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La diáspora puertorriqueña de Frank Espada

por José de la Isla

HOUSTON – A comienzos de la década de los ochenta, Frank Espada se puso a captar, mediante imágenes y palabras, la historia de la razón por la que tanta gente dejó su patria caribeña y a dónde llegaron. El resultado es una galería itinerante de fotografías que ha recorrido mucho de los Estados Unidos. Ahora salió un libro, “The Puerto Rican Diaspora: Themes in the Survival of a People” (Diáspora puertorriqueña: temas de la supervivencia de un pueblo).

Espada mismo es parte de aquella diáspora. A los 77 años hoy, se aproxima a comunicar su historia en un momento histórico en el que las formas convencionales de la comunicación se han vuelto escleróticas, en el que se filtra muy poco de importancia. Hace falta la imaginación para exponer la realidad.

El éxodo puertorriqueño comenzó en los albores del siglo XX, cuando los Estados Unidos adquirió la isla al finalizar la guerra con España de 1898. El año siguiente un huracán golpeó la isla.

Para el año 1901, los puertorriqueños ya habían migrado a Hawai, seducidos por la labor ardua de la industria azucarera. Esta misma industria había reducido a Puerto Rico de la casi auto-suficiencia económica a la dependencia del azúcar como cultivo comercial. La tenencia de tierras cada vez más se traspasaba a manos de inversionistas extranjeros y élites locales. Estos son los elementos catalizadores de 50 años de éxodo.

La gente huyó a lugares en los que se percibía la seguridad y el bienestar de la familia. Hoy hay sesenta comunidades de 10.000 o más puertorriqueños en el continente estadounidense. Entre los primeros destinos se encuentran Hawai y el este de Nueva York.

Muchas veces eran horrendas las condiciones para llegar a Hawai. Los que saben de la vida de trabajadores migrantes conocen el ciclo de vida del mito de la tierra prometida y el infierno por el que pasar para llegar allí.

Para unos pocos hubo huída y renovación vital. Algunos abandonaron la nave por el camino para volver a empezar en San Francisco. Para los que llegaron a los cañaverales de Hawai, hubo abuso, humillación y golpes en una existencia mejor descrita como trabajo forzado. Muchos de los descendientes de los emigrados hoy viven a lo largo de la costa de Kona, en Hawai. En el libro de Espada se encuentra una imagen del rostro de Santa Rodríguez, quien explica que nació hace 70 años y que nunca ha estado en Puerto Rico “para ver de dónde vinieron mis padres”. No obstante, continúa, “me siento muy puertorriqueña”.

Otro descendiente, Rodney Morales, dice, “Yo, mis hermanas, mis hermanos – crecimos en un mundo en el que no había muchos puertorriqueños. La esposa de mi hermano es hawaiana/china/haole. Mi hermana menor está casada con un negro; mi hermana mayor con un filipino. Sus hijos están todos mezclados”.

En ese sentido, también lo está el mundo entero.

En la página 40, en la sección sobre el este de Nueva York, hay una foto de 1965 de Agropino Bonillo con un sombrero alado de felpa. En el texto ladeado de la siguiente página, nos enteramos que tenía 57 años, trabajaba en dos empleos, vivía en una casa de apartamentos de mala vida, y que fue asaltado una noche de regreso a casa. Al día siguiente había muerto.

Varios miles de personas participaron en una procesión a la luz de vela por todo el barrio. Donde Agropino Bonillo había caído, se llenó rápidamente una caja con flores, dólares y monedas. El dolor de la comunidad llevó al llamado a la acción.

En lo que queda de la página, el hijo de Frank, poeta aclamado, Martín, escribe una versión literaria de los mismos hechos: “un recuerdo de los muchos y muy prontos velorios”. Una mujer “lisa en una llovizna de lágrimas” deja caer unos centavos a la caja.

A las tres semanas, cuando en el área de New Lots se asesinó a un joven negro, los negros y los puertorriqueños se opusieron a los italianos en la selva urbana. Murieron varias personas.

“Se hicieron muchas promesas que pronto se olvidaron”, escribió Frank sobre el incidente con Agropino Bonillo. Esto, sugiere, es lo que llevó al disturbio urbano. “Y el ritmo continúa”, concluye.

Frank Espada (www.frankespada.com) fue durante muchos años activista clave del escenario en Nueva York de derechos civiles y desarrollo comunitario. Durante aquella era, pocos eventos de la formación de una identidad nacional latina ocurrieron sin su participación. Más adelante se mudó a San Francisco, donde dictó cursos de fotografía en la Universidad de California, en Berkeley, en el programa de extensión.

El libro de Espada es testamento a cómo el arte, no sólo el fotoperiodismo, puede abrir la conciencia del lector a la verdad. De allí es que proviene la realidad y lo que hace que el ritmo continúe.

[José de la Isla, autor de “The Rise of Hispanic Political Power” (Archer Books, 2003), redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service. Comuníquese con él a: joseisla3@yahoo.com]. © 2007.

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