Hace 32 años nació un bebé que le llamé The Reporter, pero que luego, a insistencia de mi papá periodista, lo renombré El Reportero, porque nació como una publicación en inglés, y se convirtió en el periódico bilingüe que todos hoy conocen.
Todavía no había internet, y a diferencia de la tecnología de hoy donde se crean las páginas en la computadora y se envían a la imprenta por correo electrónico, uno tenía que llevar el arte terminado en persona.
Antes imprimía las páginas en una impresora, y con unas tijeras recortaba el contenido y lo iba pegando en una cartulina, como se arma un rompecabezas. Luego se llevaba a la imprenta, donde el técnico de pre-impresión le tomaba las fotos y creaba las placas, que (todavía) son colocadas en la prensa rotativa – y luego sale el paquete de periódicos ya amarrados, listos para su distribución.
La primera vez que fui a la imprenta – una que quedaba en la calle 16 en SF -, a recoger la primera edición de The Reporter, pasé por la calle Mission, e iba rumbo hacia la Universidad. Estaba ansioso de empezar a distribuir – los 10,000 ejemplares que acababa de recoger – en la SF State University.
Me detuve por el semáforo en la calle 25. A la izquierda estaba la famosa Taquería, y contiguo estaba la recién inaugurada Taquería Casa Blanca, propiedad de Blanca y Barnes Gómez, y que ahora ya no existe.
Mi carrito, que era de dos pasajeros, un Pontiac GT blanco, no tenía espacio para albergar todos los ejemplares, así que los distribuí al frente y en la tolda del carro.
¿Y eso que es», me preguntó Barnes curiosamente.
«Es mi periódico», le contesté exitado. «Vengo de la imprenta».
Seguido me bajé – deteniendo el tráfico en doble estacionamiento en medio de la calle – para repartirles unas copias del periódico a él y a sus amigos que lo acompañaban.
Cuando me monté a mi carro, me dije con gran entusiasmo: ¡»el periódico es comunitario»!
Lo que Uds. ven ahora, queridos lectores es el fruto de una pasión que ya traía en mi desde mi nacimiento, y que repentinamente lo descubrí sin querer. Simplemente, escuché una frase que alguien dijo: «el periodismo tiene la ética más alta de todas las profesiones», y con esa referencia opté escoger la carrera de periodismo a la de abogacía, pues ya había tratado ese ramo cuando me gradué con un certificado en Estudios Paralegales en uno de esos colegios no certificados por ahí que ofrecen certificados sin mucho valor.
Espero seguir contándoles mi historia y la de El Reportero en ediciones venideras. Pero hoy le doy gracias a Dios por la energía depositada en mi para llegar a estos 32 años que el periódico está cumpliendo, y a las empresas que nos han patrocinado.