por Jonathan Benson
La alimentación es un derecho natural –no en el sentido de que los gobiernos deberían hacerse cargo de proveerla a las personas, sino más bien en el sentido de que los seres humanos están dotados del derecho y la responsabilidad de cultivar por sí mismos y recoger los frutos de su trabajo, sin interferencia de los gobiernos y las corporaciones.
Pero el suministro moderno de alimentos ha sido secuestrado por una amalgama del gobierno y la industria privada, lo que es más popularmente conocido como un estado fascista, que cada vez más controla lo que las personas comen y cómo lo hacen. El quid de este suministro de alimentos controlado por el Estado es un sistema industrial de monocultivo que genera altas ganancias para los gatos gordos, pero que también contamina tanto la tierra como los alimentos.
Para el consumidor promedio, el hecho de que el suministro de alimentos ha cambiado dramáticamente desde la industrialización que siguió a la segunda guerra mundial no es tan aparente como parece. Al fin y al cabo, en nuestros días hay aparentemente más comida que nunca en los almacenes de cajas grandes, y si se vive en una ciudad grande, es fácil adquirir casi cualquier comida que se desee todo el año, creando una ilusión de abundancia.
Pero la cuestión no es la accesibilidad de la comida, sino el tipo y la calidad de la comida disponible, y de dónde proviene, lo que revela la historia real. La mayor parte de lo que se almacena hoy día en las estanterías de las tiendas contiene ingredientes cultivados industrialmente que, con cada compra, llenan las arcas de las corporaciones multinacionales.
Estos mismos ingredientes a menudo provienen de cultivos que son fuertemente rociados con pesticidas como Roundup, que contiene glifosato, un contaminante ambiental que deja partículas de veneno en el producto final, ya sea en panes, cereales, pasteles o incluso frutas y verduras convencionales. Los organismos genéticamente modificados (GMO), que también pertenecen a las corporaciones, son seriamente problemáticos.
“Independientemente de qué métodos sean utilizados, la agricultura tiene un impacto en el ambiente”, sostiene la Unión de Científicos Comprometidos (Union of Concerned Scientists, UCS). “Pero la agricultura industrial es un caso especial: daña el suelo, el agua, e incluso el clima en una escala sin precedentes”.
“Los monocultivos intensivos merman el suelo y lo hacen vulnerable a la erosión. Los fertilizantes químicos y CAFO (operación de alimentación concentrada de animales) desgastan… crean ‘zonas muertas’ privadas de oxígeno en las desembocaduras de los principales cursos de agua. Los herbicidas e insecticidas dañan la fauna silvestre y también ponen en riesgo la salud humana”.
Los transgénicos, los cultivos químicos y otros están destruyendo el ambiente y la salud humana.
Según los últimos datos dados a conocer por el Servicio de Investigación del Departamento de Agricultura, casi todos los frijoles de soya convencionales, maíz y algodón cultivados hoy en los Estados Unidos son transgénicos – 94 por ciento de los cultivos de frijol de soya eran transgénicos en 2014, mientras que el algodón lo era 91 por ciento.
El Instituto de Tecnología Responsable también reporta que, según datos de 2010, la remolacha transgénica del azúcar representa 95 por ciento del azúcar doméstica cultivada actualmente, mientras que la canola transgénica representa 90 por ciento del total de la canola doméstica.
Los diferentes derivados alimenticios de cada uno de estos cultivos básicos se utilizan para crear un volumen de alimentos procesados que se vende diariamente a los consumidores. Desde la lecitina de soya (que actualmente se añade a la mayoría de los alimentos procesados en el mercado) al aceite de frijol de soya, el aceite de canola, el “azúcar”, el siropo de maíz, la maicena y anexas son silenciosamente añadidos a nuestras galletas, cereales, dips, salsas, bebidas y postres favoritos.
Junto a los muchos riesgos a la salud asociados con los transgénicos, que son plenamente señalados en el reporte “Tierra de Código Abierto: Mitos y Verdades de los GMO”, los químicos utilizados en los transgénicos también son tóxicos. Un ejemplo de ello (además de Roundup) es la neonicotinoides, una clase de pesticida que ha sido repetidamente señalada como causa del desorden de colapso de las colonias o CCD, en las colonias de abejas.
El USDA estima que más de un tercio del total de nuestra dieta está confiado a las abejas y otros polenizadores, que son necesarios en la producción de una cantidad importante de nuestro alimento. La mayoría de las frutas y verduras, por ejemplo, incluyendo manzanas, naranjas, fresas, cebollas y zanahorias, necesitan de las abejas para crecer.
Pero el uso de químicos como los neonicotinoides, que se aplican tanto a los transgénicos como a los cultivos convencionales (pero no a los orgánicos) está obstaculizando sus poblaciones. Desde 2004, más de 1 millón de colmenas han colapsado en los Estados Unidos como resultado de CCD; incluso, la Escuela de Salud Pública de Harvard hoy admite que este desorden es, en gran medida, resultado del uso de químicos en los cultivos.
“Si los gobiernos de Estados Unidos y otros países fallan en imponer una prohibición total a ciertos insecticidas químicos, no sólo las abejas podrían convertirse en cosa del pasado”, advierte F. William Engdahl, del Centro de Investigación sobre la Globalización.
“La especie humana podría enfrentar nuevos retos asombrosos sólo para sobrevivir. La amenaza inmediata viene de la difundida proliferación de los insecticidas comerciales, que contienen químicos altamente tóxicos con el nombre improbable de neonicotinoides”.
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