por José de la Isla
HOUSTON – Inmediatamente después que el huracán Ike golpeara Galveston, Texas, una reportera de noticias por televisión estaba por Surfside describiendo la devastación.
Narró como en una parte de la comunidad, la tormenta alzó una casa playera, enviándola volando por el aire, para estrellarse con otra casa playera. Con una voz de decibeles cada vez más altos, la reportera dijo, “Era como, como una piñata”.
La imagen era perfecta: Una casa voladora, cual misil, arremetiéndose contra una casa inmóvil, esparciendo desechos por todas partes.
Algunas situaciones, como ésta, requieren que tengamos una imaginación amplia, una comprensión más extensa que de costumbre, que vaya más allá de lo cotidiano para dar con la realidad.
Eso fue lo que se me ocurrió al leer la última publicación de la revista Literal, una publicación bilingüe, inglés-español, que conlleva una perspectiva latinoamericana y transnacional a las artes y la vida moderna.
En ella escribe José Blanco un ensayo que quiere ser honesto con nosotros. Se lee cual reto sobre si estamos listos a ser honestos con nosotros mismos en la campaña presidencial. ¿Les haríamos las preguntas difíciles a los candidatos, poniendo de lado la hipérbole y las exageraciones que distraen?
Blanco reconoce, simplemente, que los Estados Unidos está pasando de la escena como la única economía pesada del mundo; que nuestra fuerza militar se ha usado cual matón en la comunidad mundial. Según Blanco, lo que se necesita es un líder mundial, no otro peso pesado. Y cuando no nos comportamos responsablemente, se debilita nuestro país en el extranjero.
Éramos el líder mundial en términos de habeas corpus – la garantía de los derechos civiles de individuos contra la detención arbitraria, nos recuerda. El resto del mundo ha sido testigo ahora de lo rápido que hemos puesto en compromiso principios de derechos humanos mediante rendiciones extraordinarias, Abu Ghraib, Guantánamo y las Discusiones de Tortura en la Casa Blanca. La manera en que el siguiente líder restaure los derechos, después de la Ley Patriota, dirá mucho sobre nuestra redención, o si el nuestro es un país seriamente comprometido e hipócrita.
¿Es los Estados Unidos el que pueda llevar al mundo a encontrar un nuevo sistema monetario que ofrezca para todos la seguridad fi nanciera? ¿Somos capaces de resolver problemas que parecieran ser nacionales, pero que en realidad son de alcance global, cuyo impacto excede nuestros barrios y nuestros pueblos? Me refi ero a los de tratar la migración como un fenómeno mundial, de erradicar el hambre dentro de los próximos 50 años, de la transferencia de tecnología, y de facilitar la educación.
Aunque nuestra propia reforma educativa se dé lentamente, la falta de más educación en el extranjero se volverá cada vez más un problema nuestro, en lo que personas van en busca de una manera de librarse de situaciones extremas. La reforma educativa en todo el mundo, como ha señalado el futurista Juan Enríquez, es ahora optar entre el desarrollo y el subdesarrollo.
Blanco plantea muchas preguntas, cada una con un problema importante que resolver.
Las plantea como ciudadano del mundo quien se interesa por lo que los votantes estadounidenses decidirán.
Es claro que esta elección ya se ha vuelto trivial con lo de las “mamás del hockey” o la venganza de “la gente de Hillary”, sobre la raza, los viejos y los jóvenes, o sobre seleccionar a alguien con quien te gustaría tomar una cerveza. Pero lo que está en juego es demasiado serio, y está nuestro juicio en cuestión.
¿Quién no se queda atónito cuando José Blanco nota que la guerra en Irak cuesta $341,4 millones al día? El total acumulado es de unos $530 mil millones.
Mientras tanto, el producto nacional bruto de Irak es de $18.8 millones. Los Estados Unidos ha vertido en aquella empresa 28 veces más de todo lo que Irak es capaz de producir. Con esa cantidad, se podría haber desarrollado África Austral por entero.
La pregunta va más allá de cómo fue que entramos en esa guerra. También se trata de lo que significa “victoria” y los verdaderos costos de tan maníaca empresa. En español tenemos una palabra para lo que es: capricho.
Si no nos cuidamos, algún día se les llamará a los incidentes extraños “piñatas voladoras” y se referirá a la falta de respeto a los derechos humanos y la irracionalidad de políticas como “capricho americano”. Y si no hacemos ahora lo correcto, lo probable es que perdamos a nuestros amigos, no podremos infl uenciar a nadie, y todos tendremos las carteras vacías.
[José de la Isla, autor de “The Rise of Hispanic Political Power” (Archer Books, 2003) redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service. Comuníquese con él a: joseisla3@yahoo.com]. ©2008