martes, diciembre 17, 2024
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«Identificación digital y Real ID: ¿un camino hacia el control de la vigilancia?»

Marvin Ramírez, editor

Con el pretexto de la conveniencia y la seguridad, se está llevando a cabo un esfuerzo radical para reformular los fundamentos de la autonomía personal y la privacidad en los Estados Unidos y en otros lugares. La Ley Real ID, inicialmente enmarcada como una herramienta para la seguridad nacional, se ha convertido gradualmente en un mecanismo para centralizar el control sobre la identidad individual. Este cambio silencioso hacia una base de datos nacional -un «cerebro nacional», como algunos lo describen acertadamente- es una realidad inquietante, especialmente para quienes aprecian la independencia tradicional del gobierno estatal.

Durante décadas, una licencia de conducir representaba la soberanía estatal. Era un símbolo de gobierno localizado, un testimonio de la identidad individual administrada independientemente por cada estado. Sin embargo, la llegada de la Real ID ha comenzado a erosionar esta soberanía. A través de una publicidad implacable y una coerción sutil, se está presionando a los ciudadanos para que cambien sus licencias tradicionales por identificaciones que cumplan con las normas federales. Lo que solía ser una cuestión de orgullo estatal y discreción individual ahora se siente como una inscripción obligatoria en un sistema más grande e intrusivo. Aunque la Ley de Identificación Real nació de una política interna, refleja una tendencia global más amplia.

El Foro Económico Mundial (WEF), un actor clave en la globalización de la gobernanza, ha revelado recientemente su ambición de extender los sistemas de identificación digital al ámbito del metaverso. Su informe de noviembre, “Shared Commitments in a Blended Reality” (“Compromisos compartidos en una realidad combinada”), describe una visión para un futuro digital totalmente rastreable y controlado. En su núcleo está la imposición de un marco de identidad digital que regirá cada interacción, transacción y movimiento a través de realidades físicas y digitales combinadas.

El informe defiende la identificación digital como una solución a problemas como el acoso cibernético, el acoso y la desinformación. Sostiene que en un mundo donde las personas no pueden “dejar de ver” o “dejar de experimentar” interacciones, es esencial regular el comportamiento a través de identidades rastreables. Tal lógica puede sonar atractiva a primera vista, pero plantea profundas preocupaciones sobre la libertad y la capacidad de acción personales.

La identificación digital, el eje del marco de gobernanza del WEF, crearía un ecosistema donde todas las acciones se monitorean, registran y controlan. Desde la verificación de la autenticidad de los activos digitales hasta la moderación de la conducta en línea, todos los aspectos de la vida podrían ser sometidos a escrutinio bajo el pretexto de proteger la “seguridad” y la “transparencia”. Y aunque el WEF afirma que estas medidas son necesarias para abordar cuestiones transnacionales como el cibercrimen y la desinformación, la realidad es mucho más insidiosa: este sistema centraliza el poder en manos de tecnócratas no electos, despojando a las personas de su autonomía.

Uno de los aspectos más alarmantes de esta visión es su énfasis en la “rastreabilidad y el control”. Al vincular cada transacción e interacción a una identificación digital, la línea entre los mundos físico y digital se difumina, creando un entorno donde nada escapa a la vigilancia. Las transacciones, la propiedad de activos e incluso las interacciones personales podrían estar sujetas a una cadena de custodia, todo ello justificado bajo el pretexto de mantener la “autenticidad” y la “responsabilidad”.

La iniciativa Real ID en los Estados Unidos sirve como un paralelo interno a este impulso global. Ambos apuntan a consolidar datos e imponer un sistema de identidad uniforme. Sin embargo, como ciudadanos, debemos preguntarnos: ¿dónde termina esto? Si la identificación digital se vuelve obligatoria para actividades básicas, desde el acceso a la atención médica hasta la participación en espacios digitales, ¿qué libertad queda? La pendiente resbaladiza de la vigilancia y el control se cierne sobre nosotros, y la historia nos ha enseñado que, una vez implementadas, esas medidas rara vez se revierten.

Los defensores de la identificación digital argumentan que puede empoderar a las personas al brindarles “seguridad” y “transparencia”. Sin embargo, como hemos visto con los pasaportes de vacunas y otros mandatos digitales, estos sistemas a menudo se convierten en herramientas de exclusión. El incumplimiento puede llevar a la pérdida de acceso a bienes y servicios, lo que obliga a las personas a conformarse. A pesar de la palabrería del WEF sobre la “preservación de la elección”, la realidad es muy diferente. La renuncia a los sistemas de identificación digital se presenta cada vez más como algo poco práctico, si no imposible.

Existe una alternativa para quienes están preocupados por el alcance de la Real ID. La tarjeta de pasaporte estadounidense sigue siendo una opción viable. Está reconocida a nivel federal, permite viajes nacionales y no requiere compartir información personal adicional con bases de datos centralizadas. Para los ciudadanos no estadounidenses, su pasaporte válido de su país de origen aún puede usarse para vuelos nacionales. Sin embargo, es importante tener en cuenta que las identificaciones estatales antiguas o las licencias de conducir ya no se aceptarán para abordar un avión en el futuro cercano.

Sin embargo, este enfoque no es una solución a largo plazo. El problema más amplio es la erosión progresiva de la privacidad y la libertad bajo el pretexto de la modernización.

A medida que las iniciativas globales como las del Foro Económico Mundial ganan impulso, exponen los peligros de consolidar el poder en manos de unos pocos. Los sistemas de identificación digital centralizados corren el riesgo de transformar las sociedades en panópticos digitales, donde cada acción es monitoreada y controlada. Un futuro así es antitético a los principios de libertad y democracia.

El camino a seguir requiere vigilancia y resistencia. Los ciudadanos deben exigir transparencia y rendición de cuentas a sus gobiernos. Se deben defender las políticas que priorizan la autonomía individual sobre el control centralizado. Si bien la tecnología ofrece un potencial increíble, no debe darse a costa de las libertades fundamentales. La promesa de “progreso” no debe cegarnos ante los riesgos del control totalitario en la era digital.

El momento de actuar es ahora. Mientras los gobiernos y las entidades globales presionan por sistemas de identificación digital bajo diversos pretextos, depende de nosotros salvaguardar los valores de la privacidad y la autonomía. Rechazar sistemas como la identificación real y defender alternativas descentralizadas y transparentes no es solo una opción, es una necesidad. La libertad, después de todo, no es algo que puedan conceder los gobiernos o los tecnócratas; es un derecho que debe protegerse y preservarse ferozmente.

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