por Alvaro Vargas Llosa
Tras algunos días en la clandestinidad, Leopoldo López, uno de los líderes del movimiento de resistencia de Venezuela, se entregó en un mitin masivo y proclamó:
“Si mi encarcelamiento sirve para despertar al pueblo… esto hubiera valido la pena.”
La dictadura chavista encabezada por Nicolás Maduro lo acusó de los actos de violencia relacionados con las protestas recientes. De hecho, como lo demuestran múltiples testimonios y grandes cantidades de evidencia gráfica, la violencia ha sido perpetrada por los grupos paramilitares, conocidos como “colectivos”, que el gobierno ha armado y elogiado como protectores de la revolución bolivariana.
Estas milicias son similares a las que rutinariamente utiliza el gobierno cubano contra sus críticos. No es de sorprender. Cuba está cercanamente involucrada con el régimen venezolano y ha jugado un papel clave en el diseño y la operación del aparato de seguridad. Los nexos de Maduro con La Habana se remontan a la década de 1980, cuando fue entrenado en la Escuela Superior del Partido Comunista, también conocida como “Ñico López”. Desertores de los servicios de inteligencia han afirmado que él ha tenido vínculos cercanos con el Departamento de América, de Castro, acusado de difundir la revolución a lo largo de Latinoamérica.
¿Por qué es tan peligroso Leopoldo Méndez? Por algunas razones.
Es audaz- El mundo recientemente lo ha reconocido, pero los venezolanos ya lo sabían desde hace algún tiempo.
A pesar de que su linaje se remonta a la lucha bolivariana por la independencia, no tiene conexión con las cuatro décadas que anteceden a la llegada de Chávez al poder –conocidas como “puntofijismo” por el Pacto de Punto Fijo firmado en 1958 por los principales partidos políticos, y asociadas en la mente de los partidarios del gobierno con la corrupción y un profundo abismo social–. El régimen de Chávez construyó su legitimidad revolucionaria mediante la demonización del periodo democrático, el “ancient regime” en que supuestamente vivió Venezuela. Pero López, que sólo tiene 42 años, saltó a la fama junto con otros líderes jóvenes, incluyendo Henrique Capriles –el hombre que encabezó la oposición en las reñidas elecciones del año pasado– como miembro de Primer Justicia, una naciente organización política en el tiempo en que el último Chávez llegó al poder.
Por algunos años, López fue más popular que Chávez a pesar de ser el alcalde de una pequeña municipalidad de Caracas. Temiéndolo como un contendiente potencial, el gobierno le prohibió tener cargos políticos. El vacío en la oposición fue eventualmente llenado por Capriles. Pero López era Capriles antes de Capriles.
López es un sobreviviente, condición poco común en un hombre de sus raíces sociales si se ve desde la lente de la lucha de clases. Aunque la maquinaria chavista podía deshacerse del opositor con estudios en Harvard quitándole sus derechos, para sorpresa de Maduro, López ahí anda, convertido en un icono del movimiento de resistencia desde su prisión militar en Ramo Verde.
Él ha mostrado un sentido épico, una cualidad política asociada más generalmente con la izquierda latinoamericana. No existe movimiento de resistencia exitoso sin una narrativa épica. López la está escribiendo.
Él también tiene un sentido de estética política. Walter Benjamin habló sobre la estetización de la política en un contexto diferente. La secuencia que comienza con las protestas del 14 de febrero y termina con las imágenes en movimiento de López entregándose será material de una leyenda. Vestido de blanco, cargando una bandera y algunas flores, el héroe, padre de dos niños pequeños, besa a su esposa de despedida rodeado de un mar de partidarios y subsecuentemente se entrega a los matones de la Guardia Nacional, quienes lo empujan brutalmente hacia un vehículo blindado. Para los amantes de la libertad en Venezuela, esas imágenes son el equivalente al día, en 1992, en que un desconocido lugarteniente coronel, Hugo Chávez, apareció en la televisión tras su fallido golpe de Estado contra el Presidente Carlos Andrés Pérez y anunció que sus objetivos no se habían alcanzado “por el momento”.
7. López entendió que esa presión en las calles, esa resistencia civil pacífica, es indispensable en la lucha contra la tiranía. Lo que explica por qué, junto con la diputada María Corina Machado y el alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, se ha embarcado en lo que él llama “la Salida” para forzar a una transición al Estado de derecho. Para Maduro y sus patrocinadores cubanos, es éste un importante problema.
Amenaza su estrategia, diseñada para perpetuar el régimen despojando toda esperanza de cambio a los millones de víctimas tras largos cincuenta años de populismo autoritario. Ellos quieren convertir a los críticos venezolanos en lo que hoy en día son los disidentes cubanos: un grupo de personas inmensamente heroicas, pero políticamente impotentes, que el gobierno no tiene empacho en aplastar si hacen demasiado ruido. Maduro y los cubanos tienen razón. López es un chico peligroso.
[Para mayor información sobre la inestabilidad política en Venezuela, véase el libro premiado del autor, Liberty for Latin America: How to Undo Five Hundred Years os State Opression (Libertad para Latinoamérica: Cómo Acabar con 500 años de opresión del Estado).]