viernes, noviembre 22, 2024
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“Cantinflas” arrasa las taquillas

[Author]DEL EDITOR:

 

Queridos lectores:[/Author]

No necesito repetir las terribles noticias que han venido plagando los principales medios, o medios corporativos, como se les llama ahora, sobre las crecientes ejecuciones policiacas de personas en el “cumplimiento del deber”. Escuchamos las mismas excusas: el sospechoso tenía una pistola (sin disparar un tiro); no obedeció a las órdenes de la policía de detenerse y siguió corriendo; no mostró sus manos; llamé a la policía para que me ayudaran a contener a mi hija que estaba actuando como loca, etc. A todos ellos los mataron. El siguiente artículo, escrito por Mathew Harwood, nos lleva a los motivos internos de cómo la policía se está volviendo más violenta, y de cómo los crímenes siguen sin castigo.

Para aterrorizar y ocupar: cómo la excesiva militarización de la policía está convirtiendo a los policías en contrainsurgentes

 

[Author]by Matthew Harwood

TomDispatch[/Author]

 

Segunda Parte: Militarización cotidiana

 

No hay que pensar que la mentalidad militar y el equipo asociado a los operativos SWAT están confinados a estas unidades de élite. Cada vez más, están permeando todas las formas de policía.

Como observa Karl Brickel, analista de policía veterano en la oficina de Servicios de Policía Comunitaria del Departamento de Justicia, la policía en Estados Unidos está siendo entrenada de manera que enfatiza la fuerza y la agresión. Él señala que el entrenamiento de nuevos empleados favorece más un régimen basado en el stress, modelado en un campo de entrenamiento militar, que un ambiente académico más relajado aún utilizado en la menor parte de los departamentos de policía. El resultado, sugiere, es que los jóvenes oficiales piensan que la policía es patear el culo más que trabajar con la comunidad para hacer los barrios más seguros. O como el comediante Bill Maher les recordó a los oficiales recientemente: “Las palabras de sus coches, ‘proteger y servir’, se refieren a nosotros, no a ustedes”.

Este rasgo autoritario va en contra del precepto filosófico que supuestamente domina el pensamiento norteamericano del siglo veintiuno: policía comunitaria. Su énfasis está en la misión de “mantener la paz”, al crear y mantener vínculos de confianza con y en las comunidades a las que sirven. Bajo el modelo de la comunidad, que en apariencia es la filosofía oficial de la policía del gobierno de los Estados Unidos, los oficiales son protectores, pero también resolvedores de problemas, que supuestamente cuidan, en primer lugar, la forma como los ven sus comunidades. Ellos no ordenan respeto, continúa la teoría, ellos lo ganan. El miedo no parece ser su moneda. Es la confianza.

No obstante, los videos de reclutamiento policiaco, como aquél del Departamento de Policía de Newport Beach en California y el de Hobbs en Nuevo México, juegan activamente no el rol comunitario sino la militarización como un medio para atraer jóvenes con la promesa de una aventura al estilo del ejército y juguetes de alta tecnología. La función de la policía, según videos de reclutamiento como éstos, no es resolver los problemas calmadamente; es sobre tú y tus muchachos rompiendo la puerta a mitad de la noche.

La influencia de SWAT embona perfectamente con esto. Toma la forma de la creciente adopción de uniformes de batalla (BDU) para los oficiales de patrulla. Estos trajes militares, a menudo negros, teme Bickel, los hacen menos accesibles y posiblemente más agresivos en sus interacciones con los ciudadanos a los que se supone protegen.

Un pequeño proyecto en la Johns Hopkins University parece confirmar esto. A las personas se les mostraban fotografías de oficiales de policía con sus uniformes tradicionales y con BDUs. Los que respondieron a la encuesta  preferían por mucho a un oficial de policía con su traje azul tradicional. Resumiendo sus hallazgos, Brickel escribe: “El estilo militar de los BDUs, muy parecido a lo que se ve en las noticias de nuestros militares en zonas de guerra, da lugar a la noción de nuestra policía como fuerza de ocupación en algunos barrios de nuestra propia ciudad, en lugar de ser vistos como protectores de la comunidad”.

¿Dónde consiguen esos juguetes maravillosos?

“Me pregunto si puedo estar en problemas por hacer esto”, dice el joven a su amigo en el asiento de pasajero mientras filman el nuevo juguete de la Oficina del sheriff  del Condado de  Saginaw: un vehículo Resistente a Minas Protegido contra Emboscadas (MRAP). Mientras filman el MRAP por detrás, su video amateur tiene una sensación de alba roja, como si militares de ocupación estuvieran patrullando las calles de este condado de Michigan. “Esto se está preparando para estos p** tiempos enloquecidos, hombre”, comenta un joven. “¿Por qué?”, replica su amigo, “nuestra ciudad ha conseguido un p** rey tan malo”.

De hecho, no pasó nada en el Condado de Saginaw que justificara el despliegue de un vehículo armado resistente a balas y a toda suerte de dispositivos explosivos improvisados que las fuerzas insurgentes hayan colocado regularmente a lo largo de los caminos en las zonas de guerra de Estados Unidos en fechas recientes. Sin embargo, el sheriff William Federspiel teme lo peor. “Como sheriff del condado, debo hacer lo posible para proteger a nuestros ciudadanos y a nuestra propiedad”, dijo a un reportero. “Tengo que prepararme para algo desastroso.”

Suerte para Federspiel, su ejercicio en preparativos para un desastre paranoico no le costó un centavo a su oficina. Ese MRAP de $425,000 vino como un regalo, cortesía del Tío Sam, de una de nuestras lejanas guerras de contrainsurgencia. El pequeño secreto desagradable de la militarización de la policía es que los pagadores de impuestos lo están subsidiando a través de programas supervisados por el Pentágono, el Departamento de Seguridad de la Patria y el Departamento de Justicia.

Veamos el programa 1033. La Agencia Logística de Defensa (DLA) puede ser una agencia oscura dentro del Departamento de Defensa, pero a través del programa 1033, que supervisa, es uno de los principales responsables de la excesiva militarización de la policía de Estados Unidos. A inicios de 1990, el Congreso autorizó al Pentágono transferir sus bienes sobrantes libres de cargo a los departamentos de policía federales, estatales y locales para hacer la guerra contra las drogas. En 1997, el Congreso expandió la propuesta del programa para incluir contraterrorismo en la sección 1033 de la iniciativa de autorización de defensa. En una sola página de una ley de 450, el Congreso ayudó a sembrar las semillas de los policías guerreros de nuestro tiempo.

La cantidad de equipo militar transferido a través del programa ha crecido astronómicamente con el transcurso del tiempo. En 1990, el Pentágono donó equipo por un valor de $1 millón a la aplicación de la ley estadunidense. Esa cifra saltó a cerca de $450 millones en 2013. En conjunto, el programa ha transferido más de $4.3 billones en materiales para la policía estatal y local, de acuerdo con la DLA.

En un reporte reciente, la ACLU encontró que un alarmante rango de pertrechos  militares están siendo transferidos a los departamentos de policía civil en todo el país. La policía de North Little Rock, en Arkansas, por ejemplo, recibió 34 rifles automáticos y semiautomáticos, dos robots que pueden ser armados, cascos militares y un vehículo de táctica Mamba. La policía del Condado de Gwinnet, Georgia, recibió 57 rifles semiautomáticos, la mayoría M-16 y M-14. La Patrulla de Caminos de Utah, según investigación de Salt Lake City Tribune, obtuvo un MRAP por el programa 1033, un policía de Utah recibió 1,230 rifles y cuatro lanzagranadas. Luego que el Departamento de Policía de Columbia en Carolina del Sur recibió su MRAP con valor de $658,000, su Comandante SWAT, el Capitán E.M. Marsh, hizo notar que 500 vehículos similares han sido distribuidos a las organizaciones que aplican la ley en el país.

No es de sorprender  que una tercera parte del material de guerra entregado a las agencias de policía estatal, local y tribal es completamente nuevo. Esto lleva a dos interrogantes desconcertantes: ¿Está simplemente despilfarrando el Pentágono cuando compra armamento y equipo militar con dólares de nuestros impuestos? ¿O puede éste ser otro mercado, subsidiado por los contratantes de la defensa? Sea cual fuere la respuesta, el Pentágono está distribuyendo activamente armamento y equipo fabricado para las campañas de contrainsurgencia en el extranjero a la policía que patrulla las calles de Estados Unidos, y esto es considerado en Washington una buena política. El mensaje puede ser sorprendente: lo que parece necesario para el Kabul, también parece necesario para el Condado de Dekalb.

En otras palabras, la guerra contra el terrorismo del siglo veintiuno se ha fusionado a fondo con la guerra del siglo veintiuno contra las drogas, y el resultado no puede ser más alarmante: fuerzas de policía que cada vez más parecen y actúan como ejércitos de ocupación.

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