viernes, noviembre 22, 2024
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Muro que divide su pueblo desconcierta a los del valle

por José de la Isla

José de la IslaJosé de la Isla

­VALLE DEL RÍO GRANDE, TEXAS – El pueblo de Granjeno está a dos millas al norte del Río Grande, que separa México de los Estados Unidos. Queda sólo a dos riberos de distancia, y colinda con un refugio para aves y fauna silvestre.

El pueblo histórico se fundó una década antes que se firmara la Declaración de la Independencia. El cementerio es testamento de la larga historia del pueblo. La gente del área que lleva apellidos como Anzaldua y de la Garza son lazos vivientes a las ya largamente desaparecidas concesiones de tierra de la colonia española. Su linaje es de tanta consecuencia como el de los que descienden de los pasajeros del Mayflower.

Granjeno se encuentra cerca del nuevo puente, cruce de frontera entre Anzaldua y Reynosa, México, programado a abrirse en el 2009. También se programa El Muro, la barrera vendida a la nación como la manera en que se realizará el “asegurar nuestras fronteras”.

El pueblo, con sólo 500 habitantes, es parte del complejo metropolitano del valle que comprenden Mission, McAllen, Edinburg y Pharr. Todas estas municipalidades surgieron a comienzos del siglo pasado de la agricultura con base en la irrigación y del transporte por ferrocarril. Ahora la región disfruta de un auge en la compra y venta de bienes raíces residenciales y comerciales.

Se pensaría que los residentes de Granjeno buscarían protección si el ingreso ilegal posara el peligro que el resto de la nación cree que presenta. De lo contrario, un grupo que se autodenomina No Border Wall entregó testimonio dos días después de la Navidad dando la contra al argumento a favor que entregó el Departamento de Seguridad Nacional, un documento de 23 páginas de largo.

El Muro, creen algunos, desplazará a unos cien residentes. El problema es que tan sólo una fracción de aquella cifra significaría probablemente muerte para el pueblo. Ricardo Cardoza, dueño de la tienda, Granjero Country Store, no es tan optimista. Los obreros de construcción para el puente y tal vez luego los que construyan El Muro representan un estímulo a su negocio, así como hacen los agentes de patrulla de la frontera. Pero ni él se alegra con la noticia.

Guadalupe Segura, propietaria de casa desde hace 23 años, con dos hijos cursando estudios universitarios, lo ve todo como una charada que va a dividir por la mitad al pueblo. Antes, explica, “Ya había un muro invisible. Ahora lo quieren hacer visible.” Se refiere a los funcionarios oficiales del gobierno federal.

No es que la gente no tenga sensibilidad al tema de la seguridad. De hecho, el alcalde, Alberto Magallán, ha colaborado con la agencia de aduanas de los Estados Unidos. Pero él sugiere que debería haber alguna correspondencia entre la amenaza y las medidas tomadas.

Lo conocí animado por la Fundación Annie E. Casey como parte de un proyecto que estudia temas acerca de la frontera.

Como tantos otros asuntos fronterizos, hay un abismo entre la percepción pública y la realidad viviente.

A veces es como leer una ficción – sólo que es el resto de los Estados Unidos el que se manifiesta autista cuando se trata de aceptar la realidad.

El alcalde y yo recorremos en auto las dos millas del pueblo al río, sobre el ribero doble contra las inundaciones que se construyó como consecuencia del huracán Beulah, allá por el año 1967.

Algunos terratenientes perdieron “dos, tres, cuatro, cinco, seis acres” en aquel momento, explica Ricardo Cardoza. Hoy, otros podrían perder más tierra, hasta sus casas, si triunfa el gobierno en realizar su plan. Dos familias, cuyos hogares se encuentran dentro de la tierra-de-nadie entre el muro propuesto y el río, en realidad quedarán amuralladas sin acceso a los Estados Unidos y ubicadas dentro de la zona neutral, lo cual creará inseguridad fronteriza para las familias.

Para el alcalde, esta zona neutral, tierra-de-nadie, no tiene ningún sentido.

¿Por qué querrían los planificadores un área para intrusos sin barrera y de dos millas dentro de los Estados Unidos, antes de ponerles una barrera para impedir su entrada?

Para Guadalupe Segura, quien comprende que los sensores pueden detectar hasta una milla de distancia, ¿por qué no usarlos en vez de construir un muro que desplazará a sus vecinos?

Sí, claro que la gente ingresa ilegalmente, y Guadalupe Segura señala un área de bosque por la que entra guiada por los llamados coyotes.

Pero el tránsito puede ser como un pasaje para peatones, sin tráfico vehicular, en el que algunos viajeros son locales, y otros de larga distancia. La solución del Gran Muro podrá ser atractiva al público a nivel nacional, que lo percibe necesario para su protección, pero para la gente que vive aquí, parece ser una solución tonta y una pérdida de recursos.

“Yo no sé por qué están haciendo lo que están haciendo”, dice el alcalde Magallán. Hasta el momento no ha recibido una explicación satisfactoria del Departamento de Seguridad Nacional.

­“¿Por qué aquí?” pregunta. Hispanic Link.

[José de la Isla, autor de “The Rise of Hispanic Political Power” (Archer Books, 2003), redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service.

Comuníquese con él a: joseisla3@yahoo.com]. © 2008

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