por Cecilio Morales
Con la llegada del nuevo año se presenta el momento perfecto para volver a considerar lo que exigen los que están en contra de los inmigrantes: que los recién llegados se asimilen.
El verbo assimilate en inglés (asimilar) tiene cinco sentidos. En lo fisiológico, significa consumir e incorporar al cuerpo las nutrientes después de la digestión. En lo figurativo, se refiere a absorber algún conocimiento mentalmente. La palabra también significa causar que una cosa se asemeje a otra.
En la lingüística, se refiere a la alteración de un sonido, como ocurre cuando un idioma adopta palabras extranjeras (por ejemplo, lazo en español, que se convirtió en lasso en inglés).
El quinto sentido, también figurativo, es lo que se está pensando referente al debate migratorio: absorber a los inmigrantes, o a cualquier grupo culturalmente distinto, a la cultura general. Sin embargo, entre todos los significados de “assimilate”, algo se consume, se absorbe, se incorpora (literalmente, hacerse parte del cuerpo) después de algún proceso de digestión y alteración.
Todo esto significa que “B” de alguna forma se enmaraña con “A”.
En el caso de los Estados Unidos, ¿qué implica esa “A” y por qué merece ser pre-eminente?
La respuesta es más complicada que lo que suena.
La historia nos dice que los primeros supuestos habitantes del Nuevo Mundo eran los indios. Los colonizadores europeos no se asimilaron a la sociedad india. ¿Sugieren los defensores anti-inmigrantes que al fin les demos algo de respeto a los habitantes nativos? De alguna manera, me parece que no.
Lo que es hoy los Estados Unidos, nos dice también la historia que se convirtió en territorio colonial de tres poderes europeos: Inglaterra, Francia y España.
¿Cuál de sus culturas merece ser la primera? ¿Con base en qué?
Intentemos de nuevo con la historia.
En trece de las colonias inglesas de América del Norte, estalló una guerra civil en la década de los años 1770. La población estaba tan dividida que se calcula que 100.000 leales huyeron al extranjero al final del conflicto. En aquel entonces, las raíces culturales entre los blancos se dividían entre Inglaterra y Alemania al punto que se difirió el optar por un idioma nacional para la nueva nación por lo que resultaba demasiado divisivo.
Podríamos estar cantando “O, sagt, könnt ihr sehen” el cuatro de julio si los alemanes hubieran predominado, pero entonces nos olvidamos de “otras Personas” de la Constitución, quienes eran africanas y hablaban múltiples lenguas.
De allí tenemos la adquisición de territorio de Francia (el territorio de Luisiana) y España (La Florida).
Para los años 1840 y 1850, lo que se convertiría en el tercer grupo importante de europeos del inicio de los Estados Unidos llegó: los irlandeses. De hecho no eran ingleses.
Entonces, que alguien me vuelva a recordar, ¿cómo, en esta mezcla de africanos, ingleses, franceses, alemanes, irlandeses, y españoles, fue que la cultura y el idioma de los ingleses llegaron a ser acordados supremacía legal, cuando ni siquiera los ingleses osaban debatirlo por miedo a perder un voto?
Pero espérense. Existe un suroeste y oeste entero, robado directamente mediante la guerra y la conquista. Su lengua y cultura predominantes no fueron ingleses. ¿Por qué tendría el territorio desde Texas hasta California que asimilarse a la lengua y la cultura de los últimos y más delictivos recién llegados, los anglos?
Se podría hacer casi la misma pregunta en casi cualquier rincón del mundo.
Las personas tienen el derecho inalienable a su propia lengua y cultura. El afirmar ese derecho es la mejor tradición de los Estados Unidos (a pesar de los muchos capítulos de la historia de la nación en las que no se observó), como lo es de las Naciones Unidas y de la Dama Libertad, cuya poderosa mirada vigila a ambos desde su isla.
(Cecilio Morales es editor ejecutivo de la publicación semanal Employment & Training Reporter en Washington, D.C. Comuníquese con él a: Cecilio@miipublications.com). © 2007