viernes, noviembre 22, 2024

Cadena perpétua

por Javier Sierra

Javier SerraJavier Serra

El pincel del destino le hizo una muy mala pasada al pueblo de Olga Argüelles. Cien años de bombardeo tóxico han condenado a Anapra, Nuevo México, a una cadena perpetua, a ser una cantera inagotable de prisioneros para las cárceles del estado.

“Todos los amigos de mi hijo de 18 años han estado en la cárcel”, confiesa Argüelles. “Casi todas las familias de Anapra­ tienen problemas con la ley. Y llevamos así ya varias generaciones”.

Además, los niveles de escolaridad de los niños de Anapra son de los peores del país.

Argüelles dice que ha habido años en los que ni un solo estudiante se ha graduado de secundaria, y que han pasado hasta 10 años sin que ningún joven haya conseguido ese título.

“Hay cuatro camiones [autobuses] para llevar a los niños a la escuela elemental”, dice Argüelles.

“Pero sólo uno para llevar a los estudiantes de secundaria”.

¿Qué ocurre en Anapra?

¿De dónde salió esta terrible pincelada? ¿De dónde vinieron estos cien años de soledad?

La respuesta está justo al otro lado del Río Grande, en El Paso, Texas. Allá la fundición ASARCO emitió durante más de un siglo cientos de toneladas de algunos de los metales más tóxicos que se conocen, especialmente plomo. Debido a los vientos predominantes de la zona, Anapra recibió una enorme porción de esta pincelada tóxica que dejó la tierra baldía y a los anaprenses en un círculo vicioso de envenenamiento de plomo.

El plomo es una toxina de enorme potencia. Una vez en el cuerpo, se integra en los huesos de los niños. Son ellos precisamente —debido a su tendencia natural a llevarse objetos a la boca— los más expuestos y más vulnerables a los terribles efectos del plomo, incluyendo daños irreparables en el cerebro, retraso mental y comportamiento agresivo.

“Mi hijo tiene un IQ [coeficiente intelectual] muy alto”, dice Argüelles. “Pero tiene problemas cognitivos y su problema de agresividad es incontrolable”.

Esta relación entre el plomo y el comportamiento agresivo y criminal ha quedado documentada en los últimos años por numerosos estudios. El más reciente, del investigador Rick Nevin, llega a conclusiones tan asombrosas como persuasivas.

Nevin estudió los niveles de criminalidad en relación con los niveles de plomo en el medio ambiente en nueve países. Y en todos, hasta el 90% de las variaciones de los niveles de criminalidad queda explicado por el plomo.

Nevin también observó que 20 años después de eliminarse el plomo en las pinturas y la gasolina, los niveles de criminalidad descendieron dramáticamente.

En 2001, otro estudio demostró que el número de asesinatos en los condados con altos niveles de plomo era cuatro veces mayor que en condados con bajos niveles.

Sin embargo, el plomo no es el único factor en los niveles de criminalidad. Estos futuros delincuentes, en la mayoría de los casos, crecen en lugares donde abundan las armas, la pobreza y las drogas.

“Yo diría que el medio ambiente de pobreza urbana facilita el arma y que el plomo aprieta el gatillo”, dice el Dr. Kim Dietrich, investigador de la Universidad de Cincinnati.

A Anapra el plomo llegó de otra manera, pero las consecuencias son las mismas.

“Aquí, generación tras generación, somos hijos del plomo”, se lamenta Argüelles. “No nos deja aprender, nos hace agresivos, no nos deja vivir en paz”.

Después de décadas de negligencia por parte de las autoridades estatales, Argüelles y el resto de los anaprenses exigen que el gobierno federal investigue esta situación y que se niegue el permiso de reapertura de la fundición que les condenó a esta cadena perpetua de toxicidad.

Visite www.sierraclub­.org/plomo. (Javier Sierra es columnista del Sierra Club).

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