por José de la Isla
Washington, D.C. – Desde que Lyndon Johnson proclamara en 1978 la Semana de la Herencia Hispana, he tenido sentimientos encontrados al respecto.
No se me malentienda. Son importantes las celebraciones y conmemoraciones anuales. De manera sutil, pueden ofrecernos el pegamento que nos une como nación. En su libro, «A Brief History of Anxiety», Patricia Pearson sugiere que nos proveen con una terapia social.
En última instancia, como reconocería todo buen antropólogo, son un reconocimiento de la era moderna de ritos de paso.
No obstante, las buenas intenciones a veces llegan con envolturas defectuosas. Por ejemplo, un año, una estación de radio me invitó a narrar un tributo al Cinco de Mayo y su importancia especial para la historia de los EE.UU. durante los años de la guerra civil. Después, los amigos me insistieron que había errado en mi mensaje. La razón por la que se observa el día con mayor fervor en este país que en México, me explicaron, es porque una empresa cervecera lo promovió como un rito primaveral y usaron la ocasión para realizar una campaña de promoción. No estuve de acuerdo – eso es hasta que conocí a un ejecutivo de una empresa cervecera quien participaba en planificar la campaña.
Sí, es cierto que originalmente fue una promoción de cerveza para aumentar las ventas en declive. Así es que hasta de una promoción comercial algo bueno puede salir.
Ahora, al cumplir sólo 30 años de observancia federal de la herencia hispana de nuestro país (actualmente una celebración que dura un mes), siguen evolucionando su significado y su forma. La idea subyacente es más que la estameña y el vestir a los niños en trajes folclóricos. Nos permite una pausa momentánea del reguetón y el hip-hop y rock clásico para oír los sonidos de nuestros abuelos.
Si escuchamos atentos al ritmo, tal vez oigamos lo que les conmovió. El antropólogo Edward T. Hall dice que el aprecio por la música popular no es un fenómeno reciente.
Todas las culturas llevan en sí una especie de tambor idiosincrásico que origina desde el vientre materno. Al ser emitido en vivo, todo el grupo responde.
¿Suena ridículo? El compositor Aaron Copland dio a la cuerda cuando tomó de la música folclórica y la orquestró en «The Tender Land» y «Rodeo» y «Fanfare for the Common Man».
Antes de aquel momento no había logrado el éxito. Sin embargo, en la Ciudad de México, como director de orquesta invitado por Carlos Chávez, salió de ronda una noche, terminó en un garito y con el tiempo escribió una variación de la música que esa noche oyó. El nombre de su composición es «El Salón México». Fue la primera pieza musical popular de Copland, aceptada por toda Latinoamérica y Europa antes que se diera cuenta el público en los Estados Unidos.
Antes de convertirse en uno de los compositores más importantes de la nación, Copland ni lograba conseguirse un empleo escribiendo música para el cine. Sus colegas de alcurnia dijeron que su música no tenía ningún sentido – eso es – hasta que se inspirara de las canciones populares mexicanas. Su amigo Carlos Chávez también escribió algunas de las más memorables conversiones musicales de lo folclórico al salón de conciertos del mundo, Sinfonía India.
Aquellos de entre mis amigos que se orientan principalmente hacia la política, la formulación de políticas y las actualidades ven en un contexto más amplio la celebración de este mes. Señalan las bajas actitudes nacionales que discriminan contra los inmigrantes, partiendo de una perspectiva del mundo que decide qué cultura es mejor que otra – y poniendo la de los hispanos en lo bajo. Comentarista social Angelo Falcón nos recuerda, «La Herencia Hispana es de un mes; la supervivencia latina es todos los días».
Si bien la mejor parte de esta nación se hace la cirugía láser a esa cataratas que obfuscan nuestra perspectiva nacional, los chiflados, los mete-miedo y los nativistas que asumen la responsabilidad de propagar la división están siempre entre nosotros.
El remedio es los eventos como los que se celebran este mes en Washington, D.C., que reúnen a miles de personas para hacer planes y formular defensas. Los eventos al final promocionan la armonía social. No es una agenda estrictamente política, sino un esfuerzo cívico.
En pueblos y ciudades por toda la nación, la herencia hispana que conmemoramos uno de doce meses del año es por naturaleza transitoria. No es, como algunos podrán insistir, un camino de una sola vía hacia el norte. Se trata mucho más de la cultura que del cargazón. Se trata de ideales y no de ideología. Es un reconocimiento nacional de la ventaja de tener a nuestros vecinos hemisféricos, aunque nuestra política no lo refleje precisamente. Se trata de nuestra transformación como pueblo, como sociedad y como nación.
[José de la Isla, autor de «The Rise of Hispanic Political Power» (Archer, 2003) redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service. Comuníquese con él a: joseisla3@yahoo.com]. 2008