líderes tóxicos. Y aquí la raza y el género pueden formar parte de la identidad de un dirigente. La lección del siglo XXI que debemos tener muy en claro es que el que un presidente sea de una raza distinta a nosotros no implica que se nos niega la nuestra.

Ya el género es una conclusión establecida de antemano. Los Estados Unidos no lleva la batuta en cuanto a seleccionar a dirigentes de estado femeninas. En cuanto a la raza, lo que hay que decidir es, ¿qué raza? El diálogo de monopolio que propone estrechamente que somos una nación de negros y blancos ya pasó hace mucho tiempo. En realidad, las cifras muestran que nuestra nación podrá ser muy diferente a cómo la pintamos.

Un sondeo de la American Academy of Child & Adolescent Psychiatry informa que en los últimos 30 años, los matrimonios celebrados de parejas de raza negra y raza blanca aumentaron en un 400 por ciento (mientras que aumentaron en mil por ciento para las personas blancas con personas asiáticas).  Mientras tanto, el 47 por ciento de adolescentes blancos, el 60 de adolescentes negros y el 90 por ciento de adolescentes hispanos reportaron haber salido con alguien de “otra raza”.

Por ende, ¿cómo vamos a llamar a la progenie de nuestra nueva sociedad? ¿Y será que los políticos del futuro tengan una raza que poner en juego?

Contamos con una lección de la historia que nos oriente. John Charles Chasteen, el distinguido profesor de historia de la Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill, lo explica en el prólogo de su excelente libro, “Americanos: Latin America’s Struggle for Independence”. Antes que empezara la época de las luchas de independencia, en 1807 y 1808, la mayor parte de ellas contra España, el término “americano” se utilizaba para denotar exclusivamente a personas de ascendencia europea.

Para 1825, cuando finalizaron las luchas por la independencia, los “americanos” eran todas las gentes de este continente – de ascendencia europea, indígena, africana y mestiza – quienes formaban la mayoría de la población.

Lo que evidentemente hace falta ahora es nuestra propia perspectiva de americanos. Es un término sobre el que hay que reflexionar, a casi doscientos años después, como una manera de denotar la formación de una nueva población que no se deja limitar por los prejuicios del pasado.

[José de la Isla, autor de “The Rise of Hispanic Political Power” (Archer Books, 2003), redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service. Comuníquese con él a: joseisla3@yahoo.com]. © 2008

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