por Esther J. Cepeda
En lo que se acercaba el Día de la Madre, me senté con Saúl, de ocho años, en el patio de la iglesia metodista San Adalberto, en Chicago, donde vive con su madre, Elvira Arellano, quien ha evitado el alcance de los agentes de inmigración de los EE.UU. desde hace ya nueve meses.
Alejados de un pequeño grupo de parroquianos quienes disfrutaban un almuerzo de barbacoa, entablamos una conversación seria.
Saúl es ciudadano de los EE.UU. por haber nacido aquí, a diferencia de su mamá, quien no es ciudadana. Llegó a los Estados Unidos de Maravatío, un pequeño pueblo en Michoacán, un estado del centro-norte de México, sin documentos hace unos 10 años.El 15 de agosto del 2006, se resistió a una orden federal de reportarse a la oficina del servicio de inmigración y aduanas para comenzar el proceso de deportación. La habían capturado en una redada en el aeropuerto internacional O’Hare, de Chicago, donde había trabajado durante unaño parte del personal de limpieza en el aeropuerto.
Durante el otoño del 2006, ya largo tiempo separada del padre de Saúl, Elvira se llevó al niño, entonces de 7 años, y pidió santuario en su iglesia, del lado oeste de la ciudad. Lo que esperaba era que los agentes de inmigración no hicieran redada en la iglesia, y que el tiempo transcurrido le diera una avenida para permanecer legalmente en los Estados Unidos con su hijo. No se han acercado los agentes de inmigración, en parte quizás por la celebridad de Arellano dentro de la comunidad.
Durante la marcha del primero de mayo, organizadores en pro de los inmigrantes se llevaron a Saúl al parque Grant en Chicago, para dirigirse a una multitud de miles de personas. Siempre un niño delgado y tímido, ha crecido, según su mamá, unas cinco pulgadas desde agosto. No obstante, entre adultos sigue cauteloso en lo que expresa.
En varias ocasiones he hablado con madre e hijo al reportar sobre su estatus. Yo tengo un hijo de la edad de Saúl, lo cual esperaba me guiara en avanzar nuestra conversación.
Con cautela Saúl dio marco a su difícil situación, contándome que estaba contento viviendo en la iglesia pero que se sentía enfrentado a diario por la falta de libertad de su mamá. “No me puede llevar a la tienda ni a la escuela. Me da un poco de tristeza. Mis amigos – ellos tienen sus mamás y papás”, explicó. “Para ellos es diferente”.
Describió cómo con su madre iban al parque y a hacer cosas juntos. Ahora se contentan con ver películas por televisión en el cuarto que comparten en el santuario de la iglesia.
En ocasiones especiales Elvira hace lo que puede por traerle la fiesta a Saúl. “Para mi cumpleaños invitamos aquí a todos mis amigos. Jugamos y comimos”, contó. “Comimos pizza, salchichas, nachos y jugo de manzana”.
El niño va madurando mucho más rápidamente que lo que quisiera. Ha viajado por todo el país acompañado de defensores de la causa de su madre, hablando con un sinfín de reporteros de radio, televisión y prensa sobre la situación de ella, aprovechando la atención en él para rogar por una ley de compasión que permitiera que las familias amenazadas con la separación se mantuvieran íntegras en los Estados Unidos.
Ha salido en programas de variedades, viajado a Washington, D.C., varias veces para reunirse con políticos, y hasta ha viajado a la Ciudad de México, su primer viaje cruzando la frontera, pidiendo que los legisladores de aquella nación pusieran presión en el gobierno estadounidense en defensa de su madre. No tardaron en cumplir con su petición.
Le encantan las cosas que hace por él su mamá, como prepararle sus platos favoritos durante la huelga de hambre de 25 días que terminó el primero de mayo. “Hace una sopa rica – con verduras y carne y trocitos de maíz para que quepan en el plato”. Fantasea con salir caminando de la iglesia con su mamá para ir por pizza en su Chuck E. Cheese favorito.
Describe la rutina diaria que llevan, pasando tiempo juntos, haciendo su tarea en la mesa mientras Elvira trabaja en la computadora. Ven televisión juntos, juegan con sus muñecos de acción, y practican vocabulario para su prueba semanal de ortografía.
Explica que para el Día de la Madre, “Hicimos tarjetas en la escuela. Tienen diferentes corazones, y escribí algo, pero no recuerdo qué era”.
¿De qué otra manera puede mostrarle su amor?
“Creo que le gustan las flores”.
Entonces del niño rodó otro deseo más: “Quiero que el presidente Bush acabe con las deportaciones para que mi mamá y otras familias puedan quedarse aquí en los Estados Unidos”.
(Esther J. Cepeda, de Chicago, contribuye columnas a Hispanic Link News Service. Comuníquese con ella a: chihuahua33@hotmail.com). © 2007