por Marvin Ramírez y agencias de noticias
¿Cuándo empezó Estados Unidos a inundar sus alimentos con aditivos sintéticos y colorantes derivados del petróleo? Es difícil precisar el momento exacto, pero la tendencia se disparó a mediados del siglo XX, cuando los alimentos procesados se apoderaron de los estantes de los supermercados. Los colores brillantes se convirtieron en oro en el marketing, ocultando la creciente presencia de ingredientes de baja calidad en dulces, cereales, refrescos y botanas.
Ahora, décadas después, ha llegado un punto de inflexión crucial, uno que no solo podría transformar el sistema alimentario estadounidense, sino que también podría sentar un precedente importante para países de todo el mundo. En un anuncio histórico esta semana, el comisionado de la FDA, Marty Makary, dio a conocer reformas radicales en el marco de la iniciativa «Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser saludable», encabezada por el secretario de Salud y Servicios Humanos, Robert F. Kennedy Jr.
«La FDA está eliminando efectivamente todos los colorantes alimentarios derivados del petróleo del suministro de alimentos de Estados Unidos», declaró Makary durante una conferencia de prensa. «Estas medidas representan una nueva era en la seguridad alimentaria y la salud pública». El ambicioso plan de la FDA incluye tres medidas clave. En primer lugar, establecerá un estándar nacional para la transición a alternativas de tintes naturales. En segundo lugar, revocará la autorización de ciertos colorantes sintéticos, como el rojo cítrico número dos y el naranja B. En tercer lugar, busca eliminar seis de los tintes sintéticos más utilizados (rojo 40, amarillo 5 y 6, azul 1 y 2, y verde 3) para finales de 2026. También se insta a los fabricantes a eliminar el tinte rojo número 3 antes de las fechas límite previamente extendidas.
Estas medidas, según los funcionarios, no se limitan a políticas públicas, sino que responden a una oleada de demanda pública. «Gran cantidad de madres republicanas, demócratas e independientes acudieron a votar por el presidente Trump sobre este mismo tema», señaló Makary, y añadió que «las madres de todo Estados Unidos se han pronunciado y exigen más honestidad y humildad de los líderes del sector salud de nuestra nación».
El secretario Kennedy, conocido por su defensa de la salud y su escepticismo manifiesto sobre la influencia de la industria, cree que esto es solo el principio. Aunque los críticos argumentan que los colorantes alimentarios no representan el riesgo más grave para la salud en comparación con el tabaco o el alcohol, Kennedy insiste en que permitir dichos aditivos equivale a una «intoxicación masiva» infantil.
La preocupación pública por los efectos de los colorantes artificiales, en particular en el comportamiento y el desarrollo infantil, ha aumentado de forma constante durante la última década. A diferencia de Estados Unidos, las naciones europeas llevan mucho tiempo prohibiendo o restringiendo muchas de estas sustancias. Las empresas estadounidenses suelen utilizar fórmulas más seguras en el extranjero, lo que plantea interrogantes sobre por qué los consumidores estadounidenses se quedaron atrás.
Para muchos, las acciones de Kennedy no solo son muy esperadas, sino también inspiradoras. Esta medida representa un momento excepcional de unidad política, centrada no en las ganancias ni en las líneas partidistas, sino en el bienestar público. También supone una confrontación excepcional con las poderosas industrias alimentaria y farmacéutica que han dominado durante mucho tiempo la política sanitaria estadounidense. Y sí, esto podría conllevar riesgos para el propio Kennedy.
Las grandes farmacéuticas y los gigantes corporativos de la alimentación no son conocidos por rendirse en silencio. Su influencia se extiende profundamente a los círculos políticos, los discursos mediáticos e incluso a la investigación científica. ¿Podrían estas reformas convertir a Kennedy en un blanco? Posiblemente. La historia ha demostrado que cuando los líderes desafían sistemas arraigados, especialmente aquellos respaldados por miles de millones de dólares, sus vidas y carreras a menudo se ven amenazadas.
Sin embargo, la importancia de estos cambios trasciende las fronteras estadounidenses. Al adoptar una postura firme contra los aditivos tóxicos, Estados Unidos sienta un ejemplo para los países en desarrollo, muchos de los cuales importan y replican los estándares alimentarios estadounidenses. Un Estados Unidos más saludable podría tener un impacto positivo, inspirando movimientos globales que exijan etiquetas más limpias, responsabilidad corporativa y alimentos más seguros para todos.
Si bien persisten los desafíos, y algunos escépticos siguen minimizando el impacto de los colorantes alimentarios, el impulso está cambiando. A medida que más evidencia científica vincula la dieta con enfermedades crónicas a largo plazo —desde el TDAH hasta la obesidad e incluso el cáncer—, la tolerancia pública a los aditivos artificiales se desvanece rápidamente.
En última instancia, la audaz decisión de la FDA podría marcar el comienzo de una nueva era: una en la que los alimentos nutran en lugar de dañar, y donde la salud pública prevalezca sobre las ganancias. Si el Secretario Kennedy tiene éxito, el futuro de la humanidad puede parecer un poco más brillante y mucho más natural.