por Charlie Ericksen
Al día siguiente a la elección de Obama, lo primero que hizo de importancia fue anunciar su equipo de transición a la presidencia.
Seleccionó un grupo de consejeros diverso – doce hombres y mujeres – para recomendarle y evaluar a postulantes para puestos de alto rango dentro de su nueva administración. También nombró a los 13 dirigentes que seleccionó para implementar y ejecutar la operación.
Federico Peña, exalcalde de Denver, quien se comprometió desde temprano a la candidatura de Obama, fue el solo hispano entre los 25 seleccionados con pinza para participar en el proceso de la transición.
Hay que admitir que estos nombramientos, si bien tienen importancia, son sólo una primera salva de cañón. Puede resultar que Obama nombre al gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, para encabezar el Departamento de Estado como secretario. O encontrar algún lugar que pudiera interesarle al talentoso Peña, quien sirvió de secretario de Transportes y de Energía en los gabinetes de Clinton.
Para los 6,5 millones dehispanos que nadaron contra la corriente de los blancos para darle a Obama su confianza y sus votos, así podría empezar la validación de su promesa de un “cambio” amplio e inclusivo en nuestra variopinta nación. En inglés la palabra “change” se puede defi nir de un par de maneras.
Una lleva la connotación que Obama quiere que los electores acepten: un nuevo comienzo. Otra referencia es a unas cuantas monedas sueltas en la cartera. Cambio. Así como en inglés, “small change”.
Cambio – lo que Barack Obama, nuestro próximo-aser presidente, nos prometió a todos.
Los electores blancos no creían que el cambio fuera necesario. Si hubiera ganado John McCain, nuestra tradición de hace 232 años de elegir a un hombre blanco nuestro presidente quedaría intacta.
Los electores blancos, no-hispanos, apoyaron a McCain con una diferencia de 12 puntos, en un 55% contra un 43 por ciento. Esto lo determinó una encuesta de salida nacional de 17.244 electores preparado para cuatro canales de televisión y la Prensa Asociada. La noticia salió en el Washington Post al día siguiente de los comicios del 4 de noviembre. Una diferencia de 12 puntos entra en el territorio de “mandato”.
Obama se ganó la presidencia de los Estados Unidos mediante una explosión de energía política largamente reprimida de electores negros, quienes lo apoyaron asombrosamente, de 96% a 4%, y de hispanos, quienes se les unieron, 61% a 31%, informaron los encuestadores.
Juntos, los negros y los hispanos van acercándose a constar un tercio de la población estadounidense. En este año electoral, combinados constituyeron casi un cuarto de todos los electores registrados.
En lo que la campaña presidencial entró en primera velocidad en el otoño y un fl ujo de millones de nuevos dólares inundaron los cofres de Obama, se dirigió hacia los electores hispanos una descarga eficaz de propagandas de televisión en estados claves de contienda. Fue dinero muy bien colocado.
Lo que hizo fue anular todas esas historia que publicaron y emitieron la prensa diaria y las estaciones noticias de televisión que los latinos no votarían por un negro. Esa mentira se difundió ampliamente tanto antes como después que Hillary Clinton estuviera ganándole 2 a 1 a Barack Obama en las elecciones primarias de partido.
La realidad es que Obama se presentó bastante tarde en nuestros lares y con mucho menos en su currículo político que Hillary Clinton en cuanto a demostrar que tuviera verdaderamente conciencia de la comunidad hispana o preocupación por las diversas necesidades de los 50 millones de latinos de este país.
Votó para financiar un muro que separaría a México de los Estados Unidos y, cauteloso, evitó entrar en debate sobre temas específi cos de una reforma migratoria comprensiva, y sobre qué hacer con los 12 millones de residentes indocumentados que se reporta viven en los EE.UU., y que son parte esencial de la maquinaria de nuestra sociedad.
Hay que reconocer que nuestro nuevo presidente asumió una sola posición impopular durante los debates de las primarias, aseverando de forma sencilla que los que solicitan licencias de conducir no tendrían que probar la legalidad de su residencia. En términos del sentido común, es un asunto de seguridad en cuanto al tránsito, y no un tema de inmigración. Obama lo diagnosticó correctamente y le llovieron las críticas por así hacerlo.
En inglés hay otra forma en la que se usa la palabra “change”. Cuando vamos por la carretera, a veces cambiamos de carril – “we change lanes”. Y de vez en cuando, para evitar las barreras, nos unimos – “we merge”.
He ahí el reto para Obama y otros políticos que quieran tomar el mando – pasar de “change” a “merge”. El truco será seguir orientados en la misma dirección.
(Charlie Ericksen es editor fundador, con su difunta esposa, Sebastiana Mendoza, y su hijo, Héctor, de Hispanic Link News Service en Washington, D.C. Comuníquese con él a: Charlie@HispanicLink.org). © 2008