sábado, junio 14, 2025
HomeArte & EntretenimientoMaestros y árboles: pilares vivos del alma nicaragüense

Maestros y árboles: pilares vivos del alma nicaragüense

por Marvin Ramírez

En Nicaragua, el mes de junio florece con dos celebraciones que nos invitan a la reflexión profunda sobre el alma y la raíz: el Día del Maestro, celebrado el 29 de junio, y el Día del Árbol, conmemorado el último viernes del mes. Ambas fechas, aunque distintas en su esencia, comparten una verdad vital: sin ellos, el conocimiento y la vida misma no tendrían sustento.

Después de las primeras lecciones que aprendemos en casa —ese balbuceo de amor, límites y costumbres—, es el maestro quien toma la posta. Con tiza, paciencia y voz, abre caminos que no terminan en la escuela, sino que nos acompañan para siempre. El maestro no solo enseña a leer, escribir o sumar: también enseña a imaginar, a cuestionar, a pensar. Es un artesano del espíritu.

Celebrar al maestro en Nicaragua es también rendir tributo a quienes, incluso con escasos recursos, nunca abandonan el aula. Son guardianes de la sabiduría popular y formal, de la historia viva y del futuro aún por escribir. En los pueblos, las ciudades y las zonas rurales, su voz se extiende como eco de justicia, formación y ejemplo.

Y junto a esta figura esencial está el árbol, otro símbolo de vida y generosidad. En el Día del Árbol, el país detiene su ritmo para recordar su vitalidad silenciosa. Bajo su sombra descansan generaciones; de su fruto se alimentan familias; de su madera se levantan hogares. Sin embargo, ¿cuánto lo cuidamos?

El gran Rubén Darío, ese poeta universal de Matagalpa, capturó con dolorosa belleza la sensibilidad de los árboles en su poema Lo Fatal:
“Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésa ya no siente…”

En estos versos, Darío no solo revela la fragilidad del ser vivo, sino también la enorme dignidad que tiene un árbol: sufre, pero da. Vive, pero calla. Y muchas veces, cae por nuestra necesidad —económica o práctica— sin que midamos la pérdida.

En estos tiempos donde el cambio climático y la deforestación amenazan la biodiversidad del país, el Día del Árbol es más que un recordatorio; es una alarma. Debemos plantar más de los que talamos. Debemos enseñar —ahí vuelve el maestro— el respeto a la tierra como parte del currículum cotidiano.

Así, junio se vuelve un mes de homenaje doble: al que enseña y al que sostiene la vida. Maestros y árboles comparten una cualidad entrañable: ambos se siembran, se cuidan y dejan huella. Ambos son raíces y ramas del alma de Nicaragua. Y ambos nos recuerdan, como escribió Darío, que ser consciente es también saber cuidar lo que nos cuida.

Celebrarlos no es un gesto simbólico. Es un acto de justicia, de amor y de conciencia.

RELATED ARTICLES
- Advertisment -spot_img
- Advertisment -spot_img
- Advertisment -spot_img