por Marvin J. Ramirez
La noticia de los matrimonios gays es algo muy bien escuchado en el Área de la Bahía de San Francisco. Dentro de la comunidad latina en muchos casos, es algo que no es aceptado a pesar de que la mayoría de los latinos se han vuelto más tolerantes.
La reciente decisión de la Corte Suprema de California, permite a los homosexuales casarse, entrando esta ley en vigencia la semana próxima.
Como el alcohol en el tiempo de la Prohibición, no sólo era contra la ley, sino que aquellos que se consideraban ciudadanos seguidores de la ley aborrecían a quienes se veían envueltos en su uso, algo que hoy es la cosa más normal en el mundo.
La marihuana ahora es ilegal, a pesar de que en algunas instancias los doctores pueden prescribir la droga a sus pacientes, pero ahora su uso se ha vuelto mas tolerante por muchos.
Cuando algunos actos en la sociedad son etiquetados desde un punto de vista legal, sus practicantes son recriminados y condenados en todo sentido. Además, son vistos por la sociedad con desprecio y discriminación y algunos son tratados como criminales y menos que los demás.
Muchos de los homosexuales que vemos caminando por la calle en las calles hoy en día, son monógamos y gente respetuosa, pero por el solo hecho de que son homosexuales, nuestra sociedad los considera gente de mala reputación y no merecedores de nuestro respeto y amor.
Por el rechazo social los condenamos a vivir como sub humanos y expuestos a ser tratados sin respeto. Este comportamiento de nuestra sociedad los hace vivir como antisociales.
Al final, si esta ley les permite casarse, les estará reconociendo el mismo derecho que tienen los heterosexuales de juntarse, permitiéndoles escoger una relación monógama con sus parejas y una manera mas responsable de vivir su sexualidad.
Siendo humanos ellos merecen vivir con respeto y dignidad con su propia preferencia sexual, y si un certificado de matrimonio les va a dar esta oportunidad, apuesto a que nadie notará si una pareja gay que camina por la calle como lo hacen hoy, si están casados o no.
No somos Dios para juzgar o negar derechos a otros basados en nuestras propias creencias morales.