lunes, noviembre 25, 2024
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Las confesiones de un guerrero contra las drogas

by José de la Isla

CIUDAD DE MÉXICO, D.F. – Hace cuatro décadas, yo fui guerrero contra las drogas. Me reclutaron en 1972 como gerente de la división de investigaciones del Drug Abuse Council (Consejo sobre el Abuso de Drogas).

El consumo adictivo de drogas (heroína y cocaína) iba incrementando. El consumo “recreativo” de la marihuana, el hachís y otras sustancias iba aumentando. Un público alarmado percibía el abuso de las drogas como la causa principal de los delitos contra la propiedad. Se consideraba que los valores y las actitudes de la juventud estaban haciendo estragos – como las protestas y la resistencia al manejo de Richard Nixon  de la guerra en Vietnam. Nixon hizo campaña por ser presidente haciendo un llamado a la “mayoría silenciosa”, los que querían que el gobierno se pusiera duro contra el crimen y los que fumaban marihuana.

Sin embargo, en el consejo, comenzábamos a entender dentro de muy poco tiempo que la marihuana y el hachís podían originar en muchos lugares y que la amapola para el opio de Afganistán y la cocaína de Sudamérica no se controlaban con facilidad. Se podía crear otros brebajes con un buen juego para experimentos químicos. Se hacía evidente que la “política de interdicción”, con muchos  uniformes, equipos, armas, métodos de inteligencia sofisticados y enormes plantillas, era el fundamento de una nueva industria. Para enterarse de lo que ocurría, algunos pensadores serios servían de “becarios”.

Wesley Pomeroy, titular de seguridad en el concierto de Woodstock y luego jefe de policía en Berkeley, ofreció una perspectiva penetrante del buen funcionamiento de las fuerzas del orden. La sociología y la etnología de Jerry Mandel y Harvey Feldman eran de vanguardia. David Musto completó su libro clásico: “An American Disease” (Una enfermedad estadounidense), que trataba del origen de las leyes contra la marihuana. Psiquiatra inglesa, Margret Trip, hizo una comparación de la manera en que los británicos enfrentaban los mismos temas. Carl Akins ofreció los primeros cálculos del presupuesto federal en cuanto al monto que gastaba en realidad el gobierno en el control del abuso de drogas. Mathea Falco se hizo abogacía con fundamento investigativo a favor de las familias y los niños.

Larry Redlinger contribuyó un modelo para comprender cómo la producción ilegal de drogas y su consumo operan como cualquier otra empresa. Las rutas comerciales – si bien de brea de heroína o cosechas de marihuana – atravesaban lugares como El Chuco (El Paso, Texas) llevadas por “mulas” o proveedores pequeños, a las regiones de la frontera y después a cualquier puerto de entrada. La competencia entre los narcotraficantes podía reducir el precio callejero, y podían brotar guerras de precios resultando en violencia localizada en lo que crecían los números de proveedores y consumidores. Los esfuerzos gubernamentales interrumpían las cadenas de suministro, sin eliminarlas.

Lo más chocante de todo es la probabilidad que las cadenas de suministro fueran utilizadas por unidades para-gubernamentales para la recaudación de fondos alternativos y para comprar apoyo para varios grupos. Hace cuarenta años esto ya lo podíamos percibir, lo cual llevó a que algunos becarios abogaran por la descriminalización y reformas en el tratamiento en la revista Social Policy. La propuesta controvertida de ayer es hoy la más sensata.

Recientemente el ex presidente Jimmy Carter, laureado con el Premio Nobel, respaldó el hallazgo de otros ex presidentes y destacados dirigentes mundiales que la guerra contra las drogas, como se presenta hoy, es un fracaso y tiene que acabar.

Es un acto de responsabilidad el controlar el movimiento ilegal de miles de millones de dólares lavados, reducir el número inaudito de encarcelados por una infracción, y eliminar el tratamiento de puerta giratoria de los adictos y la burla contra las fuerzas del orden. Es igual de irresponsable el no adoptar un nuevo curso después de lo que hemos aprendido en estos 40 años sobre las drogas psicotrópicas: de la diferencia entre las compulsiones y las adicciones y cómo afectan al cerebro humano. Ahora la neurociencia puede sustituir a las fobias, los pregones de moralidad, y la retórica política para orientar nuestras políticas públicas.

Hay medidas sensatas que pueden tomar los que quieren recortar el presupuesto, si quieren reducir tanto el gobierno como el gasto. Se puede comenzar con revisar la política de aplicación global, de mano dura y militarizada, de las leyes. Las protestas proferidas referente a lo que les enseña a los niños el tratamiento y la descriminalización de las drogas es un golpe injusto. Una política que ofrece cuidados médicos es la influencia que se consideraría en un momento como éste. Me parece que habría que animar al nuevo Drug Abuse Council a participar en la formulación de políticas. Podría ofrecer ayuda en la manera que habría ­que desmantelar el aparato creado hace tanto tiempo y deshacer aquello que no funciona. De aquí a cuarenta años, les ahorraría el trabajo a los futuros guerreros contra las drogas de tener que volver la mirada al pasado y hablar de lo que tendría que haberse hecho.

(José de la Isla, columnista de distribución nacional con los servicios de noticias Hispanic Link y Scripps Howard, ha sido reconocido durante dos años consecutivos por New America Media. El título de su próximo libro a publicarse es: “Our Man on the Ground”. Sus libros previos incluyen, “DAY NIGHT LIFE DEATH HOPE” (2009) y “The Rise of Hispanic Political Power” (2003), disponibles en joseisla2@yahoo.com).

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