sábado, noviembre 23, 2024
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Las matanzas de la policía no van a parar

NOTA DEL EDITOR

Queridos lectores:

En los Estados Unidos, la muerte por la policía se ha vuelto una costumbre nunca antes vista, mientras los grandes medios lavan el cerebro de la población y las firmas de relaciones públicas hacen creer a la gente que es justificable para mantener el orden. En este artículo, Las matanzas de la policía no van a parar, Chris Hedges nos lleva a la verdadera raíz del problema y nos muestra por qué tiene razón.

Las matanzas de la policía no van a parar

por Chris Hedges

El estado corporativo, sin importar cuántas protestas tengan lugar en ciudades estadunidenses en contra del asesinato de ciudadanos desarmados, no va a poner restricciones a la policía o a los órganos de seguridad y vigilancia. No va a proteger a las víctimas del estado de violencia. Va a continuar garantizando poderes más amplios y mayores recursos a los departamentos de la policía militarizada y las fuerzas de seguridad interna, como el Departamento de Seguridad de la Patria. La fuerza, junto con los sistemas de adoctrinamiento y propaganda, es la última carta que mantiene en el poder a las élites corporativas. Estas élites no van a hacer nada por disminuir los mecanismos necesarios para su control.

El estado corporativo, al saquear a la nación, ha destruido las formas tradicionales de control social del capitalismo. La población está integrada en una democracia capitalista mediante salarios decentes y oportunidades de empleo, sindicatos laborales, productos del consumidor producidos en masa, un modesto protagonismo en la gobernanza, mecanismos de reforma marginal, pensiones, servicios accesibles de salud, un poder judicial que no está totalmente subordinado a las élites y al poder corporativo, la posibilidad del avance social, político y económico, buena educación pública, financiamiento a las artes y un sistema público de radiodifusión que proporciona una plataforma a aquellos que no están al servicio de las élites. Estos elementos hacen posible el bien público, o al menos la percepción del bien público.

El capitalismo global, sin embargo, no está interesado en la cohesión del estado-nación. La incesante búsqueda de ganancia obstruye la estabilidad interna. Todo y todos son saqueados y cultivados para la ganancia. La democracia es un espejismo, una útil ficción para mantener a la población pasiva y obediente. La propaganda, incluyendo el entretenimiento y el espectáculo, y la coerción por medio de la vigilancia y la violencia administrada por el estado, son las principales herramientas de gobierno. Esta es la razón de que, a pesar de los años de egregia violencia policiaca, no haya una reforma efectiva.

La propaganda no es sólo concitar una opinión. También busca la apropiación de las aspiraciones de la ciudadanía en el vocabulario de la élite en el poder. Los Clinton y Barack Obama construyeron sus carreras mediante esta duplicidad. Ellos hablan con palabras que reflejan los intereses de la ciudadanía, mientras impulsan programas y legislaciones que se mofan de esos intereses. Esto ha sido especialmente cierto en la larga campaña para refrenar la excesiva fuerza policiaca. Las élites liberales aclaman la “tolerancia” y “profesionalismo”, así como promover la “diversidad”. Pero ellas no desafían el racismo estructural y la explotación económica que son las causas de nuestra crisis. Tratan los abusos de la opresión corporativa como si fueran defectos administrativos menores más que componentes esenciales del poder corporativo.

En su libro The First Civil Right: How Liberals Built Prison America, Naomi Murakawa documenta cómo la serie de “reformas” encaminadas a profesionalizar los departamentos de la policía resultaron en darles más dinero y recursos, dotándolos de mayor poder de actuar con impunidad y expandir legalmente la violencia sancionada. Toda la reforma penal, desde el Comité de Derechos Civiles del Presidente Harry Truman en 1947 a la Ley de las Calles Seguras de 1968 y la Ley de Reforma de Sentencia de 1984 a los llamados contemporáneos de mayor profesionalismo, señala la autora, sólo han puesto las cosas peor.

La ficción utilizada para justificar la ampliación de los poderes policiacos, una ficción perpetrada por políticos demócratas como Bill Clinton y Obama, es que una policía modernizada hará posible Estados Unidos más justos y post-racistas. La supremacía blanca, el racismo y la explotación corporativa, sin embargo, han sido construidos bajo el modelo económico del neoliberalismo y nuestro sistema de “totalitarismo invertido”. Una discusión sobre la violencia policiaca debe incluir el examen del poder corporativo. La violencia de la policía es uno de los principales pilares que permiten a las élites corporativas mantener el poder. Esa violencia sólo terminará cuando lo haga el gobierno de estas élites.

Los llamados a mayor entrenamiento y profesionalización, la contratación de oficiales de policía de minorías, el uso de cámaras de cuerpo y tablero para mejorar los procedimientos del debido proceso, crear equipos de monitoreo ciudadano, incluso la lectura de los derechos de Miranda, no han hecho nada por detener el uso indiscriminado de la violencia letal y el abuso de los derechos constitucionales por la policía y los tribunales. Las reformas sólo han servido para burocratizar, profesionalizar y legalizar el abuso y el asesinato del estado. Hombres y mujeres inocentes puede que ya no sean linchados en un árbol, pero lo son en redadas de muerte y en las calles de Nueva York, Baltimore, Ferguson, Charlotte y docenas de otras ciudades. Ellos son linchados por las razones por las que la gente pobre negra siempre ha sido linchada –para crear un reino de terror que sirva como una forma efectiva de control social.

La destrucción provocada por la desindustrialización creó el dilema del estado corporativo. Los vastos sobrantes de “plusvalor” o trabajo “redundante” en nuestros centros manufactureros del pasado significaron que las viejas formas de control social habían desaparecido. El estado corporativo necesitaba afianzar los mecanismos para subyugar a una población que condenaba como basura humana. Aquellos que estaban a prueba o en libertad bajo palabra o en las cárceles y prisiones pasaron de 780,000 en 1965 a 7 millones en 2010. Los tipos de crímenes federales castigados con la muerte se elevaron de uno en 1974 a 66 en 1994, gracias a la administración Clinton. Las sentencias a cárcel se triplicaron y cuadruplicaron. Fueron aprobadas leyes para convertir comunidades de la propia ciudad en estados policiacos miniatura. Esto no tenía nada que ver con el crimen.

La violencia administrada por el estado es lo que subyace entre el estado corporativo y el malestar generalizado. Las élites en el poder lo saben. También saben que si este malestar comienza a definir a la subclase blanca, los grilletes legales y físicos perfeccionados por la gente pobre de color se pueden expandir fácilmente. Los derechos en los Estados Unidos se han vuelto privilegios. Y el estado corporativo ha creado mecanismos legales, incluyendo la pérdida de nuestro derecho a la privacidad,para eliminar esos privilegios en el momento en que se siente amenazado.

La retórica de la compasión de los liberales es tan destructiva como los conservadores llaman a la ley y el orden. Las posturas liberales son condescendientes. Reducen la opresión estructural y económica a problemas personales y psicológicos, como si pudiéramos solucionar el asesinato policiaco entrenando y empoderando a gente “buena”, apoyando a familias y rescribiendo regulaciones. Así como nuestra discusión de la violencia policiaca ignora las funciones sociales de la policía y las prisiones, las élites no tienen nada que temer. La policía, a fin de cuentas, no es el problema. Ellos, como los militares, son los soldados en el campo del leviatán corporativo.

El estado corporativo necesita crear la ilusión de que los tribunales y la policía son imparciales y justos. Una vez que esta ilusión es cimentada en la conciencia pública, las víctimas pueden ser culpabilizadas de su opresión. El asesinato institucionalizado se vuelve aceptable. La violencia policiaca se hace parte del costo de mantenernos seguros. Los oprimidos no tienen legitimación ni voz.

El estado corporativo sólo está interesado en fomentar estas ilusiones. Las reformas serán, como en el pasado, cosméticas. ¿Qué avances hemos tenido desde que la policía mató a Michael Brown hace dos años en Ferguson? ¿Han los cerca de 200 equipos de monitoreo civil a lo largo del país, en su mayoría desdentados e ineficaces, prevenido a la policía de disparar a personas en nuestras calles o llevado a los asesinos a la justicia? La policía ha matado a más de 700 personas este año. Las ilusiones de reforma son usadas para alterar la conciencia pública más que la maquinaria del poder corporativo. Estas ilusiones han sido creadas para reasegurarnos que aquellos que son arrestados, golpeados, muertos o enviados a prisión por décadas merecen su destino. Sí, el estado puede admitir, hay un abuso cometido aquí o una injusticia cometida allá, pero el sistema mismo, insiste el estado, es fundamentalmente justo. Esta es una mentira que las élites van a hacer grandes esfuerzos en difundir.

El estado corporativo está contando con contraviolencia contra la policía, la cual es inevitable, y otros actos de terrorismo doméstico, que también son inevitables. Actos de violencia dirigidos contra el estado son usados por los órganos de propaganda del estado, incluyendo la prensa corporativa, para difundir una cultura del miedo, deificar a la policía y demonizar a los oprimidos en nuestras ciudades y en el Medio Este. Todo criticismo de la violencia excesiva del estado, una vez que estas ilusiones dominen a la sociedad, será condenado como desleal y antipatriótico. El estado corporativo, hasta que sea destruido, hará lo que ha sido diseñado que haga –matar con impunidad.

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