por Jon Rappoport
La vigilancia nos está llegando desde todos los ángulos. Chips, drones, puntos revisión TSA, metros inteligentes, productos electrónicos de puerta trasera, videocámaras, electrodomésticos de espionaje en los hogares; nuestras llamadas telefónicas y e-mails, pulsaciones del teclado y compras de productos son grabados.
El gobierno y sus corporaciones aliadas van a saber todo lo que quieran acerca de nosotros.
¿Entonces qué?
¿Qué sucede cuando todas las naciones son cubiertas de proa a popa con la vigilancia?
A los servicios públicos, que actúan bajo las órdenes de gobierno, se les permitirá asignar la electricidad en los montos y tiempos a su antojo. Eso está conduciendo a un plan general de distribución de la energía entre la población entera.
Alegando escasez y opciones limitadas, los gobiernos en esencia van a redistribuir la riqueza, en forma de energía, bajo un modelo colectivista.
Los planes nacionales de seguro de salud (como Obamacare) ofrecen otra muestra. Estos planes sólo tienen logística operativa si al ciudadano se le asigna un paquete de identificación médica, que es de facto un carnet de identidad. En el campo médico, esto lleva de la cuna a la tumba.
Inevitablemente, la vigilancia conduce a colocar a cada individuo bajo sistemas de control. No es sólo “te estamos viendo”, o “estamos acabando con la disidencia”. Es “estamos dirigiendo tu participación en la vida”.
Como me dijo una vez un analista del sector privado, “Cuando puedes ver lo que cada empleado está haciendo, cuando lo tienes al alcance de tu mano, naturalmente llegas a pensar cómo controlar esos patrones y flujos de movimiento y actividad. Ves a tus empleados como piezas en un tablero. La única cuestión es, ¿qué juego quieres jugar con ellos?
Cada uno de estos aparatos es gobernado, desde la cumbre, por los Planificadores Centrales. Cuando se trata de una nación entera, los tecnócratas de arriba se divierten con la idea de proyectar, mapear, graficar y regular los flujos de todos los bienes y servicios y de las personas, “por el bien común”.
El agua, los alimentos, las medicinas, el uso de la tierra, el transporte, todo se convierte en información de un sistema de red que elige quién toma qué y cuándo, y quién puede viajar, adónde y bajo qué condiciones.
Éste es el sueño húmedo de los tecnócratas. Ellos creen que están salvando al mundo, mientras juegan una fascinante partida de un ajedrez multidimensional.
Al tiempo que se descubren nuevas tecnologías y se ponen al alcance, los planificadores deciden cómo serán utilizadas y a quiénes beneficiarán.
Para implementar ese objetivo de largo alcance, con la mínima resistencia de la población global, se desatan crisis manufactureras que persuaden a las masas de que el planeta está amenazado y necesita de “los sabios” para rescatarlo y rescatarnos.
Observamos (y luchamos) guerras y aún más guerras, cada una exacerbada y aun inventada. Se nos presentan falsas epidemias que son falsamente promovidas como flagelos.
La única respuesta, que nos quieren hacer creer, es más control humano sobre la población.
Desde arriba, somos sometidos a una corriente interminable de propaganda dirigida a convencernos de que “el mayor bien para el mayor número” es el único principio humano aceptable de la existencia. Todos los anteriores sistemas de creencias están pasados de moda. Ahora conocemos mejor. Debemos ser buenos y amables y generosos ante toda la gente todo el tiempo.
Tras esta bandera casi religiosa, que tiene un gran atractivo emocional, aparece El Plan. Nuestros líderes se sitúan y sostienen sobre las bases de su mayor conocimiento. Nosotros asentimos. Asentimos con vehemencia, porque estamos alistados en un ejército universal de interés altruista.
Éste es un clásico gato por liebre. Hemos sido educados para creer que el servicio para un bien mejor es un objetivo y un credo inexpugnable. Y luego, más tarde, nos damos cuenta de que ha sido secuestrado para instituir más poder sobre nosotros en todas las formas.
La coordinada e intrincada red de vigilancia de la Tierra y su gente se alimenta de algoritmos que escupen soluciones. Toda esta comida va a venir aquí; toda esa agua irá allá; aquí estará el servicio médico; allá el servicio médico será severamente racionado. A estas personas se les permitirá viajar. A aquellas otras se les confinará en sus ciudades y en sus pueblos.
Cada esencia de la vida –manejada con interruptores de encendidoapagado– y sus consecuencias queda fuera del juego. Un sistema increíblemente complejo de decisiones interconectadas será aclamado como mesiánico. Vigilancia, planificación , control.
Ésta es la visión. No es nuestra. Nunca lo fue. Pero no fuimos consultados.
En cambio, hemos sido testigos de eventos al límite: el bombardeo de 1995 en la ciudad de Oklahoma; el ataque al World Trade Center en 1993; el asalto en 2001 al Trade Center y al Pentágono. Esto paralelamente ha desatado mejores y cada vez más amplios métodos de vigilancia.
Crean nuestro perfil bajo los hilos de nuestra ropa y el DNA de nuestras células. ¿Pero cuál es nuestro perfil de los tecnócratas y sus jefes?
Ellos están divorciados de la vida humana. Viven en un vacío. Obtienen placer de ese vacío.
En 1982, entrevisté a Bill Perry, quien acababa de dejar su trabajo como directivo PR en los Laboratorios Lawrence Livermore, donde los científicos diseñan armas nucleares.
A Perry le habían dado el tipo de trabajo que quiere la gente de PR. Pero un día, al pasar frente a la mesa de un investigador y escuchar sus quejas sobre las limitaciones de presupuesto, Perry dijo: “Escucha, América ya tiene los medios para volar el planeta entero ocho veces. ¿Qué más necesitas?”
El investigador lo miró genuinamente perplejo. Respondió: “Tú no entiendes, Bill. Éste es un problema de la física”.
En ese mismo sentido, los tecnócratas que quieren calcular y dirigir nuestro futuro, encada movimiento, minuto a minuto, nos ven como componentes de un problema complejo muy interesante.
Sí, ellos también esperan ejercer el poder y el control. Pero viven en una abstracción. Hacen frente a sus respuestas desde ese campo. Ellos ejercen fresca pasión. Observan, por ejemplo, que no todo movimiento de pensamiento de todas las personas sobre la tierra ha sido mapeado aún, así que quieren terminar de construir los medios por los cuales puedan hacer el mapa de esos “elementos faltantes”. Quieren completar la fórmula. Ven su investigación como una implicación natural de las matemáticas que pueden manipular. Nadan en la tecnología y quieren expandir su arquitectura. Abandonar el programa sería equivalente a negar su propia inteligencia. Suben a la montaña porque está allí.
Ellos perciben que un factor no embona en sus algoritmos: el individuo libre. Es el comodín. Por tanto, se ven obligados a analizar la libertad y descomponerla en funciones de DNA y procesos cerebrales. Asumen, porque deben hacerlo, que el individuo libre es una idea ilusoria que proviene de algunas configuraciones antiguas de transmisión sináptica, en un momento de nuestra evolución en que lo necesitábamos. Pero ahora, suponen, la ingeniería de la actividad humana y del pensamiento ha sustituido esas nociones pintorescas. Ahora todos podemos ser seguidos, trazados y estudiados en una escala diferente más amplia. Ahora podemos ser vistos como lo que realmente somos: una colmena.
Por tanto, debemos ser instruidos, dentro de estrechos límites, sobre nuestras diferentes funciones.
Los tecnócratas de hoy florecen con gran optimismo mientras diseñan el mundo del futuro y su sociedad singular. Si se quedan sin las piezas de su rompecabezas de estudio, van a tratar de seguir el movimiento de cada átomo y cada electrón y quark del universo. Lo disfrutarán.