por Felipe de Ortego y Gasca
Dentro de la controversia actual sobre la construcción de un muro entre México y los Estados Unidos, sería bueno mantener en mente lo que escribió el poeta Robert Frost, “something there is that doesn’t love a wall” (algo hay que no ama un muro). Ese “algo” es que un muro es una barrera.
En el caso de un “muro” entre los Estados Unidos y México, un muro es manifestación de un conflicto, tal como lo fue el Muro de Berlín. Un muro entre los Estados Unidos y México sólo hará que se agudice la enemistad entre los dos países.
El que Ronald Reagan le exhortara a Gorbachev a “derrumbar este muro” refiriéndose al Muro de Berlín, no es lo que hizo que el muro lo derrumbaran. Fue la respuesta de Mikhail Gorbachev la que derrumbó el muro. En vez de agudizar el ciclo de conflicto, el dirigente soviético optó por no hacer caso de la retórica de conflicto y por la razón que fuera, dio el primer paso hacia reparar las relaciones entre los EE.UU. y la Unión Soviética.
Cuando en una visita que hizo Gorbachev a los Estados Unidos en el 2006 se le preguntara sobre un muro entre Estados Unidos y México, respondió que parecía que los Estados Unidos estuviera construyendo el Gran Muro de la China entre sí y México.
Entre la retórica actual sobre el control de las fronteras nacionales, surge con fuerza una pregunta: ¿Por qué, de un lado, los EE. UU. quería que se derrumbara el muro de Berlín, y del otro, quiere construir un muro entre los EE.UU. y México?
Entre los siglos ocho y cinco antes de Cristo, los estados norteños de la China construyeron a lo largo de su frontera norte un muro para rechazar la penetración mongola a su territorio. En algunos lugares el muro, de 4.000 millas de largo, llegaba a los 25 pies de altura y 30 pies de ancho.
En el año 122 AD, el emperador romano Adriano construyó un muro que atravesaba Bretaña, resguardando a los romanos de la tribu hostil de los picti. El muro se extendía del Mar del Norte al Mar de Irlanda, de 80 millas romanas de largo, diez pies de ancho, y quince pies de alto.
De manera similar, en el siglo XX, los franceses construyeron la “línea de Maginot”, un fortalecimiento rodeado de murallas, contra incursiones de los alemanes. Con el uso de los aeroplanos, los alemanes sencillamente volaron sobre la línea de Maginot. El general George Patton llamó a la línea de Maginot un monumento a la estupidez humana.
Ni siquiera el muro de Berlín fue impenetrable. Un muro estadounidense en su frontera con México tiene como objetivos mantener fuera a las infl uencias extra-territoriales (los que no tienen invitación, no reciben la bienvenida y no son deseados), considerados anatema a los valores apodícticos de los Estados Unidos.
¿Por qué no construir un muro entre los Estados Unidos y Canadá? ¿O un muro a lo largo de la costa de la Florida para que no entren los cubanos? La inferencia es que los canadienses y los cubanos que huyen son buenos vecinos; los mexicanos no lo son.
Un muro entre los Estados Unidos y México tiene la intención de mantener a raya a las hordas mongolas de mexicanos.
¿Podrá un muro ayudar a los Estados Unidos a controlar su frontera con México? ¿Cuál es la lección que aprender aquí? Que los muros no son sustitutos para la diplomacia.
Según la Comisión Internacional de Fronteras y Agua, la frontera entre los EE.UU. y México, de 1.951 millas de largo, de San Diego a Brownsville, es la frontera cruzada con mayor frecuencia en todo el mundo, con unos 350 cruces legales todos los años.
En una nota de washingtonpost.com el verano pasado, Luis Alberto Urrea citó al cónsul mexicano en Tucson, quien llamó el muro entre los EE.UU. y México, “la política de la estupidez”.
Sí, muchos mexicanos vienen al norte, ingresando en los Estados Unidos. Luchando por deshacerse de su pasado de represión colonial, México es como la mayoría de países en desarrollo que trazan un camino para su gente, a través de rocas y bancos de arena difíciles de navegar. La democracia es un proceso, no es un producto. Por eso es que no podemos simplemente entregarles a los iraquíes la “democracia” y decirles “hagan que funcione”. La democracia demora en desarrollarse. Después de 231 años, en los Estados Unidos seguimos luchando con el proceso democrático.
Cada año cientos de miles de ciudadanos de los EE.UU. salen de los Estados Unidos para ir a vivir a otro país. A veces es difícil defi nir la naturaleza y las normas de la migración humana. Hispanic Link News Service.
(El doctor Felipe Ortego y Gasca es profesor emérito de inglés del Sistema Universitario Estatal de Texas-Sul Ross. Comuníquese con él a: ortegop@wnmu.edu. El presente comentario se adaptó de un ensayo más largo, próximo a publicarse que el autor ha preparado para una publicación universitaria. Los lectores lo encontrarán en www.hispaniclink.org).