
por Marvin Ramírez
La historia nos ha enseñado que la política internacional está marcada por ciclos de poder, intereses económicos y estrategias geopolíticas que determinan el rumbo de las naciones. En este contexto, el reciente anuncio sobre la recuperación del control del Canal de Panamá por parte de Estados Unidos ha generado un sinfín de interrogantes sobre el alcance real de las promesas de Donald Trump y el futuro de la soberanía de las naciones involucradas.
Hasta hace poco, muchas de las declaraciones del exmandatario parecían más bien parte de una retórica nacionalista desmedida, rozando la fantasía de un expansionismo imposible en el siglo XXI. Su intención de comprar Groenlandia fue recibida con escepticismo y burla; su mención de convertirse en el «dueño de Palestina» se percibió como una exageración sin fundamentos; y su insistencia en recuperar el Canal de Panamá fue considerada por muchos como un anhelo inalcanzable. Sin embargo, el tiempo y los hechos recientes han demostrado que aquellas declaraciones no eran meras ocurrencias, sino parte de una estrategia cuidadosamente diseñada.
El regreso del Canal de Panamá a manos estadounidenses marca un punto de inflexión en las relaciones internacionales. Este evento, que hasta hace poco parecía inconcebible sin una intervención militar o una cesión bajo presión, ha sido presentado como un triunfo absoluto del liderazgo de Trump. La pregunta inevitable es: ¿cuáles fueron las condiciones que permitieron esta transición? ¿Fue una negociación diplomática encubierta, una presión económica irresistible o una imposición con tintes de chantaje político? Aún no se conocen los detalles completos, pero lo que es innegable es que este acontecimiento redefine la balanza de poder en la región.
El Canal de Panamá ha sido, desde su construcción, un punto neurálgico del comercio mundial. Su traspaso a manos panameñas en 1999 fue un símbolo de soberanía para el país centroamericano y una muestra de que la influencia estadounidense en la región podía menguar con el tiempo. Sin embargo, el retorno del control a Estados Unidos deja en evidencia que los intereses geopolíticos no desaparecen, solo se transforman con nuevas estrategias y liderazgos.
El discurso de Trump ante el Congreso el pasado 4 de marzo no hizo más que reforzar su postura sobre el fortalecimiento de Estados Unidos en el ámbito internacional y su lucha contra lo que considera amenazas internas. Desde su oposición tajante a la ideología de género hasta su promesa de erradicar sustancias químicas dañinas en productos de consumo masivo, su retórica sigue el mismo patrón de siempre: proteger a la nación a toda costa y recuperar su influencia global. Ahora, con la noticia del Canal de Panamá bajo control estadounidense, la duda sobre el cumplimiento de sus demás promesas empieza a desvanecerse.
Este hecho pone en alerta no solo a Panamá, sino a toda América Latina, que observa con preocupación lo que podría ser el resurgimiento de una política intervencionista más agresiva por parte de Estados Unidos. El impacto de esta decisión aún está por verse, pero lo que queda claro es que las reglas del juego han cambiado.
A lo largo de la historia, el expansionismo estadounidense ha adoptado distintas formas: desde la doctrina Monroe hasta las ocupaciones militares del siglo XX y la diplomacia económica en el XXI. La recuperación del Canal de Panamá podría ser solo el inicio de una nueva fase en esta estrategia de dominio. A ello se suman los intentos de compra de Groenlandia y la insistencia en imponer su influencia en Palestina, lo que indica que la administración de Trump (o al menos su ideología) sigue persiguiendo la expansión territorial y económica como uno de sus objetivos primordiales.
Los gobiernos de América Latina y el mundo deben analizar con cautela el significado de este acontecimiento y prepararse para una posible escalada de medidas similares en otras regiones. La soberanía de las naciones no debe estar sujeta a los vaivenes de la política estadounidense ni a la voluntad de un solo líder. Panamá, como país afectado directamente, debe esclarecer bajo qué términos se produjo esta cesión y qué implicaciones tendrá a largo plazo en su autonomía y desarrollo.
Lo sucedido nos recuerda que la política internacional es un tablero de ajedrez donde los movimientos no son al azar. El regreso del Canal de Panamá a manos estadounidenses podría marcar el inicio de una nueva era de influencia en la región, con consecuencias que aún están por determinarse. En este escenario, la pregunta que debemos hacernos es: ¿qué sigue después? Si la historia sirve de guía, la respuesta no tardará en llegar.