[Author]Vivimos en un estado de ley marcial no declarada
por John Whitehead
Tenth Amendment Center[/Author]
“Si no quieres que te disparen, te echen spray de pimienta, te golpeen con una macana o te tiren al suelo, sólo haz lo que te digo. No me respondas, no me digas nombres, no me digas que no te puedo detener, no me digas que soy un cerdo racista, no me amenaces con demandarme y quitarme mi insignia. No me grites que pagas mi salario, y ni siquiera pienses caminar agresivamente hacia mí. Los principales retenes de campo están terminados en minutos. ¿Qué tan difícil es cooperar durante ese tiempo?” –Sunil Dutta, oficial del Departamento de Policía de Los Ángeles durante 17 años.
La vida en el estado policiaco americano es una serie de “nos” interminables al extremo de un arma cargada: no les respondas a los oficiales de policía, ni siquiera pienses en defenderte en una redada de un equipo SWAT (de las cuales hay 80,000 al año), no corras cuando un policía esté cerca si no quieres ser confundido con un prófugo criminal, no cargues un bastón puesto que puede ser confundido con una pistola, no esperes privacidad en público, no permitas que tus hijos vayan solos al parque de juegos, no te involucres en una protesta no violenta cerca de donde puede pasar un oficial de policía, no intentes cultivar vegetales en tu patio delantero, no toques música de contenido en una estación del metro, no alimentes a las ballenas, y más y más.
Para aquellos que resisten, que se atreven a trabajar de modo independiente, a pensar por sí mismos, marchar a un ritmo de batería diferente, las consecuencias son invariablemente un viaje de un día a la cárcel local o la muerte.
Lo que los americanos debemos entender, lo que hemos elegido ignorar, a lo que temerosos hemos hecho la vista gorda para no sentir la realidad demasiado discordante, es el hecho de que ya no vivimos en la “ciudad de la colina”, aquella luz de libertad para el mundo entero.
Lejos de ser un brillante ejemplo de democracia en funciones, nos hemos convertido en una lección para el mundo de qué pronto la democracia se vuelve tiranía, cómo es resbaladiza la pendiente a través de la cual la gente que ama la libertad puede ser marcada, encadenada y engañada hasta creer que los muros de sus cárceles son, en efecto, para su propia protección.
Después de haber exportado la guerra a tierras extranjeras durante más de medio siglo, lucrado con la guerra, dejamos de protestar cuando los halcones de la guerra dirigieron sus apetitos de ganancia hacia nosotros, trayendo a casa el botín de la guerra –los tanques militares, lanzadores de granada, cascos Keblar, rifles de asalto, máscaras de gas, municiones, arietes, binoculares de visión nocturna– para ser gratuitamente distribuido en las agencias de policía local y utilizados para asegurar la patria contra “nosotros el pueblo”.
No sólo el Departamento de Defensa está repartiendo equipo militar gratuito a la policía local. Desde inicios de los años noventa, el Departamento de Justicia ha colaborado con el Pentágono en el financiamiento de tecnología militar a los departamentos de policía. Y luego están los subsidios federales con un valor de billones de dólares distribuidos por el Departamento de Seguridad de la Patria, permitiendo a los departamentos de policía ir en una verdadera juerga de compras de municiones de grado militar altamente cuestionables, mejor destinadas al campo de batalla.
¿Queda alguna duda de que nos encontramos en medio de una zona de guerra?
Vivimos en un estado de guerra marcial no declarada. Nos hemos convertido en los enemigos.
En una zona de guerra, no hay policía –sólo soldados. Así, no hay más Poss Comitatus que prohíba al gobierno el uso de los militares para la aplicación de la ley. No cuando la policía local, con todas las intenciones y propósitos, ya se ha convertido en militar.
En una zona de guerra, los soldados disparan a matar, como la policía americana ha sido ahora entrenada para hacerlo. Tanto si la posible amenaza está armada o desarmada, eso ya no importa cuando la policía está autorizada a disparar primero y luego hacer preguntas.
En una zona de guerra, incluso los miembros más jóvenes de la comunidad aprenden desde muy pronto a aceptar y temer a los soldados en su ambiente. Gracias al financiamiento de la administración Obama, más escuelas están contratando oficiales de policía armados –algunos equipados con rifles automáticos AR-15– para “asegurar” sus campus.
En una zona de guerra, no tienes derechos. Cuando estás mirando por el extremo de un rifle de la policía no puede haber discurso libre. Cuando eres atrapado en la bahía por un tanque militarizado armado resistente a minas no existe la libertad de Asamblea. Cuando estás siendo vigilado con dispositivos de imágenes térmicas, software de reconocimiento facial y escáneres de cuerpo completo y similares no puede haber privacidad. Cuando se te hacen cargos de alteración del orden público simplemente por atreverte a preguntar, fotografiar o documentar te das cuenta, nada menos que con la bendición de los tribunales, de que no puede haber libertad para pedir reparación o quejas.
Y cuando eres prisionero en tu propia ciudad, y no puedes moverte libremente, y eres mantenido lejos de las calles una vez emitido el toque de queda nocturno, no cabe duda de que se están cerrando las puertas de la prisión.
Esto no sólo está acaeciendo en Ferguson, Missouri. Como demuestro en mi libro Un gobierno de lobos: el estado policiaco emergente en América (A Government of Wolves: The Emerging American Police State), está pasando en todos lados en este país donde a los oficiales de la aplicación de la ley les han dado carta blanca para hacer lo que quieran, a la hora que quieran, de la forma que quieran, con inmunidad de sus superiores, las legislaturas y los tribunales.
Mira, lo que los americanos no han podido comprender, viviendo como viven inducidos por la televisión, confundidos como drogados en realidades fabricadas, la negación narcisista y las políticas partidistas, es que no sólo hemos traído el equipo militar utilizado en Irak y Afganistán para ser usado en casa contra los americanos. También hemos traído el espíritu de la guerra a nuestros hogares.
Es así como se siente ser personas conquistadas. Es así como se siente ser una nación ocupada. Así es como se siente vivir con temor de hombres armados estrellándose contra tu puerta a mitad de la noche, o de ser acusado de hacer algo que nunca supiste que era un crimen, o ser observado todo el tiempo, rastreando tus movimientos, cuestionando tus motivos.
Así es ser un ciudadano del estado policiaco americano. Así es ser un enemigo combatiente en tu propio país.
Y, si no quieres que te disparen, te echen spray de pimienta, te golpeen con una macana o te tiren al suelo, por cualquier medio, retírate. Acobárdate frente a la policía, mantén tu mirada lejos de la injusticia, encuentra una excusa para indicar que las llamadas víctimas del estado policiaco recibieron su merecido.
Pero recuerda, cuando ese rifle finalmente apunte en tu dirección –y lo hará–, cuando no haya nadie que te defienda o que hable por ti, recuerda que fuiste advertido.
Es lo mismo en todas las épocas. Martin Niemoller lo comprendió. Un pastor alemán que se opuso abiertamente a Hitler y pasó los últimos siete años de poder nazi en un campo de concentración, Niemoller advirtió:
Primero llegaron por los Socialistas, y yo no hablé –Porque yo no era socialista. Luego llegaron por los sindicalistas, y yo no hablé –Porque no era sindicalista. Luego llegaron por los judíos, y yo no hablé –Porque no era judío. Luego llegaron por mí –y no había nadie que hablara por 0í.