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La soga del ahocado – los mexicanos no pueden olvidar

por Andy Porras

La soga anda suelta. Otra vez.

Desde que aquellas sogas aparecieron colgando de un árbol en una escuela alzando tensiones raciales en Luisiana, el símbolo espantoso de los linchamientos de la era de la segregación racial ha aparecido colgado por todo el país.

Las almas de Jim Crow y ciertos Rangers de Texas están sonriendo y bailando en sus tumbas. El truco con la soga que hicieran famoso está volviendo.

Los tejanos comparten recuerdos de sus ancestros que enfrentaban situaciones similares a las de sus hermanos de tez más oscura. Según el libro “The Lynching of Persons of Mexican Origin or Descent in the United States” de William D. Carrigan y Clive Webb, turbas en Texas lincharon a al menos 597 personas de ascendencia mexicana.

“Esto no incluye a muchos incidentes de otros tipos de violencia de turbas”, escribe el doctor Rudy Acuña, historiador chicano. “Esto es considerable, considerando que la población mexicana no era grande en comparación con la población negra”.

¿Se considera el colgar una soga en el árbol de una escuela un acto deplorable de racismo? ¿O será simplemente una travesura, como indicó aquel superintendente de escuelas de Luisiana lo fueran las acciones de sus estudiantes blancos?

La actual erupción de incidentes con soga se está investigando como posibles crímenes propulsados por el odio. La mayoría de los educadores y agentes del orden concuerdan en que no hay ninguna ambigüedad. Sea cual sea el color de piel que la gente tenga, todos saben exactamente lo que la soga implica.

Los actos brutales del sur de los EE.UU. son los más conocidos, pero Texas tenía sus propios bárbaros quienes iban poniendo primero la soga y haciendo preguntas después.

Gracias a la educadora y periodista Jovita Idar (1885- 1946) tenemos narraciones por escrito de lo ocurrido en una época tumultuosa para los tejanos de la ciudad fronteriza de Laredo, durante la Revolución Mexicana de 1910.

Sobre tierra estadounidense y sin mención en los textos de escuela, se desataba una segunda “guerra”. Los rinches, (argot tejano para los Rangers) iban y venían linchando a hombres, mujeres y hasta niños morenos quienes buscaban refugio del trastorno político en México.

Jovita, cuyos estudiantes eran en su mayoría mexicanos, se volvió una fi gura histórica imponente. Por todo Texas, la falta de libros y otros útiles básicos llevó muchas veces a que los maestros tejanos abandonaran sus sueños pedagógicos para buscar otras carreras. Jovita se unió a dos hermanos como escritora del periódico de su padre, La Crónica.

Sus palabras “radicales” con frecuencia detallaban la discriminación feroz contra los estudiantes mexicanos. Pero los informes que deverdad sacudieron al gobierno de Texas eran los que escribía sobre los Rangers de Texas.

Un informe puso al descubierto la verdad sobre el linchamiento de los Rangers de un niño mexicano en el pueblo de Thorndale, cerca de Austin. Otro narró las acciones de una turba en Rocksprings contra un tejano de 20 años — lo quemaron vivo en la hoguera.

Poco tiempo después la periodista convocó a una organización contra los actos racistas y brutales de los Rangers y los texanos blancos en general. Por consiguiente, los Rangers la ­pusieron en su lista negra.

El lema de Jovita, Por la raza y para la raza, se volvió el grito de batalla del grupo feminista, La Lega Femenil Mexicanista.

A pesar de las amenazas de los Rangers para poner fi n a tan extremistas ideas, los tejanos formaron sus propias escuelas, permitiendo que estudiantes anteriormente excluidos se matricularan sin costo. Hasta dieron a los estudiantes almuerzos gratis y ropa para la escuela.

Por el temor que la revolución mexicana se difundiera por el sur de Texas, los Rangers aumentaron su presencia por la frontera, continuando con su represión contra toda persona de origen mexicano. Las columnas de opinión de Jovita las consideraban infl amatorias los funcionarios estatales y federales, hasta tal punto que ambos le advirtieron que limitara sus críticas.

En 1914 Jovita se sacó la lotería del odio con un artículo que criticaba a nadie menos que el presidente de los EE.UU., Woodrow Wilson, quien había mandado tropas a la frontera. Fue precisamente lo que los Rangers necesitaban para hacerle una visita.

Enviados para destruir las ofi cinas del periódico de su padre, una compañía entera de los mejores de Texas se montaron en sus fi nísimos corceles, cercaron la ofi cina y exigieron que se presentara Jovita.

Se reunió una multitud de tejanos para ver lo que hizo que llegaran tantos Rangers al pueblo. Se quedaron boquiabiertos cuando vieron a Jovita en la puerta, resistiéndose al capitán de los Rangers, quien le ordenaba a dejarlo pasar. Jovita no se movió.

El capitán y la periodista discutieron. Ella le leyó a él sus derechos. El texano alto de insignia ordenó que sus hombres se retiraran, y él hizo lo mismo.

Una posición como la de ella tiene un alto precio. Los hombres volvieron de noche con almádenas y aniquilaron La Crónica. Destruyeron la conciencia de una comunidad, pero no pudieron silenciar a su mensajera. Durante un momento memorable en la historia de Texas, una tejana cortó la soga. Jovita escribiría de un lugar más seguro, San Antonio, donde vivió ella con su esposo el resto de sus vidas.

(Andy Porras es editor de la publicación bilingüe mensual, Califas, en el área de Sacramento, California. Comuníquese con él a:­califasap@yahoo.com). ©2007

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