En qué se ha convertido el Cuatro de Julio en un estado policiaco
por Claire Bernish
Nos hemos equivocado, como nación, en el experimento que plantearon los fundadores de limitar el tamaño del gobierno y el alcance de la tiranía –como si eso pudiera sorprendernos, si consideramos nuestra fundación excluyente basada en el genocidio y la sistemática esclavitud de una población entera.
Quizá el amor romántico que América afirma tener por la democracia –a través de la república constitucional– ascendió a tanta farsa, o al menos esperanza equivocada. Cuando el pueblo llamó a terminar con el gobierno británico a favor del gobierno popular, encendido por el Sentido Común de Thomas Paine, finalmente condujo a un gobierno cuyo marco asegura el control elitista; falla que de nuevo no es de sorprender.
Es el Día de la Independencia, aunque por una cuidadosa semántica elaborada a lo largo de los años, el significado de este día ha sido truncado a la sola celebración extraña de una fecha –una pauta de la propaganda en sí misma.
¿Cómo nos hemos desviado tan severamente? ¿Cómo el llamado sumario de la revolución –basado en eludir a los idénticos control monárquico y sobre-gobernanza tiránica– nos ha llevado a todos nosotros a un estado moderno policiaco culpable de delitos contra los civiles a nivel doméstico y en todo el mundo?
Los estudiosos argumentan que la república constitucional basada en la democracia que definió a los Estados Unidos ha dado nacimiento a una oligarquía; sin embargo, el matrimonio incestuoso de la clase adinerada consistentemente en el poder y los intereses corporativos de altos beneficios sería mejor descrito como una alta plutocracia.
Para los grilletes que impulsan el imperialismo y el corporativismo del estado policiaco, la población debe tomar una siesta infernal –similar, en realidad, a la negligencia en el cumplimiento del deber democrático.
Consideremos la complacencia necesaria para acatar las miradas indiscretas del gobierno en todas las facetas de las vidas ordinarias, por sólo tomar un ejemplo. O el esquema Ponzi del sistema de la Reserva Federal, para dar otro ejemplo.
Pero existe el verdadero pivote en el volumen de ejemplos de frustración de la libertad que ahora plagan la vida cotidiana en los Estados Unidos –y qué decir del mundo post 9/11 en que en cada tragedia comienza instantáneamente el debate de la libertad echa a un lado en nombre de una mayor seguridad.
Así, a pesar de este modelo referido, los estadunidenses claman ansiosos aceptar cualquiera de las nuevas esposas que los corporativos insisten en que los protegerán –comúnmente de los horrores del terrorismo llevados a cabo por terroristas, esos corporativistas creados con su hubrística construcción del imperio.
Peor aún, los intrigantes y estafadores pueblan ahora varios brazos del gobierno estadunidense y han vuelto de manera efectiva de su viaje por el poder maniaco en rojo, blanco y azul patriotismo, amplios segmentos iracundos de norteamericanos ‘ordinarios’ reprenden a los que critican la trama. Este es el genio de la propaganda nacionalista –así como la razón de que el patriotismo ciego es la celebración más vacía del espíritu en que el país putativamente ha nacido.
El americanismo es, por tanto, una demostración sin par del Síndrome de Estocolmo. Cuando se da la afección a un gobierno que se ha convertido en captor de la compasión y la tolerancia hacia los vecinos –compañeros cautivos–, la Kool-aid corporativista puede ser demasiado fuerte para su propio bien.
La opresión tiránica del gobierno norteamericano a nivel doméstico sólo es superada por su maquinaria de guerra y su uso indiscriminado del terror en diferentes puntos del planeta, profiriendo una ejemplo tanto de su nacionalismo como de su violencia.
Pero mejor que pontificar vehementemente las ironías de lo que significa ser un patriota norteamericano en 2016, presento un pensamiento digno de un detallado escrutinio.
Haciendo a un lado, debido a su extensión, los escollos de encontrar una democracia relativa en la carne y los huesos de todos los demográficos no descritos como hombres blancos, el fervor revolucionario de aquellos que huyeron de la autocracia británica se ha perdido en el moderno estado policiaco de los Estados Unidos.
Suplantar la monarquía tiránica por la plutocracia represiva y restrictiva puede hacer difícil justificar la celebración de lo que se aproxime a un verdadero Día de Independencia. Llamar a los Estados Unidos una nación de amantes de la libertad no embona con la mayor tasa de encarcelamientos del mundo –un factor hecho posible al hacinar las prisiones privadas con criminales no violentos cuyo único mal sería el appeal a los revolucionarios de 1776.
No es de extrañar que los productos de las dulcerías de la cultura consumista artificialmente paliativa sean vendidos a precios baratos en las ventas de “Feliz 4 de julio” –ya que nada de lo que sugiera el espíritu de la independencia de hace 240 años sería hoy considerado en la lista de peligroso.
Pero, quizá, esta nación compuesta en gran parte por rehenes voluntarios carentes de verdadera independencia –tan enamorados de las cadenas de la tiranía– debería cambiar oficialmente la fecha de Día de la Independencia por sólo el 4º.
Por otro lado, corremos el riesgo de ser insinceros –hasta, al menos, reavivar ese momento norteamericano cuando se entendió que el gobierno totalitario sólo es tan fuerte como lo es su capacidad de engañar a la gente en su aceptación.