por Marvin Ramírez
El 12 de junio de 2004, pocos días antes del Día del Padre ese año, mi padre falleció. Recibí la llamada alrededor de las 11 p.m. de mi hermana Carolina: “Mi papá acaba de morir”. Tenía 87 años, pero yo quería que viviera hasta los 100.
Cuando recibí la noticia, de pronto todo se volvió hueco dentro de mí. Habíamos estado esperando esto por mucho tiempo. No había cura para su enfermedad: cáncer en uno de sus riñones.
Había estado en agonía durante más de un año desde que el cáncer empezó a comérselo poco a poco. Era sólo piel y huesos durante todo ese tiempo.
La última vez que fui a visitarlo a casa de mi hermano José Israel, en San Leandro, donde sufrió su agonía sus últimos días, no pude contener el llanto. Estaba siendo alimentado con comida líquida a través de un tubo en su estómago. Quería desconectarlo, muy a mi pesar. Pero sólo por insinuarlo, mis hermanos dieron un grito de desaprobación y me critiraron.
A lo largo de toda mi vida, las palabras de sabiduría de mi padre me manatuvieron en un camino positivo, especialmente cuando tomaba decisiones importantes en el cruce de caminos de mi vida. Sus palabras me salvaron en muchas ocasiones: al dirigirme como periodista, interactuando con otros chicos de mi edad o impidiéndome adquirir vicios, como fumar.
Cuando tenía unos 7 u 8 años, le pregunté por qué no fumaba, ya que nunca lo vi con un cigarrillo en la boca, pues en aquellos días era muy común que la gente fumara. Él respondió de una manera sabia.
“Hijo”, dijo, “cuando tenía unos 14 o 15 años, solía esperar exactamente a las 11 de la noche, sentado en la acera frente a mi casa, por un hombre que me diera la colilla de su cigarrillo. Fumaba esa colilla y luego me iba a la cama. No podía dormir sin fumar”, dijo.
Todavía guardo recuerdos del hombre en la historia a quien mi padre esperaba, que regresaba del trabajo todas las noches.
A esas horas de la media noche las calles de la vieja Managua estaban iluminadas con bombillas de baja intensidad utilizadas por el municipio en la década de 1930. La mayoría de las casas, imagino, usaban velas para encender sus hogares. A las 11 p.m., por lo general, no habían otras personas alrededor y la ciudad estaba dormida.
Pensé en la humillación que mi padre debió haber pasado esperando todas las noches en una calle oscura y solitaria, para inhalar unas cuantas bocanadas de humo de la colilla del cigarrillo de otra persona antes de poder irse a dormir. Su experiencia me causó evitar caer en el vicio. Me sentí tan feliz de que él tuviera las fuerzas para renunciar a ello. Oh, papá, por esa historia, nunca fumé. Gracias, Papito.
Por alguna razón generalmnte escuchaba a mi padre, a diferencia de muchas personas que ignoran las palabras de sabiduría de su viejo. Yo te digo, aunque hablaba poco y nunca daba consejos sin que se los pidieran, sus palabras tenían poder para mí. Cuando me acerqué a él para pedir consejo, y él contestó, sus palabras resonaron en mis oídos y permanecieron en mi cerebro durante los años venideros. Y hoy, ya un adulto, aún lo siento cerca y todavía escucho su voz que me dice por qué camino debo ir.
En el vecindario donde vivía en Managua había un chico en nuestro barrio cuyo padre poseía una tienda y fábrica de baterías de automóviles. Él chico manejaba el coche de sus padres y se jactaba todo el tiempo alrededor de nosotros. Según recuerdo, tenía alrededor de 18 o 20 años. Admiraba al tipo, a pesar de su arrogante personalidad. Me impresionaba verlo trabajando en su tienda familiar y vestirse tan bien.
Un día le pregunté si podía conseguir un trabajo allí – después de la escuela, por supuesto. Tenía unos 10 u 11 años y me encantó la idea de ganar algo de dinero.
Pero por desgracia, no tenía el tamaño ni el cuerpo para ese trabajo.
-No, Marvin -dijo-, esas baterías son demasiado pesadas para ti, podrías coger una hernia. Después de eso, me decepcioné, pero continué la amistad.
Un día descubrí que él había intentado cortejar a una chica bonita del barrio que podría haber tenido de 15 a 16 años, de esas que coquetean con todo el mundo, pero que no se iban con ningún tipo, ella lo había rechazado.
Un día se me acercó y me propuso que yo fuera su sicario. Si, su sicario.
“Marvin,” me dijo, “Te pagaré un buen dinero si le das una paliza a esta chica…”
Esto me tomó por sorpresa. Estaba confundido, ¿qué clase de oportunidad era esto? Haría algún dinero…. Pero por golpear a una mujer? “¿Cómo puedo hacer eso?” me dije.
Al día siguiente, cuando vi a mi padre en la casa de mi abuela, doña Juana Calero, donde yo vivía, le pregunté qué pensaba de la propuesta del tipo.
“Hijo”, dijo, “¿Eres un gánster? ¿Quién podría pensar en hacer algo así? “Sólo los criminales, las personas de clase baja y las malas podrían hacer eso”.
Esas palabras todavía están en mi memoria, tan frescas como si las hubiera escuchado ayer. Aprendí de mi padre las inmensas e importantes lecciones de compasión, empatía y amor. Gracias, padre, por hacer de mí un hombre de principios.
José Santos Ramírez Calero, nacido en Managua, Nicaragua el 24 de diciembre de 1916, fue mi modelo a seguir. Su carrera periodística abarcó más de 50 años, y fue para mi como el faro de un puerto para un marinero. Y agrego que también su padre fue hombre de prensa en los años 20.
Sus hijos: Yo, el mayor, Juana Auxiliadora, José Israel, Carolina y Santos (r.i.p.), y nos heredó una bella propiedad en Managua para todos sus hijos, y que conservaremos para nuestras futuras generaciones.
En este Día del Padre, quiero decirle a mi papá que aunque su cuerpo se hubiese convertido en cenizas en el cementerio, su espíritu, su amor y sus palabras me hicieron ser en gran medida la persona que soy hoy, un ser humano sensitivo que se preocupa por la gente. Mi admiración silenciosa y apreciación hacia él es la razón por la cual estudié la carrera de periodismo, como él, y al igual que su padre, que también era un hombre de prensa.
Quiero decirles, a aquellos entre ustedes que tienen la suerte de todavía tener a su padre – que lo escuchen, lo respeten y lo amen, porque él podría ser el amigo más grande y sincero que jamás hayan ustedes tenido. Feliz Día del Padre.
– Vale, Marvin Ramírez.