lunes, noviembre 25, 2024
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México: donde la muerte es santa – seriamente

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­por Orsetta Bellini

Doña Enriqueta, fundadora del altar a la Santa Muerte del Barrio de Tepito, en la Ciudad de México observa su obra.: (PHOTO BY BY ORSETTA BELLANI)Doña Enriqueta, fundadora del altar a la Santa Muerte del Barrio de Tepito, en la Ciudad de México observa su obra.­(PHOTO BY BY ORSETTA BELLANI)

La noche del 31 octubre de cada año, en la Ciudad de México millares de personas se reúnen alrededor de los 1500 altares titulados a la Santa Muerte. La figura de la Santa Muerte, también llamada “Niña Blanca”, es la imagen de la muerte esquelética que lleva en una mano una guadaña y, con la otra, sostiene el globo terrestre. La Niña Blanca se viste de dorado para pedir favores económicos, de negro para una protección total o de rojo, cuando lo que el devoto le pide es amor.

Sus representaciones se encuentran en todos los mercados mexicanos: estatuas, posters, collares, amuletos. La Santa Muerte está presente en los altares de las periferias de las grandes ciudades y de algunas pequeñas comunidades, en los salpicaderos de los carros, en las playeras o en los tatuajes de sus jóvenes fieles.

Se considera a la Santa Muerte como a la santa de los narcos, de las prostitutas, de los homosexuales y de todos aquellos que no son aceptados por la Iglesia Católica. En la realidad, su culto se extiende mucho más: según la prensa local, la Santa Muerte tiene un número de fieles estimado entre los 5 y los 10 millones. En 2011 el arzobispo de la Ciudad de México Norberto Rivera anunció la llegada de un grupo de exorcistas, para reconquistar las animas perdidas.

La Santa Muerte no tiene obispos y es venerada en las casas, en las calles, en capillas improvisadas. El altar más conocido es aquél fundado por Doña Queta, en el barrio popular de Tepito, donde se reza el rosario en su honor el primer día de cada mes. La noche de rezo más importante es la del 31 de octubre, noche de los muertos según la religión católica. “La Iglesia católica no reconoce a la Santa Muerte porque no la entiende, no sabe hablar con ella. Cada mes viajo desde Cuernavaca (casi cien km al sur de la Ciudad de México) al altar de Tepito para rezarla, ella es buena, me ayuda y me protege”, relata la señora Teresa, mientras abraza y besa la estatua de la Niña Blanca que trae consigo.

En México, el culto a la muerte se remonta al año 1600 y ha aumentado el número de sus seguidores especialmente en los últimos años, tal vez a causa del trauma colectivo que ha impuesto una nueva manera de relacionarse con ella: la guerra contra el narcotráfico emprendida por el gobierno mexicano, que en seis años ha causado más de 50 mil víctimas.

Cuando los españoles conquistaron América para depredarla y catolizarla, las religiones indígenas fueron prohibidas. Para limitar la pérdida de su cultura, los pueblos originarios crearon una interesante forma de sincretismo religioso: mezclando símbolos cristianos y paganos, encontraron una forma de adorar a sus ídolos “disfrazándolos” de santos.

En Tepito los fieles se ponen en fila para tocar el altar de Doña Queta acompañados por los mariachis, las bandas tradicionales mexicanas de trompetas y guitarras. Intercambian opiniones sobre los milagros realizados por la Santa Muerte y traen consigo est­atuas, flores, incienso, cigarrillos, cerveza y licores como ofrenda.

Algunas personas alcanzan el altar recorriendo el barrio de rodillas, y muchos fieles llegan desde muy lejos. La señora Ana de Hidalgo, ciudad que se encuentra a unas tres horas de la capital, cuenta: “Han disparado nueve golpes a mi hijo y los médicos dijeron que habría muerto. Una comadre mía me trajo una estatua de la Niña Blanca y desde entonces la salud de mi hijo ha iniciado a mejorar. La Santa Muerte es buena y es una mujer guapísima”. También Julio de la ciudad de Cuernavaca está de acuerdo: “La Niña Blanca es una mujer hermosa: la belleza de una mujer no tiene nada que ver con su aspecto, sino con su interioridad. Durante un año, mientras oraba, la Santa Muerte aparecía ante mí, pero yo no le dirigía mis oraciones. Luego tuve un accidente de coche, pensé que iba a morir, pero sobreviví. Desde entonces, cuando tengo la posibilidad, siempre voy al altar de Tepito a rezar a la Niña Blanca. Y ella me regaló otro milagro: mi esposa estaba embarazada y según los médicos mi hijo no nacería. Pero al final, gracias a ella, sí nació. “

 

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