[Author]por Héctor Luis Álamo
LatinoRebels.com
Analista de noticias[/Author]
Para explicar las causas originarias de la actual crisis de refugiados hondureños hay que mencionar algunos puntos.
En primer lugar, el gobierno de los Estados Unidos ha financiado, orquestado y apoyado –y continúan haciéndolo– golpes de Estado a lo largo de Latinoamérica.
Para la mayoría de los estadunidenses que no conocen la historia latinoamericana, voy a destacar Guatemala en 1954, Chile en 1973 y Nicaragua en los años ochenta como los principales ejemplos de las tendencias antidemocráticas de Estados Unidos en la región. Algunos también podrían mencionar a Panamá en 1903 y 1989, Honduras en 1911, Haití y República Dominicana bajo Wilson, Nicaragua en 1934, El Salvador en 1944, Cuba en 1961, Brasil en 1964, República Dominicana nuevamente en 1965, Uruguay en 1973 y Venezuela en 2002.
Son incontables los ejemplos. Sólo recogí una lista controvertida.
Pero, ¿quién va a citar el más reciente golpe de Estado respaldado por Estados Unidos en América Latina?
En las primeras horas de la mañana del 28 de junio de 2009, los soldados irrumpieron en el Palacio “José Cecilio Valle” en Tegucigalpa, detuvieron al presidente de Honduras democráticamente electo, Manuel Zelaya (aún en pijama) y lo subieron a un avión a Costa Rica. En el transcurso de unas horas el Congreso Nacional aceptó la carta de renuncia de Zelaya y votaron por el presidente del Congreso, Roberto Michetti , para presidente interino –a pesar de que el presidente depuesto declara más tarde que la carta del 25 de junio había sido una entera fabricación. El ejército fue desplegado para asegurar las calles de la capital, matando al menos a 12 personas luego de una severa campaña. Las líneas de comunicación fueron cortadas, el transporte público detenido y se impuso el toque de queda.
Para señalar algunas circunstancias que demuestran que lo que se fraguaba ese verano era nada menos que un golpe de Estado, sólo necesito citar el reporte realizado por la Comisión de Verdad y Reconciliación dos años después del evento. Al revisar los acontecimientos previos y posteriores al derrocamiento de Zelaya, la comisión concluyó que, mientras Zelaya infligió la ley al ignorar un fallo de la Suprema Corte contra un referendo acerca de una potencial convención constitucional, y al carecer la Constitución hondureña de disposiciones para hacer frente a un conflicto de este tipo, el Congreso Nacional sobrepasó su autoridad al derrocar a Zelaya del poder.
Un cable del Departamento de Estado a la embajada de Tegucigalpa en julio de 2009 lo decía más claramente:
“Independientemente de los méritos de las supuestas violaciones constitucionales de Zelaya, es claro, incluso por una lectura rápida, que su derrocamiento por medios militares fue ilegal, e incluso los más fervorosos defensores del golpe han sido incapaces de dar argumentos convincentes para salvar el abismo intelectual entre la ‘infligión de la ley por parte de Zelaya’ y su consecuente “envío a Costa Rica por los militares sin un proceso”.
Mientras el presidente Obama se debatía entre si continuaba o no financiando a la policía militar hondureña, las autoridades del Departamento de Estado acordaron que “no cabe duda de que los militares, la Suprema Corte y el Congreso Nacional conspiraron el 28 de junio en lo que constituye un golpe de Estado ilegal e inconstitucional”l.
La Organización de Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, la Unión Europea y los presidentes de Brasil, Argentina, Chile, Venezuela y Cuba, entre otros, hicieron un llamado a la inmediata restauración de la presidencia de Zelaya –y todos ellos fueron ignorados por el gobierno hondureño.
El presidente Obama pagó un servicio hipócrita a la democracia, al condenar el golpe verbalmente, pero su administración no fue más lejos de llamarlo un golpe militar, distinción que hubiera forzado automáticamente al gobierno estadunidense a congelar toda ayuda al régimen.
Las razones detrás del apoyo de Estados Unidos a los resultados del golpe, si bien no a sus medios, han sido muy claras a la fecha.
Zelaya, elegido por el Partido Liberal de centro-derecha, atrajo la ira de Washington cuando desertó del campo neoliberal y comenzó a tener simpatías por el gobierno de Castro en Cuba y el Hugo Chávez tardío de Venezuela, habiéndose unido eventualmente Honduras a la Alianza Bolivariana de las Américas en 2008.
Otros pecados relacionados a su conducción incluyeron el aumento del salario mínimo en 60%, la educación gratuita para todos los niños (incluyendo comida gratis a los más pobres), reduciendo en un 10% la pobreza durante sus dos primeros años de mandato y considerando la expansión de los derechos reproductivos de las mujeres. Sólo unas semanas antes del golpe, Zelaya había acordado revisar las reclamaciones de los títulos de propiedad de los campesinos que habitan en el Valle Aguan, donde actualmente las fuerzas de seguridad controladas por un rico terrateniente realizan una campaña de represión severa contra los mismos campesinos.
El rico latifundista en cuestión es Miguel Facussé, conocido narcotraficante y sostén del golpe que se reunió con las autoridades del Departamento de Estado norteamericano antes y después del golpe. Sus fuerzas de seguridad condujeron sus operaciones en conjunto con la policía militar hondureña, que a su vez recibe su financiamiento y entrenamiento (como es de suponerse) del gobierno de Estados Unidos.
El régimen golpista continúa gobernando Honduras hasta hoy, bajo la forma del sucesor de Lobo, Juan Orlando Hernández. Y, de nueva cuenta, abiertos criticismos como el del profesor Frank han mostrado invaluables puntos de vista y que la violencia, la corrupción y la impunidad, ya endémicas en Honduras antes del golpe, sólo fueron inflamadas por el golpe y el régimen que llegó al poder.
Durante cien años el gobierno de Estados Unidos y sus intereses empresariales han preservado su pequeña república de banana en Honduras mientras el pueblo estadunidense apenas lo percibía. Cuando se dieron cuenta, fue para burlarse de la prostración política de Honduras, dejándola caer tan bajo como para nombrar tras ella una tienda de ropa. Incluso hoy día podemos poner en google el término “república de banana” y lo primero que confrontamos son anuncios de polos y chinos en lugar de discusiones del imperialismo norteamericano en Latinoamérica.
A su crédito, algunos miembros del Congreso han expresado su preocupación sobre lo que está pasando en Honduras, incluso antes de que los 13,000 niños hondureños que aparecieron en Río Grande estén pidiendo asilo.
Más aún, es claro que la actual crisis de refugiados se hizo posible sólo a través de la completa y premeditada ignorancia del pueblo estadunidense. Digo “premeditada” porque la mayoría de los estadunidenses han evitado a propósito aprender nada acerca de Centroamérica, mucho menos de Honduras. El golpe militar llegó y se fue, y la mayoría de los estadunidenses lo vieron como disturbios en el África subsahariana –como si no tuviera importancia ni consecuencias en los Estados Unidos y su forma de vida.
Así es como opera gran parte de la política norteamericana: fuera de la vista, fuera de la mente.
Ahora, estas condiciones en Honduras han puesto al país directamente a la vista de la mayoría de los norteamericanos, de pronto profundamente consternados, preguntándose por qué y cómo. Hoy en día, todos los periódicos y programas de entrevistas están denunciando la crisis que hay en Honduras.
Sean hijos o nietos de los inmigrantes hondureños, el pueblo de Honduras no está a la “ retaguardia”. Ésa no es la razón de que su gobierno sea malo, de por qué bandas violentas controlan sus barrios, y de por qué mujeres y niños están huyendo por decenas de miles. Su Honduras parece “atrasada” es sólo porque está siendo retenida por el gobierno de y los intereses empresariales de los Estados Unidos, que han derrocado la voluntad de soberanía del pueblo hondureño al tiempo que no hay reformas promisorias en el horizonte.
Entre el gobierno de Estados Unidos, el pueblo norteamericano y el gobierno hondureño, yo coloco la menor cantidad de culpa en los “tugrócatas” de Tegucigalpa, porque mientras el golpe y los Estados Unidos incrementan la ayuda y han mostrado el entrenamiento, el gobierno de Honduras sólo es capaz de hacer lo que le permite el gobierno de Estados Unidos.
Y el gobierno de Estados Unidos sólo es capaz de hacer lo que le permite el pueblo estadunidense. Si no, el actual estado de democracia de Estados Unidos no superaría el de Honduras.
Pero si el gobierno de Estados Unidos es aún responsivo hacia el pueblo norteamericano, entonces qué pena por ellos de buscar la otra forma mientras su gobierno subvirtió la democracia en Honduras durante largo tiempo.
Y pobres de ellos si aún consideran darles ahora la espalda a los niños que han dejado sin nacionalidad.
(Héctor Luis ÁlamoJr. es un escritor que vive en Choicago. Puedes contactari en @HectorLuisAlamo.)