Este es uno de los días más sublimes para mi: el Día del Padre, el día del hombre que me guío desde la distancia, el periodista José Santos Ramírez Calero.
Es el día que muchos celebramos a quien un día fue, si es que ya no está entre nosotros: nuestro papá. Que lindo es recordar a aquel ser que por su naturaleza no se queja; que en silencio guarda su dolor y sus lágrimas, y va, como dice la canción de Piero, ya lento por la vida y sin miedo a la muerte.
Es un buen tipo mi viejo
que anda solo y esperando
tiene la tristeza larga
de tanto venir andando
Yo lo miro desde lejos
pero somos tan distintos
es que creció con el siglo
con tranvía y vino tinto
Viejo, mi querido viejo
ahora ya caminas lerdo
como perdonando el viento
yo soy tu sangre, mi viejo
soy tu silencio y tu tiempo
El tiene los ojos buenos
y una figura pesada
la edad se le vino encima
sin carnaval ni comparsa
Yo tengo los años nuevos
y el hombre los años viejos
el dolor lo lleva adentro
y tiene historia sin tiempo
Viejo, mi querido viejo
ahora ya caminas lerdo
como perdonando el viento
yo soy tu sangre, mi viejo
soy tu silencio y tu tiempo.
— Piero
Mi padre cabía en el perfil de esta canción de Piero. Es como una foto hablada de él.
Y por eso cuando escucho esta canción que sintonicé el día de su funeral, no puedo evitar volver a llorar, llorar como si su muerte hubiese sido ayer, pero fue el 12 de junio de 2004 cuando se fue.
Sí, padre. Las cosas no fueron igual desde aquel día que lloré sin control allá en la funeraria delante de amigos y familia, sentado frente donde yacía tu cuerpo ya sin vida en aquel ataúd frío… Se me vino la vida encima en mis pensamientos, recordando lo que me faltó hacer para ti. Lo que no pude hacer por falta de tiempo, aun cuando estabas en una agonía interminable, cuando el cáncer te extraía gota a gota, día a día tu vida; que te consumía la carne de tu cuerpo … y ya estabas sólo en los huesos. Y te forzaban a comer por el estómago. Nunca entendí, aunque lo sospeché, que mantenerte vivo producía ganancia a algunos que te cuidaban. ¡Que vergüenza!
Que muerte tan espantosa sufriste, papá, y los que te cuidaban – pagados por el condado, no querían que te fueras, pues les pagaban por tenerte vivo; prensada tu alma estaba por un hilo que te detenía para irte a la morada eterna, donde Dios nos espera a todos cuando termina la carrera.
Pasado un poco las 11 p.m. de ese 12 de junio recibía la noticia de que te fuiste; mi corazón lloró intensamente, pero pude cambiarme e ir donde yacía tu cuerpo sin vida, y verte a como siempre te tenían los supuestos cuidadores: desnudo. Un acto que siempre consideré humillante a tu dignidad; una falta de respeto a tu humanidad. ¡Gracias! Oh Dios, dije, por haberte cesado el dolor que soportaste mientras te forzaban a no morir, cuando realmente ya era tiempo que te fueras.
Y aquellos que te ‘cuidaban’ por un sueldo, como que fuera un negocio, ni siquiera se acercaron al velorio, ni al entierro. Parecía que no fueran tus hijos, y lo poco que dejabas atrás de tus pertenencias se lo tomaron a la carrera. No usaron de lo poco que tenías para pagar los gastos de tu vela y tu entierro, sino que fui yo el que respondí dignamente por mi solo. Y ahora, como buitres, andan peleando por la poca tierra que dejaste. Sin vergüenzas.
Este Día del Padre, oh señor mío, de veras que me arde de lo más hondo, pues aunque pasen los años, siempre lo siento como si fue ayer. Y se, sin creer equivocarme, que desde el más allá, tu estás pendiente de mi.
Tu legado fue haberme inspirado a tomar la misma carrera sublime del periodismo que tu profesaste durante toda tu vida. Se te veía en los ojos lo orgulloso que estabas de mi cuando saqué mi primera edición de El Reportero aquel mes de marzo de 1991, y luego fuiste a mi graduación a la Universidad de San Francisco State a recibir mi licenciatura en periodismo. Y pienso que esto es lo que me hace seguir y seguir publicando, aunque ya no tenga las mismas fuerzas de antes, pues desde allá me inspiras a no colgar los guantes.