por John Flórez
SALT LAKE CITY, Utah – Hace unos años mediante un aviso en el periódico encontré a un contratista que me pusiera un techo de alquitrán sobre una nueva adición a mi casa. Era un día de julio con un sol abrasador. Cuando llegué del trabajo, encontré al equipo de obreros, todos mexicanos, cubriendo el techo plano con el alquitrán caliente.
Al verlos laborar al sol candente, subí por la escalerilla a ofrecerles algunos refrescos, y comenzamos a conversar. Le pregunté al capataz cuánto tiempo había estado haciendo este tipo de trabajo. Me respondió que por diez años.
“¿Diez años? ¿Por qué no pone su propio negocio?”
Respondió sin vacilar, “Ah no, entonces tendría que competir con el dueño, y fue él quien me dio este trabajo”.
Ésa es la verdadera lealtad, y un ejemplo de los valores de una cultura diferente al nuestro. Durante periodos anteriores de la vida en los Estados Unidos, era ampliamente reconocido ese tipo de lealtad.
Los recién llegados nos ayudan a renovar algunos de los valores que hemos dejado desaparecer. En tiempos anteriores, era muy importante para nosotros la lealtad de los amigos, en el trabajo, en el barrio – incluso lealtad a una marca comercial. No importaba la ubicación del supermercado, la gente compraba en la tienda del barrio. En esos días, el darse la mano era todo lo necesario.
Teníamos vecinos que venían de diferentes culturas. Pudimos no sólo acomodarlos, sino también permitir que sus tradiciones nos enriquecieran la vida.
Las sociedades exitosas como la nuestra son capaces de incorporar las costumbres, los artefactos y la comida de otras cultura que nos gustan y nos hacen bien, al mismo tiempo que rechazamos aquellas cosas que encontramos menos placenteras, o perjudicial a nuestro estilo de vida. Hoy la empresa IKEA está promocionando las albóndigas suecas. Muchos las aderezaremos de salsa y no ketchup.
Aparte de la lealtad, un valor que estiman mucho los mexicanos es la familia. En los Estados Unidos muchas veces cuando conocemos a una persona nueva lo primero que preguntamos es, “¿En qué trabaja usted?”
Las culturas definen lo que se valora. En la nuestra, el saber cuál es la profesión de la persona de alguna manera tiene importancia. Parece ser así no sólo para definirnos, sino también para nuestro propio sentido de valor personal.
En la cultura mexicana que yo conozco, no se defi ne a la persona por lo que hace, sino que la persona moral se defi ne con base en su familia y relaciones con la comunidad. El ser alguien no se valora; lo que se valora es formar parte de algo más grande que uno mismo.
Cuando trabajaba en el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos, una vez visité a una planta empacadora de naranjas en la Florida. Cuando vi a todos los hombres blancos haci- endo trabajos permanentes poniendo a funcionar a las máquinas, y a los hombres y las mujeres migrantes de México poniendo a mano las naranjas en las cajas, le pregunté al dueño por qué no había mexicanos en los puestos permanentes.
Su respuesta lo dijo todo, “Les ofrecemos a los trabajadores mexicanos esos trabajos. Implicaría quedarse aquí todo el año, y eso separaría a la familia que tiene que seguir hacia otros estados a trabajar la cosecha”.
El ser parte de una familia puede ser más importante que ser un alguien.
Los Estados Unidos ha prosperado al poder adaptar lo correspondiente a nuestro estilo de vida y rechazar lo que no corresponde. En la medida en que nos lamentamos por perder nuestro estilo de vida porque otras culturas diluyen la nuestra, no tengamos miedo. La historia nos ha mostrado que nos hacemos más fuertes y mejores.
(John Flórez, fundador de varias organizaciones de derechos civiles hispanos redacta una columna semanal para The Deseret Morning News, en Salt Lake City. Comuníquese con él a: jdfl orez@comcast.net). © 2007