por José de la Isla
HOUSTON – El verano pasado, durante una cena en un barrio pudiente, una amiga me invitó a pasar al patio de la casa. La cena se realizaba en uno de esos lugares que remonta a una época previa a las comunidades privadas cercadas, recordando los días más corteses, gentiles y elegantes. Era un truco clásico por averiguar sobre alguna indiscreción, algún rumor, de preferencia una confesión, lo que se encuentra detrás de los titulares. En verdad lo fue.
Mi amiga Anabelle quería compartir algunos detalles sobre lo que una joven europea que conoció en su clase de yoga le había contado. La gentil europea era la esposa de un banquero internacional, y había tenido un encontrón con las autoridades migratorias, algo que ver con sus documentos.
El punto de Anabelle al contarme esto era que había algo poco digno sobre cómo la joven esposa se sentía del trato que recibió de los EE. UU. después de llegar de España. Otras personas hablaban de sentirse de la misma manera. ¿Qué hay con esto?, quería saber Anabelle.
Parece que ahora los más-más están sintiendo el apretón que mucha gente de la clase obrera debe aguantar. Se están uniendo a las filas de la clase sospechosa. Menos de nosotros los que cruzamos la frontera quedamos eximidos de las sospechas que se suponía estaban reservadas para los de menos conexiones.
Esto concuerda con lo que un amigo australiano reveló sobre su experiencia al volver a entrar al país después de una reunión de negocios en el extranjero. Por lo visto, el aspecto físico de Malcolm (seudónimo) es parecido al de un homólogo, con el resultado de ser revisado a cuerpo entero y sometido a interrogaciones antes que las autoridades decidieran que habían prendido a la persona equivocada. Lo soltaron después de cuatro horas sin siquiera pedirle disculpas. Qué ultraje, me dijo.
En una recepción en el recinto del Junior League, una corredora de inmuebles me dice que su hijo había salido con los amigos una noche cuando una patrulla los paró. El patrullero quería ver sus “papeles de ciudadanía”. Liz me cuenta que su hijo le respondió, “Y yo quiero ver su insignia del Departamento de Seguridad Nacional”.
El policía los dejó ir después de la salida del chico. Evidentemente un “ilegal” de verdad estaría encogido del miedo. Pero el punto queda claro que cuando tu aspecto te pone en la clase de los sospechosos, cuando las supuestas protecciones que van con la educación, el porte o la clase social sencillamente se esfuman. Bienvenidos a la clase sospechosa.
Eventualmente, la socarronería de demasiadas personas puede llevar a un incidente.
Francamente, la mayoría de nosotros no creemos que iremos a caer bajo la mirada de las autoridades y terminar formando parte de la clase sospechosa. Tampoco lo creían todos los demás, sin embargo, les ocurrió. No obstante, ése no es el punto principal. Los ciudadanos estadounidenses de la élite también están terminando en la clase sospechosa. Así le pasó a Nena.
Su historia no es muy diferente a muchas otras.
Nena y su esposo Vicente soñaban con pasar las vacaciones en Europa, y solicitaron sus pasaportes en la oficina de correos. Ellos saben que hasta los viajes más rutinarios cruzando la frontera a México, que realizan al menos 700.000 personas al día, ahora requieren pasaporte. El conseguirlo les parecía una buena y práctica idea.
Sin embargo, después de solicitarlo, Nena recibió un aviso que decía que tenía que responder un cuestionario. Todo esto le resultaba bastante confuso por lo que había nacido en Edinburgh, Texas, en la década de los cincuenta. Tenía su partida de nacimiento.
Sus padres, por razones de necesidad económica, habían criado a sus hijos en México. Esta situación la comprenden bien los jubilados que viven en México. Uno busca lugares donde vivir cercanos en los que puede afrontar el gasto del costo de vida. Con seis hijos, esta solución familiar era comprensible en aquella época.
Pero, respondió demasiado en el cuestionario, y la información que dio voluntariamente por lo visto la utilizaron en su contra. Resulta que algunos hermanos y hermanas son mexicanos y otros nacionales estadounidenses.
No es difícil imaginar al burócrata, encargado de tomar la decisión, viendo el documento que le llegó por correo, ya una vez rechazado. Su responsabilidad es creer que todo documento es falso, toda historia vital llena de agujeros, buscando la aguja en el pajar, los 19 entre 300 millones.
Entonces Nena – y todos los demás de buena fe – caen en la trampa que los convierte en parte de la clase sospechosa.
Para Nena, una ciudadana recta con prueba de su lugar de nacimiento, inclusive después de una intervención de su congresista y el transcurso de un año, aún no tiene pasaporte porque parece que la historia de su vida no es lo suficientemente convencional.
[José de la Isla, autor de “The Rise of Hispanic Political Power” (Archer Books, 2003), redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service. Comuníquese con él a: joseisla3@yahoo.com]. © 2008