
por Marvin Ramírez
Cuando escribo, cuando publico El Reportero, y ustedes, mis lectores, lo ven, lo leen, saborean los artículos que presentamos en el periódico, sepan que todo ello requiere talento, sentimiento e inspiración. Pero, sobre todo, todo nació—sí—de una inspiración.
Y esa inspiración fue mi padre, el periodista José Santos Ramírez Calero. Desde que era niño, recuerdo con claridad caminar de su mano por las calles, y ver cómo la gente lo admiraba. Esa figura callada, pero profundamente respetada, marcó mi vida sin decir muchas palabras.
Mi abuela, Juana María Calero Espinoza, solía contarme que a los diez años, mi padre ya jugaba a ser periodista. Con una imprenta de juguete que ella le regaló, imprimía chistes de sus amigos en un boletín casero. Claro, los amigos a veces se enojaban tanto que querían pegarle, pero él seguía imprimiendo. Y así nació su vocación.
Años más tarde trabajó en el diario La Noticia—uno de los periódicos de más credibilidad en la historia de Nicaragua—donde laboró como redactor por 45 años. Paralelamente, fundó El Nuevo Demócrata, un periódico independiente, crítico y valiente, con un formato parecido al de este mismo Reportero.
En 1945 emigró a los Estados Unidos y, sin dejar atrás su vocación, continuó publicando su periódico en San Francisco, vendiéndolo en la famosa calle Market por apenas 10 centavos. Hoy conservo copias de esas ediciones, verdaderos tesoros que son testimonio de su legado.
Sí, puedo decir que el periodismo viene en la sangre. El padre de mi padre, José Santos Ramírez Estrada, también fue periodista. Fundó la revista El Field, desde donde promovió la profesionalización del béisbol en Nicaragua. Gracias a su idea de cerrar los campos abiertos y cobrar entrada, se organizó la primera liga profesional entre el Boer y los Marines de EE.UU., durante la ocupación estadounidense de los años 20. Ese hecho quedó registrado en La Prensa Literaria, y yo tengo copia del artículo que lo confirma.
El día que mi papá partió al seno del Señor fue uno de los más duros de mi vida. Verlo en su ataúd fue enfrentar la pérdida real. Nunca había llorado con tanto desgarro interno como en esa funeraria, ni sentido tanto vacío como al verlo descender a su última morada.
Él no hablaba mucho, pero cuando hablaba, lo hacía con la sabiduría de quien sabe que la palabra no se desperdicia. Sus frases cortas eran profundas, y muchas de ellas me siguen guiando hoy. Fue un hombre que amó con hechos, que inspiró con su ejemplo, y cuya herencia me impulsa cada día que escribo estas páginas.
Este Día del Padre, más allá de los regalos, las parrilladas o los abrazos de costumbre, los invito a que lo celebremos con historia. Porque el Día del Padre no es solo una fecha comercial: es una oportunidad para reconocer a ese hombre que nos marcó, para bien o para mal.
La celebración del Día del Padre en EE.UU. tiene sus raíces en 1910, cuando Sonora Smart Dodd, hija de un veterano de la Guerra Civil que crió solo a sus seis hijos, propuso dedicar un día especial a los padres. En 1972, el presidente Richard Nixon lo convirtió oficialmente en fiesta nacional.
En América Latina, el Día del Padre se fue adoptando lentamente, con variaciones según el país. En México, por ejemplo, se celebra el tercer domingo de junio, al igual que en EE.UU., mientras que en otros países como Nicaragua o Honduras se celebra el 23 de junio. Aunque las fechas difieren, el propósito es el mismo: honrar al padre, al que estuvo, al que intentó, al que quizá falló, pero que con amor puede transformarse.
Porque todos tenemos una historia con nuestro padre. Algunos de gratitud, otros de dolor, otros de redención. No todos los padres son perfectos. Hay padres ausentes, padres duros, padres que no supieron cómo amar. Pero también hay padres que aprendieron, que crecieron con nosotros, que moldearon su carácter con el tiempo. Y si algo puede cambiar a un hombre, es el amor de sus hijos.
Por eso digo: todos los padres merecen amor. Porque el amor es fuerza transformadora. Y al amar al que menos lo merece, es cuando más se siembra en el alma. No hay padre imposible de redimir cuando se le mira con compasión.
Hoy quiero honrar al mío. Pero también te invito a ti, lector, a que pienses en tu padre. Escribe tu historia. Y si puedes, compártela. Quizás, como a mí me ocurrió, esa historia se convierta en tu mayor inspiración.