domingo, diciembre 22, 2024
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América Latina – el viejo vecino que casi olvidamos

­por Michael Shifter

Se acepta ampliamente que la relación de los EE.UU. con América Latina se ha deteriorado durante la pasada década, y que los últimos seis años han sido los peores. Hasta funcionarios del gobierno de Bush, y de hecho muchos republicanos, no contradicen esta aseveración.

Queda manifiesto que hay menos confianza en los asuntos inter-americanos.

Al investigar una explicación adecuada, hay que empezar con una cuestión mayor: la de cómo los Estados Unidos ejerce su poder a nivel mundial. Lo específico de las políticas de Washington en cuanto a América Latina, si bien es importante, debe contar con factor secundario.

En lo referente a tres cuestiones claves – la inmigración, los subsidios a la agricultura y el com 3ercio libre – el presidente Bush se ha visto más en concordancia con los gobiernos democráticos que lo ha sido el Congreso, controlado por los republicanos o por los demócratas. Sería difícil identificar a un candidato principal de cualquiera de los partidos que pudiera alcanzar el impulso del presidente Bush al comienzo por efectuar una reforma migratoria comprensiva, por la reducción de subsidios a la agricultura y por promover una agenda de libre comercio.

La invasión a Irak chocó con fuerza a América Latina, donde muchas personas perciben que la doctrina de prevención era menos una formulación de política reciente que una realidad histórica. Los Estados Unidos tiene una gran carga histórica en América Latina y el Caribe – consecuencia de frecuentes y unilaterales intervenciones militares realizadas en nombre de la difusión de la democracia.

Durante el periodo pos-guerra fría bajo George H.W. Bush y Bill Clinton, muchos latinoamericanos pensaron que sería posible que los Estados Unidos comenzara a desarrollar sus intereses con aliados claves de acuerdo con el derecho internacional. Irak hizo trizas de aquella idea. Si los Estados Unidos era capaz de poner en pie una política de “transformación de régimen” en el Medio Oriente, ¿qué detendría una intervención comparable en este hemisferio?

Al servir de miembros no-permanentes del Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas, Chile y México se opusieron a la decisión estadounidense de invadir Irak. Por un tiempo washington se distanció de estos países, decepcionado por no recibir apoyo ciego de su ‘vecino’ estratégico.

El asombro por los abusos que cometió los EE.UU. en Abu Ghraib y en Guantánamo efectivamente destruyó cualquier credibilidad que tuviera Washington en cuanto a los derechos humanos y el acato a la ley. La hipocresía del gobierno de Bush ha resultado hasta más costosa para las relaciones entre los EE.UU. y América Latina que ningún asunto interamericano específi co.

Después del 11/9 en particular, a los latinoamericanos les ha molestado el abismo entre las prioridades de Washington y los programas sociales y gubernamentales de la región. A comienzos del siglo XXI, Latinoa-mérica ha experimentado desplazamientos sociales y zonas de inestabilidad. Con la atención puesta en el Medio Oriente, Washington dio por sentado que los gobiernos de la región se sumarían a los objetivos de los Estados Unidos. Por supuesto que no lo hicieron.

El mundo ha cambiado, y con él, América Latina, pero los EE.UU. se queda varado en su vieja mentalidad. Para comenzar a restaurar algo de confi anza, debe dar un número de pasos específi cos. Antes que asuma la presidencia el nuevo gobierno en el 2009, el Congreso debe aprobar convenios pendientes comerciales con el Perú, Panamá y Colombia. Como la mayoría de la región queda sin atender en cuanto a programas de asistencia, el Congreso también debe apoyar la propuesta por inversión social y un fondo de desarrollo para América Latina. No es realista esperar que haya mucho progreso en cuanto a la inmigración hasta comienzos del 2009, pero una reforma comprensiva sería una señal importante para toda la región.

Las políticas antidrogas inspiradas por los Estados Unidos no han rendido muchos resultados. En México, Guatemala, Colombia, Brasil y otros países la violencia originada por el narcotráfi co presenta la más seria amenaza a los gobiernos democráticos. Como el may or consumir de drogas de todo el mundo, los Estados Unidos ha hecho caso omiso de su responsabilidad para resolver el problema. En México, por ejemplo, casi todos los asesinatos con relación a los narcóticos se cometen con armas fácilmente adquiridas en los Estados Unidos.

El apoyo tácito del gobierno de Bush para el golpe de estado del 2002 contra el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha profundizado la duda que tiene la región en cuanto a los motivos de los Estados Unidos. La respuesta de Washington a la crisis fi nanciera de Argentina a fi nales del 2001 fue notablemente superfi cial, y el que no apoyara a Bolivia, un aliado con problemas, ni siquiera con un apoyo modesto, no inspiró mucha confi anza. En la Casa Blanca, a sólo seis días de los ataques del 11/9, Bush había llamado el vínculo con México “nuestra relación más importante”. Aun con asuntos políticos en los que por lo general Bush mostraba apoyo a Latinoamérica, el resultado con frecuencia dejaba un sabor agrio y mayor irritación con Washington. El que luego apoyara el “muro” en la frontera se percibió como una seria afrenta a la región. En cuanto a convenios comerciales con Chile y América Central, los encargados de negociar por los EE.UU. no mostraron mucha fl exibilidad ni generosidad.

Lo que más se requiere para reparar la relación es que Washington adopte un estilo diferente y una actitud nueva. El nuevo gobierno en Washington debe tomar en cuenta los cambios profundos que ha experimentado América Latina y tratar a la región con la seriedad que se merece, y no como el hijastro de la política exterior estadounidense. Después de todo, la confi anza hay que ganársela.

­(Michael Shifter es vicepresidente del Diálogo Interamericano en Washington, D.C. Dicta cursos sobre la política en América Latina como profesor adjunto de la Escuela de Servicio Exterior en la Universidad de Georgetown. Comuníquese con él a: mshifter@thedialogue. org). © 2007

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