por Antonio DaCruz
Tres generaciones de mi familia – mi madre, mi hermana y mi sobrina – celebraron
el Día de la Madre con emociones encontradas: alegría y alivio por encontrarnos
juntos, pero con temor del futuro. No hemos sentido tranquilidad desde que a mi hermana Sandra la detuvieron después de una redada en su lugar de trabajo de agentes del servicio de inmigración en New Bedford, en marzo.
Se llevaron a Sandra lejos – hasta Texas – y la detuvieron durante nueve días. Durante tres días no tuvimos noticias de ella, ni de nadie más. No teníamos idea dónde se encontraba. Lo único que yo tenía seguro era que, donde estuviera mi hermana, tenía sólo una prioridad – al igual que yo – su hija de 18 meses, Hailey Cristina, quien se quedó atrás. Con mis padres y mi esposa en Cabo Verde en ese momento, yo era el único que cuidaba a mi sobrinita.
Los nueve días fueron un tiempo desesperado y conmovedor. Hice lo mejor que pude por cuidar a Hailey, aunque yo no había cambiado un pañal en más de diez años. Pero más difícil era tratar de consolar a mi sobrina, quien lloraba desolada, “mami”. También hice lo posible por ubicar a mi hermana y determinar cómo comunicarme con ella. Me agobiaba el dolor, el miedo y el cansancio profundo.
Nuestros vecinos trataron de ayudar. Un grupo comunitario llamado Massachusetts Immigrant and Refugee Advocacy (MIRA) Coalition, y nuestra iglesia, hicieron todo lo que pudieron en este momento tan difícil.
Mi sobrina me permitía sólo acercarme a ella, y frecuentemente se escondía bajo la mesa cuando se sentía con miedo por estar sin su madre. Entonces, mientras yo cuidaba a la bebé, mis amigos y otros en la comunidad hicieron llamadas telefónicas, hicieron preguntas y ayudaron en encontrar a Sandra.
Por fin mi hermana llamó. No sabía dónde estaba, pero que había estado en un avión. A pesar que dijo que había tenido a esposas cortándole las muñecas durante más de 24 horas y que no le habían permitido ducharse en tres días, la primera pregunta que me hizo fue sobre Hailey. Así como apenas podía responderle a mi sobrina cuando preguntaba por su mamá, tampoco tenía respuestas fáciles para Sandra.
Siguió fuerte el lazo entre madre e hija, pero la inocencia y la liviandad de espíritu que compartían se habían perdido ya.
Sandra ahora está en casa. Su vuelta fue dura para todos nosotros. Lloraba y temblaba y, a las dos semanas, sus brazos y piernas todavía llevaban los moretones de las esposas.
Al comienzo, su hija se escondía y dejó de decirle “mami”. Hailey aún no está segura si mami siempre estará allí para cuidarla. Sandra está triste y temerosa. Nos llamamos por teléfono cada hora para saber yo que ella está segura. Le conta- mos nuestra historia a toda persona que nos escuche y esperamos que la gente se dé cuenta que las cosas deben cambiar. Se está haciendo daño a buenas personas.
La emoción que sentía mi hermana por hacerse ciudadana de los Estados Unidos – así como hicimos nuestros padres, su hija y yo – se ha desvanecido. La “América” que abrazamos no es un lugar en el que el sentido de seguridad de una chiquita queda destrozado en un abrir y cerrar de los ojos. Nuestro gobierno tiene que hacer mejor que traumatizar así a las familias.
Celebramos el Día de la Madre con miembros de la familia, y después nos junta- mos en un parque de New Bedford con amigos y otras familias cuyas vidas habían sido trastornadas por las redadas. Ninguno sabe qué nos deparará el futuro. Es posible que Sandra y Hailey tengan que regresar a Cabo Verde, un lugar que ofrece pocas oportunidades por la severa sequía que sufre y la falta de trabajo. Ya no nos queda familia allí.
A las mujeres detenidas después de la redada del servicio de inmigración quienes han regresado a New Bedford les hicieron honor en la iglesia el Día de la Madre. El domingo después de la redada, los únicos que había en la iglesia fueron hombres y niños. Rezaron lo más que pudieron, pero no estaba ninguna de sus mamás. Al menos en un Día de la Madre, tuvieron respuesta a sus peticiones.
(Antonio DaCruz reside en New Bedford, Massachu- setts. Comuníquese con él a: editor@hispaniclink.org). © 2007