viernes, diciembre 27, 2024
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La agenda de los Illuminati (22da parte de una multi serie)

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by Marvin Ramíre­z­

­Marvin  J. Ramírez­Ma­rv­in­ R­­a­m­­­í­r­­ez­­­­­­­

NOTA DEL EDITOR: ­Dada la importante e histórica información contenida en este artículo de 31 páginas sobre la historia de la sociedad secreta y malvada, los Iluminados, El Reportero se honra en brindar a nuestros lectores la oportunidad de leer tal documento, que los medios principales han catalogado de una teoría de conspiración. Para comprender mejor esta serie, le sugerimos que lea los artículos previos publicados en nuestras editoriales.

Esta es la vigesimosegunda parte de la serie.

Lo siguiente es una transcripción de una grabación distribuida en 1967 por Myron C. Fagan. El ha esperado que si suficientes norteamericanos han escuchado (o leído) este resumen, la agenda de dominación de los Iluminados para Estados Unidos se abortaría, tal como Alexander I de Rusia torpedeó los planes de los Iluminados para Un Mundo, Liga de Naciones en el Congreso de Viena de 1814-15. Fagan describe correctamente a los miembros del congreso, el poder ejecutivo, y el poder judicial de ese momento como TRAIDORES por su rol en contribuir a implementar la caída de la soberanía de Estados Unidos.

Es comprensible que gran parte de la audiencia de ese período haya considerado imposible de creer que, por ejemplo, los Kennedy, eran (son) parte de la trama de los Iluminados, pero sí dijo que Jack tuvo un renacimiento espiritual e intentó rescatar al país del estrangulamiento de los Iluminados al emitir certificados de plata de EE.UU., que aparentemente contribuyeron en gran parte a la decisión de los Iluminados de asesinarlo (su hijo, John Jr., también fue asesinado porque intentó exponer a los asesinos de su padre después de llegar al poder).

— Hitler, un pobretón pintor de casas austriaco, había sido cabo en el ejército alemán. Hizo de la derrota de Alemania una queja personal. Comenzó a agitar al respecto en el área de Munich, Alemania. Comenzó a hablar sobre restaurar la grandeza del Imperio Germano y el poder de la solidaridad alemana. Abogó por la restauración del viejo ejército militar para ser usado para conquistar todo el mundo. Suficientemente extraño, Hitler, el pequeño payaso que era, fue capaz de llevar a cabo un discurso agitador y tuvo un cierto tipo de magnetismo. Pero las nuevas autoridades en Alemania no quisieron más guerras y rápidamente enviaron a prisión al detestable pintor de casas austriaco.

Aha! Éste era el hombre, decidieron los conspiradores, quienes, si dirigían y
fi nanciaban apropiadamente, podría ser la clave hacia otra guerra mundial. Entonces mientras él estaba en prisión, ellos tenían a Rudolph Hess y Hermann Goering escribiendo un libro que titularon: Mein Kompf y atribuyeron la autoría a Hitler, exactamente como escribió Lipdenoff: Misión a Moscú y atribuyó la autoría a Joseph Davies, nuestro entonces embajador en Rusia y cómplice del CFR. En Mein Kompf, el pseudo-autor Hitler se refirió a sus penas y cómo restauraría al pueblo alemán de su antigua grandeza.

Los conspiradores luego arreglaron una mayor circulación del libro entre el pueblo alemán, para generar un seguimiento fanático por él. Tras ser liberado de prisión (también arreglado por los conspiradores), comenzaron a prepararlo y financiarlo para viajar a otras partes de Alemania para que realizara sus agitadores discursos. Pronto logró un creciente seguimiento entre otros veteranos de guerra que pronto se dispersaron hacia las masas que comenzaron a verlo como el salvador de su amada Alemania.

Luego vino su liderazgo en lo que llamó “su ejército de camisas café” y en la marcha en Berlín. Eso requirió gran fi nanciamiento, pero los Rothschilds, los Warburgs, y otros conspiradores le brindaron todo el dinero que requería. Gradualmente, Hitler se volvió el ídolo del pueblo alemán y luego derrocó al gobierno de los Von Hindenburg y Hitler se volvió el nuevo fuhrer. Pero eso todavía no era un motivo para la guerra.

El resto del mundo vio surgir a Hitler, pero no vio razón para interferir en lo que era de manera distinta una condición interna dentro de Alemania. Ciertamente ninguno de las otras naciones sintió que era una razón para otra guerra contra Alemania y el pueblo alemán todavía no era incitado lo sufi ciente a un frenesí para cometer cualquier acto contra ningún país vecino, ni siquiera contra Francia, que lo llevaría a la guerra.

Los conspiradores se dieron cuenta de que tendrían que crear tal frenesí, un frenesí que causaría que el pueblo alemán fuera cauteloso y al mismo tiempo horrorizara a todo el mundo. E incidentalmente, Mein Kompf fue en realidad un seguimiento del libro de Karl Marx: Un Mundo sin Judíos.

Los conspiradores repentinamente recordaron cómo la pandilla de los Schiff- Rothschild había planificado los pogromos en Rusia, donde muchos miles de judíos fueron masacrados y crearon un odio mundial hacia Rusia y decidieron usar el mismo truco para infl amar el nuevo pueblo alemán liderado por Hitler en un odio asesino hacia los judíos.

Ahora es verdad que el pueblo alemán nunca había tenido una afección particular por los judíos, pero tampoco tenían un odio impregnado hacia ellos.

Tal odio tendría que ser fabricado, entonces Hitler iba a crearlo. Esta idea atrajo a Hitler. Vio en él el espeluznante truco para hacer de él el “Hombredios” del pueblo alemán.

Por lo tanto inspirado y entrenado por sus asesores fi nancieros, los Warburgs, los Rothschilds, y todas las mentes maestras de los Iluminados, culpó a los judíos por el detestado Tratado de Versalles y por la ruina financiera tras la guerra. El resto es historia. Sabemos todo sobre los campos de concentración de Hitler y la incineración de cientos de miles de judíos. No los 6,000,000 o incluso los 600,000 que afirman los ­conspiradores, pero fue sufi ciente. Y aquí déjenme reiterar cuán poco a los banqueros internacionales, los Rothschilds, Schiffs, Lehmans, Warburgs, Barouchs, les importó los hermanos raciales que fueron las víctimas de sus esquemas nefastos. En sus ojos, la masacre de varios cientos de miles de inocentes judíos por parte de Hitler no les molestó en lo absoluto. CONTINUARÁ EN LA PRÓXIMA EDICIÓN

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