por Dick Meister
En un mundo ideal, el tabaco sería ilegal. Pero, siempre que la gente persista en usarlo, los que lo cosechan para gran ganancia de las empresas tabacaleras se merecen mucho mejor que la paga y las condiciones laborales míseras que se les impone.
«Míseras» no es una exageración. Considérese Carolina del Norte, primer productor de tabaco del país. El cultivo del estado, que vale $500 millones al año, lo cosechan más de 25.000 trabajadores, la mayoría inmigrantes mexicanos. Algunos son «trabajadores invitados» con documentos, algunos indocumentados. Algunos tienen sólo 12 años, como permite la ley del estado.
Los que recogen la cosecha hacen a lo más unos $7 la hora, o al año $7.100, para un trabajo peligroso y físicamente devastador. La mayoría trabaja para agricultores que no le ofrecen beneficios de salud y que no tienen que acatar la ley que requiere pagos de compensación al trabajador para los empleados que resultan lesionados por motivos de trabajo.
Miles de los trabajadores al año resultan afligidos con «la enfermedad del tabaco verde», causada por ser sobre expuestos a la muy tóxica nicotina que contienen las hojas de tabaco y que absorben sus cuerpos. Los síntomas con frecuencia duran varios días.
Las víctimas pueden sentir una debilidad generalizada o falta de aliento, por ejemplo, dolores de cabeza, nauseas, mareos, calambres, subida en la tensión vascular, o en la velocidad de los latidos del corazón. En lo menos, les sale sarpullido.
La nicotina también aumenta la temperatura del cuerpo de los trabajadores, ya alta por el calor del sur en el que trabajan, hasta más alto, a veces hasta el punto de causar deshidratación e insolación. No obstante, muchos trabajadores reciben poco o nada en cuanto a la atención médica. Sólo si tienen suerte les dan un descanso durante las horas laborables.
Las condiciones de vivienda suelen ser tan malas como las laborales. La mayoría de los trabajadores vive en chozas hacinadas, desmoronadas, con frecuencia llenas de ratas o en trailers sin reparar, muchos sin ni un ventilador para refrescar el aire estancado de verano y la mayoría cerca de los campos de cultivo que de rutina se rocían con pesticidas peligrosos.
Los trabajadores que osan quejarse sobre las condiciones de trabajo o de vivienda se enfrentan a la posibilidad de ser despedidos o entregados a las autoridades del gobierno para ser deportados.
Pero, por fin se vislumbra una esperanza de cambio, gracias al Comité Organizador de Campesinos (FLOC por sus siglas en inglés), un filial del sindicato nacional AFL-CIO que ha ayudado a miles de trabajadores ganar concesiones de empleadores en varios estados para subirles la paga y los beneficios, y de otras formas tratarlos con decencia. Esto incluye a unos 7.000 campesinos que recogen la cosecha de otros cultivos en Carolina del Norte y que ganan como menos $2 la hora más que los trabajadores de las tabacaleras.
Con el respaldo de una variedad de grupos comunitarios y religiosos, incluyendo el Consejo Nacional de Iglesias, FLOC ha lanzado una campaña por ganar concesiones de los agricultores de tabaco, principalmente por medio de presión sobre una de las empresas tabacaleras mayores y de más influencia que les compra el cultivo. La empresa es RJ Reynolds, cuyas ocho marcas son uno de cada tres cigarrillos que se vende en este país. Como indica FLOC, Reynolds continúa ganando miles de millones mientras que los que cosechan el tabaco de sus productos viven en la más miserable pobreza.
Los funcionarios de Reynolds hasta el momento se han negado a ni reunirse con representantes de FLOC para discutir la exigencia del sindicato que los trabajadores de tabaco reciban los derechos de sindicato y un convenio que reconocería «su necesidad de dignidad, respeto y condiciones de trabajo seguras».
Reynolds mantiene que no debe tratar con el sindicato ni con otros representantes de los trabajadores por lo que los trabajadores no son empleados de la empresa. Trabajan para los agricultores quienes venden el tabaco que cosechan a Reynolds y a otras empresas, quienes imponen los precios y así determinan cómo los agricultores pueden pagar a los trabajadores.
Pero como señala el presidente de FLOC, Baldemar Velásquez: «Los agricultores no son los que controlan el sistema. Esas empresas controlan el dinero, y son las que benefician más de la labor de estos trabajadores. Lo que nosotros decimos es, `Oigan, tienen que asumir la responsabilidad de la situación en la que se encuentran implicados».
¿Y si no la asumen?
Velásquez señala el boicot de cinco años del sindicato que finalmente obligó a otra corporación importante de Carolina del Norte, la Mount Olive Pickle Co., a subir el precio que paga a los agricultores para los pepinos para poder financiar más altos salarios para sus trabajadores y permitir que entren en sus campos los organizadores del sindicato.
Velásquez también menciona la posibilidad de realizar manifestaciones sindicales durante las reuniones de los accionistas y acciones contra las empresas con las que trata Reynolds.
«La lucha por los trabajadores de tabaco continuará, en todo caso, hasta que Reynolds se comprometa a unirse a nosotros para dar enfoque a esta vergüenza nacional – la condición deplorable de la fuerza de trabajo tabacalera que sigue sin tener voz, ni poder y que es invisible».
[Dick Meister ha cubierto temas de trabajo durante medio siglo. Es co-autor de «A Long Time Coming: The Struggle to Unionize America’s Farm Workers» (Macmillan). Comuníquese con él mediante su sitio Web en www.dickmeister.com]. © 2007