por José de la Isla
HOUSTON – Una afirmación popular va algo así: cada momento constituye una opción entre el arrepentimiento y el futuro; hay que optar por el futuro.
Los aforismos como éste, en particular los que se pegan en el espejo del baño o en el refrigerador, parecen ayudar a la gente a sobreponerse a todo tipo de problema, desde la falta de amor propio hasta el alcoholismo. Nos recuerdan que tenemos más poder sobre el curso de nuestra vida que lo que suponemos. No obstante, debemos lidiar con los verdaderos demonios del pasado que se enganchan al presente y al futuro.
Esto viene a colación de la publicación de las memorias familiares del hermano del presidente Richard Nixon, Edward, tituladas, “The Nixons: A Family Portrait”. La redacción fue una colaboración con Karen Olsen, y entra en algunas de las influencias ejercidas sobre aquel presidente muy complejo. Con el paso del tiempo – y al dejar de ser evento singular los delitos de Watergate en la definición de la presidencia de Nixon – emerge una figura más amable y bondadosa.
Algunos materiales de promoción hasta enmarcan el libro en términos de la aseveración del difunto senador por Massachusetts, Edward Kennedy, quien lamentara que no aceptó la oferta de Richard Nixon de colaborar sobre un plan de salud bipartita en 1971. Si hubieran colaborado, no tendríamos hoy el debate que remueve las tripas que coloca al dinero como el fulcro entre la vida y la muerte.
Hay bastante más sobre Richard Nixon que poner en perspectiva.
Por ejemplo, se sabe que, ya para fines de la década de los sesenta, los republicanos comprendían que se estaban volviendo un partido minoritario en las elecciones nacionales y que Nixon era la figura que cambiaría el juego. Divisó una “estrategia del sur” para ganar partes del sur de los demócratas. Y resultó atractivo a los de la “mayoría silenciosa” al entresacar de la coalición demócrata aquellos grupos intolerantes de las manifestaciones raciales y estudiantiles y de los que simpatizaban con dar fina la guerra [en VietNam].
Durante el censo de 1970, el término “hispano” por presión de algunos grupos latinos, añadiría, se aplicó para identificar y definir a aquel grupo demográfi co. Los hispanos representaban un nuevo mercado para el desarrollo nacional económico y para la política electoral, como comprendemos de lleno ahora. No obstante, hay algunos sectores de la comunidad latina que no aceptan aún la designación y riñen constantemente sobre cuál de los términos es “correcto” o preferible, si “hispano” o “latino”.
De mayor importancia es que la presidencia de Nixon le prestó atención a tema de interés hispano de manera sin precedente – en parte para socavar la infl uencia que había disfrutado Lyndon Johnson – e implementó una estrategia para guiar a empresarios y latinos de clase media a las filas republicanas. La estrategia y cómo se implementó se revela, en parte, en el expediente público de la Comisión Watergate.
Lo que entonces se empezó ha quedado estropeado con la presidencia de George W. Bush, y como resultado los latinos republicanos están en su punto más bajo de los pasados 40 años. Sin embargo, la pregunta que Clint Block, investigador de la Hoover Institution en la Stanford University, se hiciera en el 2007 es patentemente obvia: “¿Han de cortejar los republicanos a los electores hispanos? Sólo si quieren sobrevivir”. Ya para 1970 la Casa Blanca de Nixon había percibido esta eventualidad.
La manera en que el partido republicano desperdició la oportunidad después de cuatro décadas de esfuerzos es algo de lo que arrepentirse para los republicanos. Pero ahora es el presente, y mañana el futuro.
Nuestra galletita de la fortuna nos dice que a pesar de algunos esfuerzos valientes en algunos estados, como Arizona, gran parte del liderazgo republicano esta imbuido en un Estados Unidos mítico. Incluso sus tópicos en cuanto a la economía y la ideología suenan huecas o banales, más a tono con una asamblea evangelista que el programa de un partido político.
Muchos republicanos podrían aprender algo de la afirmación sobre el camino de vuelta al pragmatismo (y no a la manipulación, al racismo, al comportamiento al rayo de la legalidad) que manifestara Richard Nixon.
La gente asume afirmaciones porque se juzgan capaces de cambiar. Un dirigente espiritual, Deepak Chopra, tiene una versión de una afi rmación que podría aplicarse. La presenta algo así, “Cada decisión es una opción entre un agravio y un milagro. Hay que optar por el milagro”.
Quizá lleve que se realice un milagro. Al menos eso es mejor de lo que ahora ocurre. Hispanic Link.
[José de la Isla, cuyo último libro se encuentra en versión digital gratuita en www.DayNightLifeDeathHope.com, redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service. También es autor de The Rise of Hispanic Political Power (2003). Comuníquese con él a: joseisla3@yahoo.com]. © 2009