by Jonathan Higuera
No hace falta ser genio para entenderlo: si quieres sacar a los mexicanos indocumentados de tu comunidad, quítales la posibilidad de empleo.
Así ocurre aquí en Arizona, donde las sanciones a los empleadores aprobadas el año pasado surten el efecto intencionado.
Miles de residentes se están yendo, huyendo de este supuesto paraíso en el desierto. Centros comerciales y restaurantes al paso antes rebozantes en barrios obreros ya no rebozan. No estarán desiertos, pero tampoco están ajetreados.La matrícula en muchas escuelas de primaria se ha reducido precipitosamente.Cuando los funcionarios de escuelas visitan aquellos hogares para ver dónde están los niños, lo que encuentran son hilera tras hilera de casas vacías.Llamadas a paisajístas jardineros, a empleadas de limpieza, a niñeras, y a equipos de mantenimiento van sin ser respondidas.
Aunque sea difícil de cuantificar, es clara la evidencia derivada de anécdotas: estas personas no se están quedando en un estado que les ha quitado la posibilidad de ganarse la vida.
Probablemente podrían haber resistido ser tildados de demonios, como lo han sido por los racistas anti-inmigrantes, y hasta haber resistido las llamadas “Redadas de Supresión del Crimen” del departamento del alguacil local, el cual ha estado terrorizando a los residentes de las áreas en las que consideran que viven los residentes indocumentadosHasta podrían haber soportado los números de teléfono establecidos que animan a los vecinos a reportar vecinos que sospechan están aquí ilegalmente.
Todas estas acciones han envenenado el ambiente; seguro que muy parecido a lo que hizo la Propuesta 187 en California hace tantos años.
Pero los latinos en mi estado natal han tenido que enfrentarse con tácticas de mano fuerte de la policía y retórica racista que les echa la culpa de todo lo que padece la comunidad.
No obstante, esta vez el solo acto de quitarles la posibilidad de trabajar les ha dejado como única opción el tener que abandonar el estado.
Por si no se sabe de la ley de sanciones al empleador que aprobó el estado, lo firmó la gobernadora de Arizona Janet Napolitano el año pasado. Se basaba en la premisa que el estado tenía que actuar, ya que el gobierno federal no había llegado a presentar un proyecto de ley de reforma migratoria comprensiva que hubiera tratado con los 12 millones de personas que se calcula están en este país sin documentos de autorización.
Lo que requiere son multas y suspenciones para los empleadores que se sabe contratan a trabajadores indocumentados. Una segunda ofensa resulta en revocar la licencia comercial del negocio.
Si bien pocos, o ningún empleador ha sido enjuiciado, son reacios a contratar o a quedarse con trabajadores que no pueden probar que tienen el derecho legal de trabajar aquí.Conozco a un empleador que de forma repetida dejó de despedir a ningún empleado.Pero las sanciones de la ley resultaron serle demasiado amenazantes y tuvo al final que despedir a los que no podían documentar su estatus, incluyendo a una trabajadora que había logrado ascender a ser gerente de turno.
Esta migración del estado no podía llegar en peor momento para la economía de Arizona.Hace un par de años ya que viene tambaleándose por motivos de la crisis de viviendas.Durante décadas, la industria de construcción residencial ha sido el motor principal de la economía local.Actualmente está estancada.
Mucho antes que esto aconteciera, los comercios locales vislumbraron el escenario. Es una de las razones por las que se opusieron tan vociferantes a la ley, sólo para ser abrumados por otros que los llamaron empleadores ávaros.Ahora el resultado final les está tocando el bolsillo.Desde Wal-Mart a concesionarios de autos hasta ofi cinas del seguro State Farm están sufriendo reducciones en términos de ventas e ingresos.
La mano de obra de muchos negocios se ha perdido y, en muchos casos, sin ser reemplazada fácilmente.
Hace poco muchos alcaldes de grandes ciudades, entre ellos el entonces alcalde Rudy Giuliani, de Nueva York, les abrieron sus puertas a todos los inmigrantes. Comprendieron que, sin importar el estatus, los nuevos traían una vitalidad que hacía mucho había decaído.En Arizona, los centros comerciales de hilera, ya envejecidos, barrios en decadencia y distritos comerciales durmientes recibieron una inyección de nueva vida gracias a los principalmente mexicanos que llegaban en busca de mejor vida. Sus hijos, sino también los padres, comenzaban su ascenso en la fuerza laboral de los Estados Unidos, llevando energía e intelecto a esfuerzos críticos en cuanto seguían el camino abierto por un sinnúmero de grupos que los precedía.
Todo esto parece ser una memoria marchita.De seguro, algunos inmigrantes siguen aferrándose a lo que pueden hacer por quedarse aquí y sobrevivir.Pero los que aquí llegaron a trabajar se están yendo. He oído hablar de irse a lugares como Wisconsin, Nuevo México o de vuelta a México.
Y que no quepa duda: A Arizona le hace falta la mano de obra que ellos le traen. La noción que promovieron los defensores de la ley que esos empleos los llenarían ciudadanos de los EE.UU. no resultó tampoco. Curioso como tan pocas personas quieren de verdad trabajar en el sol de Arizona a $8.00 la hora.O limpiar una casa por menos de cien dólares.
El tiempo dirá si la economía de Arizona se restituirá de su caída en espiral.Pero que quede claro – el ahuyentar a un segmento fijo de la fuerza laboral no fue una movida inteligente para una economía en depresión.
(Jonathan Higuera es periodista de muchos años, y anteriormente fue editor de Hispanic Link Weekly Report en Washington, D.C.) © 2008