por José de la Isla
HOUSTON, Texas — Conocí a Fanny Riva Palacio, entonces editora con El Heraldo de la Ciudad de México (ahora profesora universitaria), durante los comicios presidenciales de México en 1994. Nos juntaron para entrevistar a María Elena Cruz Varela, escritora recientemente liberta de la cárcel en Cuba. Un día estaba aislada del mundo; al día siguiente, literalmente, observaba una elección democrática.
Varela nos contó cómo la habían torturado y que “no estaba aquí” con nosotros. Al comienzo, parecían palabras de hipérbole de una poeta.
“¿Qué quieres decir con que no estás aquí?”
“Mi corazón está en Cuba”, me dijo. “Yo me morí en La Habana”.
En aquel instante sentí la frágil membrana que separa mi realidad de la de otra persona.
Recordamos, Fanny y yo, esa entrevista cada vez que nos reuníamos durante mis viajes a México en los años que siguieron. Ella parecía estar divertida con mi deseo de comprender la experiencia latinoamericana.
Decía que ella tenía al alcance de las yemas de los dedos una realidad que yo no era capaz de entender; que tenía los pernos demasiado ajustados como para poder ver desde otro ángulo.
Me recomendó leer un libro.
El 17 de abril, al iniciarse la Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, mientras que charlaban los dirigentes de gobierno esperando ser anunciados antes de ingresar al Gran Salón, el presidente Obama vio al otro lado del recinto a Hugo Chávez. Se le acercó y dijo, “¿Cómo estás?”. Sonrieron, y Chávez algo respondió. Se dieron la mano y Obama volvió a su posición en la fila.
Un funcionario principal de la administración describió la sesión que siguió en el salón como “animada”. Se cree que los colegas le advirtieron a Chávez que bajara el tono de los exabruptos contra los Estados Unidos por lo que se le conoce.
Al entablar relaciones más cálidas, a Obama y a Chávez los fotografiaron dándose la mano por segunda vez y Chávez le presentó a Obama un ejemplar del libro, “Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano.
Es el mismo libro que me recomendara a mí Fanny hace una docena de años. Sigue siendo la mejor obra periodística y literaria de su índole. El libro es diferente de esas tersas historias incapaces de trascender la frágil membrana entre una realidad y otra.
Nuestra tendencia es de tomar como severa crítica u oculta antipatía o disensión ideológica cuando los latinoamericanos sostienen que no contamos con la perspectiva para comprender su experiencia.
No obstante, su crítica populista con frecuencia es una indicación del dolor profundo y de la decepción que siente un amigo que añora ser comprendido de acuerdo a sus propios términos.
En el prólogo de la edición que yo leí, autora Isabel Allende dice que ella descubrió el libro en Chile, “cuando era joven y todavía creía que el mundo se podía conformar de acuerdo a nuestras mejores intenciones y esperanzas”. Ella imaginó del libro que “América era una mujer y ella me susurraba al oído sus secretos, los actos de amor y de violación que le habían creado”.
Dijo que Galeano era “uno de los autores más interesantes de salir nunca de América Latina”. Cuando se exiló ella después del golpe militar en Chile, se llevó algo de ropa, fotos de la familia, un saco de tierra de su jardín, un tomo de poesía de Pablo Neruda y su ejemplar de Venas abiertas.
El libro, de 1971, es una crítica económica, una etnografía, una historia, una ecología, periodismo y una obra maestra literaria menor.
De parte de Hugo Chávez, fue una buena ofrenda de paz, pero una ofrenda que podría fácilmente malentenderse, porque en los Estados Unidos todavía hay demasiadas personas que no se dan cuenta que la realidad puede presentarse con varias versiones; que otros tienen el derecho de tener su propia realidad.
[José de la Isla, cuyo último libro Day Night Life Death Hope, lo distribuye la Fundación Ford, redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service. También es autor de The Rise of Hispanic Political Power (2003). Comuníquese con él a: joseisla3@yahoo.com].