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Persuasión hostil

por José de la Isla

HOUSTON — El blandir armas y los exabruptos durante las reuniones municipales este verano fue como sacarle una imagen al cerebro de esta nación.

Fue sorprendente, por ejemplo, lo poco acertadas que fueron partes del cerebro nacional. La crítica contra individuos con armas, aun si el portarlas fuera legal, no tenían lugar y fueron impropias, pero no parecían hacerles efecto alguno.

Las armas son instrumentos de amenaza y coacción; las reuniones municipales tratan de la información y la racionalidad. Las armas no son de persuasión amistosa.

Ninguna de las vehementes protestas negativas tuvieron sentido hasta que me di cuenta cómo estas acciones tuvieron presagio en un seminario al que asistí hace unos tres años. Un pequeño grupo de periodistas, cineastas, académicos y otros fue invitado a compartir sus ideas sobre lo que impulsaba la opinión pública en cuanto al tema de la inmigración. En el 2006, había como un 70 por ciento nacional a favor de la reforma migratoria a nivel nacional, sin embargo la legislación se estancó en el Congreso como si tal consenso no existiera.

Durante los comicios congresionales de medio término aquel año y de nuevo en el 2008, los electores echaron a muchos de aquellos titulares quienes favorecían o medidas de castigo al inmigrante o quienes montaban obstáculos al cambio.

Las pérdidas contribuyeron a arrastrar al partido republicano de ser mayoría a resultar minoría en el Congreso.

Fue el deshacerse del mosaico político que hubiera iniciado Richard Nixon tan pronto como los años turbulentos de la década de los setenta, cuando atrajo a una “mayoría silenciosa” que se sentía enajenada de las protestas contra la guerra y de derechos civiles.

Los republicanos se encontraron en una situación similar en la década de los 1980, cuando Ronald Reagan resultó atractivo a grupos religiosos, como un nuevo grupo electoral, y temas de conciencia personal llegaron al plano político. El cuco del “socialismo” también se arrojó de manera poco cuidadosa en la retórica política del momento.

Ahora, de cara a la contracción republicana, el achicamiento del partido inspira una retórica divisiva como un grito primordial.

El seminario al que asistí en el 2006 contenía una lección que se puede aplicar hoy.

Una encuesta mostró que aproximadamente un cuarto del público general se opone simplemente a cualquier tipo de cambio la mayor parte del tiempo, en particular se opone a medidas que tengan impacto sobre gastos públicos o que aparenten darle a alguien algún tipo de “ventaja” social. Este 25 por ciento se percibe como portador del costo y no calcula los beneficios que se acarrearían ellos u otras personas.

Aproximadamente un35 por ciento del público favorece la reforma. Saben que no podemos continuar así sin tener que rendir cuentas más tarde, a menos que algo serio se realice ahora.

La lucha se libra para ganar los corazones y las mentes del 40 por ciento que está al medio. Ellos no guardan temas preferidos con los cuales reaccionan visceralmente. Son las personas que les llevan dulces a los nuevos vecinos y que se ven mayormente en la iglesia o en las reuniones de padres de familia en las escuelas. También son menos susceptibles a los que quieren meterles miedo.

Es por eso que el 25 por ciento atizan el temor, amontonan todos los temas en uno solo, encienden el factor miedo, y dejan derramarse la angustia. Su meta es de ganarse 25 por ciento más 1 de los de 40 por ciento.

Ahora, el problema es el siguiente: el 35 por ciento que favorece la reforma requieren sólo el 15 por ciento del 40 por ciento del medio, pero los liberales y los progresistas emiten tesis de política pública y complejidad, y no estilo de vida y la vida misma. Tendrán la razón, pero su discurso es como leer la letrilla de una póliza de seguro. El mensaje se pierde entre los detalles.

La dinámica ahora corre el riesgo de dejar en jaque la clase de cambios que necesita la reforma de los sistemas de salud, educación e inmigración. Si bien los reaccionarios tendrían que perder decididamente, los liberales y los progresistas conceden demasiado y muy pronto al 25 por ciento que nunca lograrán persuadir.

Para volver el tren nacional a su curso, hay que volver a enfocarse en la reforma. Eso se logra hablando con el 40 por ciento del medio sobre la protección de la nación mediante la salud, la educación y la inmigración para formar un país más competitivo dentro de la economía global. El no cambiar nada implica llevar al país al estancamiento.

Más que todo, hay que decirles que el lado de los que no quieren cambio habla para sí mismo. Su discurso tiene tanto sentido como el llevar armas a una reunión municipal o a una reunión de padres de familia.

[José de la Isla, cuyo último libro se encuentra en versión digital gratuita en www.DayNightLifeDeathHope.com, redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service. También es autor de The Rise of Hispanic Political Power (2003). Comuníquese con él a: joseisla3@yahoo.com]. © 2009

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