por Louis Nevaer
New America Media
Mérida, México – Por casi un siglo, México disfrutó el inusual privilegio de no estar en guerra. Ahora, tras casi seis años en la “Guerra contra la Droga”, el ejército del país está enfrentándose a un tema cada vez más cercano para los veteranos y sus familias en Estados Unidos: Desorden de Estrés Post-Traumático.
La Constitución de México prohíbe que sus fuerzas armadas dejen el territorio mexicano sin una declaración de guerra, relegando a los miembros del servicio a esfuerzos de ayuda humanitaria. Esto incluye estar entre los primeros en llegar con alimentos y abastecimiento médico a Haití después del devastador terremoto en ese país en 2010, y misiones de ayuda de rutina en los países centroamericanos vecinos durante los desastres naturales.
La “Guerra contra la droga” ha cambiado todo eso, sin embargo, y por primera vez desde la II Guerra Mundial, los soldados mexicanos están viviendo las condiciones de Guerra en casa, llevando con ellos el trauma de su experiencia.
“No es posible involucrarse en el combate, y ver las atrocidades de la guerra sin verse afectado”, dice el Dr. Roberto Gómez,experto en temas de salud mental. “Los soldados mexicanos están expuestos al mismo trauma que durante la guerra”.
El Desorden de Estrés Post-Traumático de Emergencia o PTSD, es nuevo para el ejército mexicano, que ha desplegado unos 50,000 soldados por todo el país para luchar contra los poderosos carteles del narcotráfico. Sus tareas van desde patrullar las calles e investigar los crímenes para reunir información de inteligencia.
Es un fenómeno no reportado pero que crece rápidamente, uno que es una consecuencia no prevista de la “Guerra contra las drogas” que desde 2006 ha reclamado más de 47,000 vidas y que el ejército mexicano está desesperadamente no preparado para manejar.
Los hospitales mexicanos están diseñados para tratar heridas físicas,
no condiciones psicológicas que requieren cuidado a largo plazo.
No hay estadísticas sobre el número de soldados con discapacidades cognitivas en las fuerzas armadas de México, pero la evidencia anecdótica sugiere que los soldados con discapacidades cognitivas sean removidos de la población general y que se les den anti-depresivos o sedantes similares para calmarlos. Luego son honorablemente dados de bajo– esperando que el sistema médico de México, conocido como IMSS (Instituto Mexicano de la Seguridad Social, el programa nacional de salud), cuidará de ellos. “Esto es una expectativa no razonable”, dice Gómez.
“El programa nacional de cuidado de la salud no está diseñado para tratar a jóvenes de treinta años que han experimentado trauma que los conduce a PTSD. Generalmente están confundidos, no son capaces de dormir, tienen pesadillas recurrentes, causan peleas y son susceptibles de tener ataques violentos”.
Las familias del personal militar que han sido dados de baja informan sobre la dificultad para asistir a sus seres queridos, muchos de ellos que se vuelcan al alcohol y necesitan asistencia para sus tareas básicas, desde vestirse, hasta ver televisión sin tener un episodio cuando un programa transmite contenido violento. Las familias, mientras, generalmente son reacias a hacer demandas al ejército para que les brinden cuidado de la salud a soldados que sufren de PTSD, y el sistema nacional de salud ahora está llegando a términos con las necesidades de esos pacientes.
Sin embargo, tomando una página de la historia, los mexicanos han comenzado a abordar el tema de manera indirecta: a través del teatro.
Tal como en EE.UU., donde la lectura de “Ajax” de Sófocles, que narra la historia de un veterano, quien al regresar de la guerra es sumido en la depresión y mata a su comandante – ha ayudado a los Marinos norteamericanos a hacerle frente a las consecuencias del PTSD, los mexicanos están volviéndose al drama para dar voz al repentino surgimiento de la enfermedad.
“Estamos lidiando con un desorden que se está volviendo cada vez más común en una sociedad y para quienes han sido víctimas de secuestro, violación o han experimentado guerra o violencia”, dice la actriz brasileña Giselle Jorgetti, quien protagoniza “Em Tempo de Paz”, que explora el PTSD durante tiempos de paz y que actualmente se presenta en los escenarios mexicanos. “La intención”, explica, “es traer el tema al público porque es un desorden que no se manifiesta inmediatamente y puede ocurrir incluso años después de haber vivido una determinada situación”.
Para los miembros del servicio norteamericano, muchos de ellos luchan para hacer frente a los efectos de al menos un despliegue en Afganistán o Irak, dramatizando las heridas internas como PTSD ha probado ser una herramienta efectiva. “Sé que es un poco raro que obras griegas sean leídas en una conferencia de militares”, dijo David Strathairn, opoconocido por su papel con nominación al Oscar en “Good Night, Good Luck”, durante una interpretación en 2008 de la tragedia de Sófocles, en la que interpretó a Philoctetes. “Pero uno lee estas obras y entiende que son las primeras investigaciones de las condiciones de la guerra en la civilización occidental”.
Una investigación similar está en proceso actualmente en México. “Cuando alguien escucha un ruido y se sobresalta, o huele algo que le recuerda a una situación que vivió, esa persona se comporta como si estuviera reviviendo ese momento”, dijo Jorgetti a los periodistas. “El protagonista en la obra es una persona que está cada vez más aislada [debido a su PTSD]”.
Para los miles de soldados mexicanos que regresan a casa después de sus deberes, tal aislamiento y los recuerdos de una guerra cada vez más violenta y al parecer interminable se sostiene apenas bajo la superficie. Y mientras las familias esperan el seguro regreso de maridos, padres, hijos, hermanos y tíos– en escenas similares a las de EE.UU.– persiste la pregunta abierta de su salud mental y emocional, y la capacidad del ejército de México de hacerle frente a tales desafíos.