por José de la Isla
Hispanic Link News Service
En Irak hubo “victoria” y hay otra pendiente en Afganistán. Ahora, nos informan, debemos volver nuestro armamento hacia la guerra contra las drogas.
La necesidad de escalamiento y un triunfo ofuscado a cualquier precio llevó al subsecretario del Ejército estadounidense, Joseph W. Westphal, a soltar un pito horripilante. Ha sembrado en el discurso público la idea que no estaría fuera de lugar invadir México. Tampoco nos gusta perder las guerras. Peleamos sólo por el lado correcto porque nuestra intención es llegar a un final feliz. Sólo hay que consultar cualquier texto de historia de la educación pública, si alguna duda hubiera.
Dado este hecho, se cometió un error desde el principio al aplicar mal la palabra “guerra” a la campaña por minimizar el consumo ilícito de drogas y su distribución. Las guerras provocan la resistencia del lado opuesto. Eso no nos gusta ni lo comprendemos.
El gobierno de Nixon le dio un giro policial a la guerra contra las drogas en los albores de los años setenta. Lo que le preocupaba era la juventud fuera de control (la mayoría universitarios), la asociación entre el fumar marihuana y resistir la conscripción, los hippies, los yippies, la marea cultural y los Beatles. El consumo de drogas se consideraba el denominador común entre lo que causaba el desorden y lo que amenazaba la comunidad correcta, conservadora y moral y lo que sacaba de quicio a los exagerados jóvenes.
Surgió una industria policial, de rehabilitación, de terapia de conversación y tratamiento y de relaciones públicas circundante a unas inquietudes legítimas referentes a la distribución y el uso ilícito de las drogas. No obstante, la aplicación de las leyes contra las drogas de hoy tiende a servir otros propósitos de control social.
Por ejemplo, la posesión de pequeñas cantidades de marihuana es la principal causa de detención en la ciudad de Nueva York: 50.383 casos. De estos, el 86 por ciento de las detenciones el año pasado fueron de personas negras y latinas, a pesar que la investigación ha demostrado consistentemente que los jóvenes blancos tienen índices más altos de consumo de marihuana, según la Drug Policy Alliance.
En otro teatro de la guerra, un informe de noviembre del 2008 de la Brookings Institution, un organismo de investigación en Washington, D.C., en colaboración con el ex presidente de México, Ernesto Zedillo, declaró que la guerra contra las drogas en Estados Unidos había fracasado. El informe pidió que se volviera a pensar la política estadounidense “asimétrica” que busca que países como México restañen el flujo de drogas sin hacer un esfuerzo logrado por detener el flujo de armas hacia el sur y por evitar el problema de salud pública que representa el consumo de drogas a gran escala. La lucha contra las drogas seguirá fracasando siempre que la aplicación de las agencias del orden siga siendo lo que enfatice la política. El descuido del problema del consumo, a pesar de toda la evidencia en cuanto a la salud y la ciencia cerebral y la adicción, demuestra lo mal rendida que está esta política.
A más de dos años del informe de Brookings, el Diálogo Inter-Americano también indica que la política es un fracaso. Presenta un desafío a la política, cuyo propósito es de seguir peleando y gastando hasta la eternidad, sin mostrar interés aparente en cuanto a si está en declive o no el uso y la distribución de las drogas. “El debate sobre la guerra estadounidense contra las drogas que tiene 40 años”, afirma el Diálogo, “continúa mudo”.
Presidente emérito del Diálogo Inter-Americano, Peter Hakim, presentó su caso ante el “zar de las drogas” Gil Kerlikowske. Informó al personal de la Office of National Drug Control Policy, y discutió el informe con subsecretario William Brownfield del Bureau of International Narcotics and Law Enforcement Affairs.
¿A quién quería mover Hakim? ¿A las mismísimas personas cuyas carreras dependen de mantener activa la guerra contra las drogas? ¿Acaso no hemos visto ya este escenario? Me refiero a la educación pública, donde los malos resultados resultan en más dinero, que produce más resultados malos.
El remedio sería enviar buen dinero detrás de buenas políticas. No lo es enviar buen dinero detrás de malas políticas. El “debate de gran alcance” que busca Hakim es sólido pero poco probable dados los promotores de la guerra.
Hay que mirar largo y tendido al fondo de los sindicatos de políticas públicas que mienten y que carecen de interés público alguno. La razón nos obliga a buscar algo diferente. Con las drogas, hasta la temática de ley y justicia suena hueca – como si fuera para los documentales de episodios futuros del programa de televisión Cops.
Algunos días, brillantes informes sobre la disolución o captura tienen un aspecto parecido a aquel estandarte que decía “Misión Cumplida”, sólo ocho largos años antes que la guerra en Irak comenzara a menguarse.
Para hacer que la guerra en Irak se retire más y más al pasado, hubo que hacer algunos cambios valientes de políticas, de personal y de la actitud del público. De igual manera nos llevará para cambiar la guerra contra las drogas.
[José de la Isla es columnista de distribución nacional con los servicios de noticias Hispanic Link y Scripps Howard. Su próximo libro se titula en inglés, “Our Man on the Ground”. Sus dos libros previos son “DAY NIGHT LIFE DEATH HOPE” (2009) y “The Rise of Hispanic Political Power” (2003), Adquiéralos en joseisla3@yahoo.com]